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Cuando pensamos en un tsunami, muchas veces lo imaginamos como una única ola gigante arrasando todo a su paso. Pero eso no es del todo correcto.

Un tsunami no es una ola, sino un tren de olas. Es decir, una sucesión de ondas generadas por una perturbación brusca en el fondo del mar, como un terremoto, una erupción volcánica submarina o incluso un deslizamiento de tierra. A diferencia de las olas superficiales provocadas por el viento, las ondas de un tsunami se propagan a gran velocidad a través de todo el cuerpo de agua, desde el fondo hasta la superficie.

En mar abierto, pueden pasar casi desapercibidas: apenas unos centímetros o pocos metros de altura, pero viajando a velocidades de hasta 800 km/h. Sin embargo, al acercarse a la costa, el fondo oceánico se vuelve más somero, la velocidad disminuye y la energía acumulada se transforma en altura. Así es como surge la devastación.

Y lo más importante: no es solo una ola. Un tsunami puede durar horas, con múltiples olas que llegan a intervalos de minutos. A veces, la segunda o tercera ola es la más destructiva. Por eso es tan importante no bajar la guardia tras el primer impacto.

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