18/09/2025
🕯️ Entre la carne y el espíritu: el eco de una culpa eterna
A las tres de la mañana, cuando el velo entre mundos se vuelve tenue y el silencio se convierte en susurro, se presentó ante mí un ser extraño, no de este mundo, sino de aquel donde las almas vagan buscando redención. Su voz, quebrada por la lástima y el arrepentimiento, me confesó:
"Perdóname. No he podido alcanzar la gracia de Dios ni cruzar el umbral de la caridad. Ese paso... es el más difícil."
Lo miré con asombro y temor, preguntando quién era. Y su respuesta fue un lamento que parecía arrastrar siglos de dolor:
"Cuando estuve en el mundo carnal, tú fuiste calumniado por una injuria que yo cometí. Esa culpa me impide hallar paz. Por eso he venido, para que me permitas g***r de la gracia divina."
Ya no pertenecía al mundo físico. Era parte del mundo espiritual, donde las decisiones tomadas en vida se convierten en destinos eternos.
"El diablo no condena", dijo, "somos nosotros quienes nos condenamos. Ellos solo ejecutan lo que decidimos con nuestras acciones. Por eso muchos están en el in****no, otros en el limbo, y algunos en el purgatorio."
Sus palabras resonaron como un juicio silencioso. No era el castigo lo que dolía, sino la conciencia de haber fallado en amar, en perdonar, en ser justo. El paso de la caridad no es un simple acto: es la entrega total, la renuncia al ego, el abrazo al otro como reflejo de Dios.
Y en ese instante comprendí que el perdón no solo libera al que lo recibe, sino también al que lo otorga. Porque en el mundo espiritual, todo se revela: las máscaras caen, las verdades se enfrentan, y la luz solo llega a quienes han aprendido a amar sin condiciones.