13/07/2025
Iban camino a un campamento cristiano. Eran casi las dos de la mañana. Llovía fuerte. Estaba tan oscuro que no vieron que el puente se había caído. Y de un momento a otro, la camioneta se fue al vacío. Cayó directo al río. El golpe fue seco. El agua empezó a meterse por las puertas. Todo era gritos, llanto, confusión. El papá trataba de abrir la puerta. La mamá abrazaba a los niños. Y Malaya, con solo 17 años, tomó aire, se lanzó al frente y pensó en una sola cosa: sacarlos de ahí.
Malaya soltó el cinturón y empujó la puerta con todas sus fuerzas. El agua ya le llegaba al pecho. Gritó: “¡Salgan ya!” y ayudó primero a su hermano. Luego a su hermana. Después a su mamá. Uno por uno, los fue empujando hacia afuera.
Todos salieron como pudieron, luchando contra la corriente. Pero cuando Malaya intentó salir, el agua ya la tenía rodeada. Desde la orilla, su papá gritaba su nombre. Le extendía la mano. Malaya luchaba con todas sus fuerzas… pero ya no le quedaban muchas. Había usado todo en salvarlos. Se le quedó viendo a su papá. Y con los labios temblando, le gritó:
“¡Cuídalos mucho!”
Fue lo último que dijo. El río creció de golpe. Arrastró la camioneta con tanta fuerza que desapareció entre la oscuridad. Su papá se quedó de rodillas, mojado, temblando, con la mano estirada al vacío. No volvió a escuchar su voz. No volvió a verla.
La buscaron tres días. Cuando al fin encontraron su cuerpo, su mamá corrió hacia ella. Se tiró al suelo. La abrazó con todo el cuerpo, como si pudiera protegerla del frío. Lloró como nunca antes en su vida. Le besaba el rostro lleno de barro. Le decía que ya estaba a salvo. La abrazó con fuerza. Le dio las gracias. Le dijo que la amaba. Le prometió que algún día estarían juntas otra vez… ella, su niña, y todos sus hermanos.
Los rescatistas tuvieron que quitársela de los brazos. Y se llevaron el cuerpo de Malaya… envuelto en una manta, pero lleno de amor.
Ningún padre debería enterrar a una hija. Y ninguna hija debería tener que converti