
22/09/2025
Lo llaman "el rana de Rafaela", aunque es conocido como verdadero Tato Ramírez porque Tato no es su nombre, es un alias. No es un simple asesor: es el guardián del acceso, el filtro obligado para quien pretenda hablar con la gobernadora. A su alrededor gravita un poder que no aparece en los organigramas oficiales, pero que se siente en cada pasillo. Tato no solo aconseja al oído de Rafaela Cortés, también se ubica a sus espaldas para pasar la factura de los favores que concede en nombre propio.
Ese es su juego: tramitar gestiones, abrir puertas, y luego exigir un asiento en el negocio. Se vende como el asesor estrella, pero entre el círculo íntimo de la gobernadora es detestado. Todos saben que se vale de aliados y bodegas digitales para atacar a quien percibe como amenaza, incluso si son compañeros de casa política. El guion siempre es el mismo: acercarse con halagos, sembrar confianza, y a la vuelta, clavar la daga por la espalda.
No es un rumor infundado. Sus artimañas han quedado expuestas más de una vez. El episodio más comentado fue el de Leidy Sánchez, exsecretaria de Prensa. Tato fue el autor intelectual de la narrativa que terminó en su despido, aunque públicamente se lavó las manos. Es un personaje de piel cambiante: se muestra de un solo color cuando lo miran de frente, pero muta, como camaleón, según convenga a sus intereses.
En los pasillos ya no se oculta el resquemor hacia él. Lo saben y lo dicen: Tato Ramírez es la pieza incómoda, el operador que construye poder en las sombras y cobra en la luz. Y, como suele ocurrir con personajes de esta calaña, no tardarán en salir a la superficie más daticos de “tatico”.