22/08/2025
La última viajante de una generación
Por: Dagoberto Acosta Pimienta
Especial Para Mí Norte.
En los años dorados del tercer decenio del siglo XX, cuando las mujeres aún no tenían derecho ni a soñar con las mismas oportunidades que los hombres, nace la tía Delfina, una mujer que se atrevió a desafiar las normas de una sociedad donde la educación para las mujeres era un lujo reservado para pocas, y donde las cartas de amor representaban el único uso de la escritura para ellas, Delfina supo ver más allá.
En un mundo donde el machismo imperaba como una doctrina inquebrantable, ella quería algo más: quería ser libre, quería enseñar, y por sobre todo, quería descubrir el mundo.
Era la época en que los padres no solo prohibían que sus hijas aprendieran a leer y escribir, sino que temían lo que una mujer educada pudiera llegar a hacer con esos conocimientos.
Las mujeres se formaban para cuidar el hogar, criar hijos, coser y tejer, y esperar un príncipe que las rescatara.
Las ciudades eran pequeñas, los campos eran muchos , con familias numerosas y la vida transcurría entre mercados llenos de ganaderos, agricultores, cazadores, pescadores y comerciantes. Pero, a pesar de todo, la tía Delfina no se conformó con ese destino que parecía tocarle irremediablemente.
Nació en un pequeño pueblo de Córdoba, donde la vida se hilvanaba con las manos ásperas de tanto pilar y se miraba al horizonte con esperanza.
Desde niña, mostró una inquietud y una curiosidad que la hicieron diferente a las demás.
A diferencia de muchas de sus contemporáneas, ella no solo soñaba con un hogar y una familia, sino con una vida más allá del campo.
Quería ser maestra, una mujer con conocimiento, con un futuro propio, con alas para volar.
A pesar de las dificultades económicas que limitaban muchas veces sus sueños, la tía Delfina no se detuvo.
Cuando terminó la primaria en su pueblo natal, la oportunidad de viajar a Ibagué le dio la esperanza de que la educación no era un privilegio de unos pocos, sino un derecho que debía conquistar.
Allí comenzó su formación, y desde ese momento, su vida tomaría un rumbo que muchos podrían haber considerado imposible.
En Ibagué, su espíritu luchador la llevó a superar las adversidades. Más tarde, viajó a Barranquilla, donde su vida dio un giro definitivo.
En la ciudad de la salsa, Delfina se convirtió en un referente, una joven que, sola y sin miedo, logró hacerse un nombre en el campo de la educación.
Se graduó como licenciada en educación en la Universidad del Atlántico, y allí, su vida profesional comenzó a florecer.
Pero la tía Delfina no era una mujer que se conformara con lo que ya había alcanzado.
Su espíritu aventurero la llevó a explorar el mundo. Viajó a Estados Unidos, conoció ciudades de Europa y España, y cada experiencia se sumó al rico bagaje de conocimiento que acumuló durante su vida. Sin embargo, a pesar de su éxito profesional y de su recorrido por el mundo, nunca abandonó su verdadera vocación: enseñar.
Durante muchos años, fue maestra en el Colegio Americano de Barranquilla, donde dejó una huella imborrable en varias generaciones de estudiantes.
Su pasión por la enseñanza y su dedicación a sus alumnos la convirtieron en una figura querida y respetada por todos.
No solo enseñaba filosofía, historia o lenguas, sino que, sobre todo, transmitía un amor por el conocimiento y por la vida misma.
Hoy, a los 95 años, la tía Delfina se encuentra en un momento delicado de su vida, luchando contra una peligrosa enfermedad llamada vejez, pero con la misma fuerza y determinación con la que enfrentó los desafíos de su juventud.
En Montería, la ciudad que eligió para retirarse, rodeada de su familia, sigue siendo un faro de inspiración para quienes hemos tenido el privilegio de compartir con ella.
Cuatro generaciones de personas tienen una deuda de gratitud con ella, porque, sin duda, la tía Delfina fue mucho más que una tía.
Fue una madre para quienes no la tuvieron, una abuela para quienes no la conocieron, y una guía para quienes tuvimos el honor de cruzarnos en su camino.
Hoy, cuando pienso en su vida, pienso en la esperanza, en la lucha constante por la libertad y la educación.
Delfina no solo fue una mujer que se hizo a sí misma, sino una pionera, una viajante incansable, que deja un legado de amor por la enseñanza y por el mundo.
En su vida, cada viaje fue una búsqueda, cada aula un refugio, y cada paso una victoria contra la adversidad.
Este homenaje que hoy le hago es solo un pequeño tributo a la gran mujer que ha sido.
La tía Delfina, la última viajante de una generación que luchó por algo más que por su propio bienestar: luchó por todas las mujeres que vinieron después, por todas las personas que, como ella, creen que la educación puede cambiar el mundo.
Que su vida y su legado sigan siendo el norte para todos los que la conocemos y hemos aprendido de ella.