19/09/2025
¡Ayy Curri! Qué recorrido tan memorable, y cómo lo recuerdo con una sonrisa. Esa vez que me perdí entre sus calles, pero con una cerveza en mano y el estómago dispuesto a todo, fue una de esas noches épicas que uno cuenta con risa y nostalgia.
Comenzamos en La Fortuna, en Barrio San José. Ese bar, que parecía detenido en el tiempo, con sus muebles tan viejos que me preguntaba si alguien les había puesto nombre, me dio la bienvenida con una vibra tranquila y relajada. El lugar perfecto para empezar sin prisas, porque ya sabía que lo bueno estaba por venir.
De ahí, nos fuimos a La Isabel. ¡Vaya cambio! El ambiente se encendió, la música subió, y ya empezamos a sentir el ritmo de la noche. Todo el mundo hablando, compartiendo historias, y de repente te ofrecen una bebida extraña, con una receta secreta que te explican con tanta seriedad que no puedes evitar reír. ¡Y cómo sabe bien!
El ánimo seguía alto, así que nos lanzamos al Español, donde la fiesta ya se desbordaba. Las risas eran más fuertes, las conversaciones más alocadas, y alguien, sin pensarlo, se atrevió a cantar a gritos. ¡Puro show! Y no podía faltar El Jimetre, donde el ambiente tan familiar hacía que incluso los Jimenez te saludaran por tu nombre, aunque ni siquiera conocieras a la mitad de los presentes.
Pero la verdadera locura comenzó en Los Chiflados. Ahí la noche se descontroló. Las risas se multiplicaban, las historias más desbordadas y uno no podía evitar pensar que la fiesta no tenía fin. Ese bar se convirtió en el alma de la noche, un lugar donde el tiempo parecía detenerse y las anécdotas se acumulaban como nunca.
A esa altura, el hambre ya hacía su aparición, y no había mejor remedio que El Pescadito. La sopa negra que preparaban ahí, ¡ni te cuento! Me acuerdo que me senté, pedí el plato, y sentí como si el mundo me diera un abrazo cálido. Y ese pescado entero… ¡Era todo un festín! La combinación de la sopa con el pescado fue simplemente mágica, como si estuviera en el paraíso culinario.
Después de tanta comida y bebida, necesitábamos movernos un poco. Así que nos fuimos a El Independiente y al pool de Jhonny’s. La competencia fue feroz, pero al final, como siempre, solo uno salió vencedor. Y si perdías, no pasaba nada, porque lo que realmente importaba era reírse de lo que acababa de pasar.
No podía faltar una parada en la Soda La Chismosa, que con sus plátanos maduros me devolvían
la energía. Y luego, nos fuimos a La Mary y La Tropicolor, sodas tan acogedores donde sentías que realmente pertenecías a algo. No eran solo lugares de comida, eran puntos de encuentro donde todo el mundo compartía una sonrisa.
Y claro, para rematar, las panaderías más legendarias: San Gerardo, la Merayo y la reina de todas, donde Mario. Recuerdo que me devoré una bolla dulce recién horneado, y por un momento, la vida parecía más dulce.
Recorrer Curri en mi mente fue como hacer un viaje en el tiempo, pero con un toque cómico. Cada rincón tenía su historia y cada historia era más loca que la anterior. Al final, lo único que quedaba claro es que esas noches, entre risas, comida, bebida y buena compañía, siempre serán parte de mis mejores recuerdos. Y lo mejor de todo es que todavía me río cada vez que lo recuerdo. ¡Qué tiempos!
¿Los recuerda usted?
¿Recuerda más lugares?
Orgullosamente curridabatenses
Orgullosamente costarricenses
Fotos: Fabio Muñoz