30/03/2025
Había una vez un que vivía en una pequeña madriguera en el rincón de una gran cocina. Era un ratón astuto, siempre buscando la manera de conseguir su comida sin ser atrapado. Un día, decidió salir en busca de algo delicioso. Mientras corría por la cocina, vio una gran pieza de queso sobre la mesa. Sin pensarlo dos veces, subió rápidamente, pero en ese momento, el gato de la casa apareció.
El gato, conocido por su habilidad para cazar ratones, se acercó sigilosamente, preparado para atrapar al ratón. Pero el ratón, al darse cuenta del peligro, le ofreció un trato:
"Querido gato, sé que eres muy hábil, pero tengo una propuesta que te beneficiará a ti también. Si me dejas ir, te prometo que te guiaré a lugares llenos de comida sin que tengas que perseguirme más."
El gato, intrigado por la oferta, pensó que tal vez podría ser una buena oportunidad. Decidió darle una oportunidad al ratón.
El ratón cumplió su promesa. Durante los días siguientes, guiaba al gato a lugares donde había montones de comida: pan, leche, trozos de carne. El gato ya no necesitaba cazar, pues el ratón lo llevaba a todo lo que quería, y a cambio, el ratón disfrutaba de una vida tranquila, sin miedo.
Pero, un día, el ratón, sintiéndose seguro de que el gato ya no lo perseguiría, trató de jugar con él de manera más audaz. Se acercó al gato con una gran sonrisa, y en un descuido, le dijo: "Ahora que somos amigos, ¿por qué no dejamos de lado los viejos juegos y vivimos juntos en paz?"
El , al escuchar esto, recordó lo que había sido su naturaleza desde siempre. En un instante, atrapó al ratón y le dijo: "Te he dado oportunidades, pero siempre fui un gato, y los gatos cazan ratones. No importa lo que me hayas ofrecido, tu naturaleza no cambiará."
La moraleja de esta historia es que, por más que intentemos cambiar o suavizar nuestra naturaleza, ciertos instintos siempre prevalecerán. Además, no siempre podemos confiar en las promesas de aquellos que tienen un interés oculto.