05/01/2025
Cuando el alma se entrega y el eco no responde
No todas las heridas sangran. Algunas se ocultan detrás de sonrisas forzadas, detrás de silencios prolongados, detrás de miradas perdidas que se quedan colgadas en recuerdos que nadie más entiende. No todas las heridas vienen del abandono directo, de un portazo o de un adiós rotundo. A veces, el daño más profundo nace de una presencia vacía. De alguien que estuvo, pero nunca te sostuvo. De alguien que te miró, pero nunca te vio.
Y es que uno puede sobrevivir a un adiós, incluso a la soledad. Pero es mucho más difícil sanar cuando te das cuenta de que mientras tú entregabas tu alma, tu tiempo, tus fuerzas… la otra persona apenas te ofrecía migajas. Esa desproporción no solo hiere: te desgarra lentamente.
Porque uno no siempre ama esperando lo mismo a cambio, pero sí espera honestidad, reciprocidad emocional, un mínimo de cuidado. Y cuando eso no llega, cuando todo lo que tú diste se pierde en un vacío, comienzas a cuestionarte. Te preguntas si valió la pena, si te faltó algo, si eras suficiente. Y ahí es donde la herida se vuelve más cruel: cuando el dolor te hace dudar de ti mismo.
Descubrir que tú eras quien más sentía, quien más se entregaba, quien más apostaba por algo que el otro apenas tomaba en serio, es una revelación que corta el alma. No porque esperabas una recompensa, sino porque duele darte cuenta de que mientras tú nadabas a contracorriente por conservar el vínculo, el otro apenas mojaba los pies.
Y así, el corazón se rompe en silencio. No por una pelea, no por un grito, sino por esa indiferencia constante, por ese “te quiero” que nunca se tradujo en actos, por esa ausencia emocional que siempre estuvo disfrazada de rutina. Por darte cuenta de que, en realidad, estuviste solo incluso cuando te decían que no lo estabas.
Ese tipo de dolor deja cicatrices invisibles. No se ven, pero pesan. Te cambian. Te vuelves más prudente, más reservado. No porque ya no sepas amar, sino porque has aprendido a no entregar tu alma a quien no sabe sostenerla. Aprendiste que el amor no es sacrificio constante, que no se trata de darlo todo esperando que el otro despierte.
Aun así, sigues. Aunque al principio te duela respirar, aunque al mirar atrás te queme la nostalgia, aunque no entiendas cómo pudiste dar tanto por alguien que nunca lo valoró. Sigues, porque al final descubres que ese amor genuino que diste habla más de ti que de la otra persona.
Y en ese momento, cuando dejas de culparte, cuando entiendes que no fue torpeza sino amor puro, encuentras paz. Porque amar de verdad nunca será un error. El error fue haber esperado que alguien roto por dentro supiera sostener algo tan entero como lo que tú entregabas.
Pero no te detengas ahí. No cierres tu corazón. Usa esa herida como brújula, no como prisión. Aprende a elegir mejor, pero no te niegues a sentir. Porque tu capacidad de amar, aunque a veces haya sido tu dolor, también es tu mayor tesoro.
R.Mejia