15/09/2025
—Papá, ¿me puedes dejar en la esquina?
—¿En la esquina? ¿Por qué mi hija?
—Es que… ahí ya me bajo. No tienes que entrar a la escuela tranquilo.
Él se quedó callado.
Miró el uniforme arrugado de su hija, la mochila rota algo raro.
y luego miró sus propias manos: llenas de pintura, con olor a solvente.
Manos de albañil. Manos de padre que lo dio todo.
—Está bien, hija… en la esquina no pasa nada.
La vio bajarse rápido.
Ni siquiera volteó a despedirse para nada.
Ese padre la había criado solo desde pequeña.
Desde que la madre se fue, cuando la niña tenía apenas tres años.
Trabajaba de lo que fuera.
Nunca tuvo lujos, pero nunca faltó comida.
Se las ingenió para ir a las juntas, para aprender a peinarla, para explicarle tareas aunque apenas supiera leer.
Se desveló en las fiebres.
Lloró en silencio cuando no pudo comprarle un regalo.
Se rompió la espalda por pagarle una escuela buena, aunque a él lo miraran con desprecio.
Y ahora… ahora que la hija era adolescente, lo único que pedía era que no la vieran con él.
—Papá, es que… tú no entiendes.
—¿Qué no entiendo?
—No sé… cómo te vistes, cómo hablas… la gente se burla.
—¿De mí?
—De ti… y de mí por estar contigo.
Esas palabras le dolieron más que cualquier golpe en el trabajo.
Esa noche, el padre no cenó nada.
Se quedó sentado solo, mirando una foto vieja:
Él, con la niña en brazos, el primer día de escuela.
Sonreían. Eran uno solo.
Ahora resulta que eran dos desconocidos.
Y aunque el padre quería gritar, reclamar, enojarse… solo suspiró.
Porque sabía que el mundo, tarde o temprano, le iba a enseñar algo a su hija:
Que no hay nada más valioso que el amor de alguien que lo dio todo por ti… sin pedir nada.
Moraleja:
Debemos saber que a veces, el amor más puro es el que más se desprecia.
Porque no viene en autos lujosos ni con ropa de marca…
Viene en manos gastadas, miradas cansadas y corazones que aprendieron a amar desde la ausencia.
Pero la vida da vueltas…
Y la que hoy se avergüenza…
mañana va a llorar por no haber abrazado más.