
28/08/2025
𝐃𝐨𝐜𝐭𝐫𝐢𝐧𝐚 𝐯𝐬. 𝐃𝐨𝐠𝐦𝐚𝐬
Por: Samuel Bautista Visil
La diferencia entre doctrina y dogmas es fundamental para comprender la esencia de la fe cristiana. La doctrina es aquello que Dios ha revelado en su Palabra: enseñanzas claras, firmes y eternas que orientan la vida del creyente. Es luz para el camino, verdad que no cambia con el tiempo, fundamento que sostiene la iglesia. Cuando hablamos de doctrina, hablamos de lo que la Escritura enseña sobre Cristo, la salvación, la gracia, la fe, la santidad y el reino de Dios. La doctrina no depende de consensos humanos ni de tradiciones culturales, sino que descansa en la autoridad absoluta de la Biblia.
El dogma, en cambio, suele ser una declaración impuesta por estructuras religiosas, muchas veces nacida de la interpretación humana. Puede contener elementos de verdad, pero corre el riesgo de sobreponerse a la Palabra, colocando cargas sobre las conciencias que Dios no ha establecido. El dogma tiende a ser rígido, excluyente y a veces se erige como una muralla que divide en lugar de edificar. De allí que, en la historia, los dogmas hayan generado divisiones, legalismos y, en ocasiones, desviaciones del verdadero evangelio.
Por eso, para la fe cristiana, la doctrina tiene mayor relevancia que el dogma. La doctrina es vida porque procede de la verdad eterna de Dios; el dogma, si no se sujeta a esa verdad, puede convertirse en un peso que debilita la fe. Jesús mismo confrontó los dogmas de los fariseos cuando ponían sus tradiciones por encima de la Palabra de Dios (Marcos 7:7-9). Él enseñó que lo que sostiene al creyente no son normas humanas, sino la verdad de su Palabra: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
En consecuencia nuestra fe no puede descansar en decretos humanos ni en estructuras que cambian con el tiempo. Necesitamos volver, una y otra vez, a la doctrina de Cristo, porque solo en ella encontramos guía segura, esperanza firme y salvación eterna. La doctrina no esclaviza, sino que libera; no divide en nombre de tradiciones, sino que une en el nombre de Cristo. Allí radica la verdadera relevancia para nuestra fe: abrazar la doctrina de la Palabra y discernir con humildad los dogmas que, si no están alineados con la verdad bíblica, deben ser desechados.