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21/12/2025
Tililín participa con los cocheros de San Pedro de Macorís en el gran desfile caravana por el  campeonato de las Esrella...
21/12/2025

Tililín participa con los cocheros de San Pedro de Macorís en el gran desfile caravana por el campeonato de las Esrellas Orientales en 1968

Textos tomado de las páginas 276 hasta la 285 de la novela Guaro, el cochero Tililín (novela ensayística e intrahistórica), de la autoría de Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo). Una obra literaria con 472 páginas, 99,804 palabras, 920 párrafos, y 13,579 líneas. Próximamente en el mercado literario.

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Esta nueva convocatoria era muy distinta a aquella de los tiempos de la tiranía, épocas inolvidables del jefe, cuando todos los cocheros de San Pedro de Macorís tuvieron que asistir al famoso mitin del millón de personas. El recordado "Desfile del Millón" en la entonces Ciudad Trujillo, un magno y regio evento trujillista realizado en la avenida George Washington conocida como el Malecón de la capital, ocurrió en octubre de 1960. Con aquel multitudinario desfile el régimen pretendió exhibir ante el mundo que contaba con amplio respaldo popular, ello, porque en agosto de ese año, la Organización de Estados Americanos conocida como la OEA, se reunió en San José, Costa Rica, decidiendo sancionar a Republica Dominicana por el atentado terrorista de junio de ese año en contra del presidente de Venezuela Rómulo Betancourt, que resultó con heridas y quemaduras de consideración en su cuerpo. Trujillo se encontraba asediado y aislado por los gobiernos democráticos. La presión era fuerte, su régimen se tambaleaba en un ambiente de tensión creciente.

Desfile de Coches. San Pedro de Macorís, 1950 Fuente de la imagen: AGN. Imágenes de nuestra historia.

En la lejanía de ese recuerdo escalofriante flotan aquellas palabras fastuosas y rimbombantes construidas para idolatría y lisonja por el entonces Sub Secretario de Estado de lo Interior del régimen; éste aprovechó la ocasión irrepetible para dejar claramente expuesto su hondo sentimiento trujillista, palabras que rápidamente fueron difundidas y reproducidas por los medios impresos de la época, controlados todos por la dictadura: “Mares humanos, gallardetes, estandartes, banderas, vítores, himnos, flores y otras expresiones del sentimiento nacional demostrarán que Trujillo y su pueblo constituyen una granítica unidad en donde palpita el corazón de la patria”, escribió José Ángel Saviñón, describiendo la convocatoria masiva al llamado “Gran desfile nacional". La asistencia a aquel acontecimiento fue conminatoria, constituía una obligación inexcusable a los ojos del sistema de dominación que promovía la participación como demostración de responsabilidad patriótica y dominicanista. Todos los empleados públicos, familiares de guardias y policías; empresas y fabricas privadas, tuvieron que acudir obediente a respaldar con su presencia a Trujillo y su gobierno; una concurrencia forzada bajo amenaza punitiva. Aquel acontecimiento le produjo un trauma emocional no solo a Tililín si no a muchos de sus colegas de oficio, por lo que ocho años después al ser nuevamente convocados los cocheros a participar en un desfile de festejo, todo su cuerpo se estremeció y de inmediato recordó aquel octubre de 1960, durante la “Era Gloriosa”, ocasión en que la tiranía más que una invitación hizo un llamado de obediencia autoritaria emanada del poder dominante.

Imágenes del famoso Desfile del Millón de Trujillo el 24 de octubre de 1960, en el Malecón de la capital, puede verse en el Palco Presidencial, de Izquierda a derecha Angelita Trujillo Martínez , María Martínez de Trujillo , Rafael Leónidas Trujillo Molina, el presidente Héctor Bienvenido Trujillo Molina, el vicepresidente Dr. Joaquín Balaguer, y el secretario de las Fuerzas Armadas. Detrás se observa la Plana mayor de las fuerzas Armadas de la nación Fuente: Life Magazine. Texto y fotos tomado de IMÁGENES DE NUESTRA HISTORIA.

La mayoría de los que acudieron al histórico desfile trujillista lo hicieron bajo miedo y temor a represalia en su centro laboral o en su barrio, el régimen desarrollaba una vigilancia celosa, el caliesaje era amplio y constante. Todo régimen absolutista se caracteriza por su estilo paranoico, obliga al pueblo a que lo respalde, es una simpatía sustentada en la manipulación psicológica, el chantaje y el terror.

Tililín rememoró en su interior aquella participación obligatoria al desfile, ordenársele a los cocheros acudir a esa masiva revista de civiles, guardias y policías, convocado por el jefe y su partido de la palmita, llamándola la gran parada del millón, del 24 de octubre de 1960, Día de San Rafael, fecha de celebración del natalicio del “Benefactor”; aquel ajetreo fue todo nerviosismo. Los cocheros petro-macorisanos asistieron nerviosos, con desconfianza y mudos, pues cualquier expresión de inconformidad se pagaba con una delación que producía detención, tortura y el as*****to.

Años antes, en 1950, lo cocheros de la ciudad habían participado en un desfile en respaldo al gobierno de Rafael Leónidas Trujillo.

Mientras Tililín iba en el barco que vino al puerto local a cargar coches, caballos y conductores, que participarían en la actividad oficial, uno de ellos, al que los demás no le tenían confianza, cuchicheaban que era calié, comenzó a hablar de la inauguración de los edificios de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo libre, cinco años atrás, en 1955, en cuya inauguración se celebró otro gran desfile parecido, conmemorando el vigésimo quinto aniversario del inicio de la Era del mesiánico. El gobernante conmemoraba sus hazañas en grande sin reparar en costo de dinero.

Todas esas conmemoraciones eran acompañadas de parafernalia escandalosa cuyo objetivo principal era hacer propaganda de los atributos y bondades del dictador. Cada vez que los funcionarios del régimen invitaban a una actividad había que asistir obligatoriamente, no hacerlo exponía al convocado a una situación peligrosa. Tililín no era un político activo, además, sentía temor por la integridad física de él y su familia. Era un hombre con una mentalidad conservadora, se acomodaba a la situación imperante, nunca estaba en oposición, acataba lo que dijera u ordenara el gobierno de turno. En esta ocasión esta participación de los cocheros tenía un motivo especial de festejo y disfrute: Las Estrellas Orientales habían conquistado el campeonato de béisbol otoño-invernal 1967—1968.

Este nuevo llamado a desfilar era distinto, no produjo el pavor de la época de la dictadura, todos estaban deseoso de participar, los animaba un interés de cooperación participativa. No había que temer como en el pasado, esta comprensión despejó sus dudas, aunque llevaba clavado en su memoria aquel desfile de exaltación al jefe. Ahora transcurría el año de 1968, el triunfo oriental los convidaba, el histórico hecho de que el conjunto de los verdes elefantes había conquistado la corona de béisbol 1967—68, al vencer a los rojos capitaleños, el miércoles 14 de febrero de 1968, Día de San Valentín, del Amor y la Amistad. Semanas antes, el 21 de enero, el conjunto oriental había ganado la Serie Regular (36 JG, 18 JP, 3 JE, con 667 de average), cuando Larry (León) Dierker (4-1) derrotó al Escogido 5-1.

Imágenes que muestran diferentes escenas y posiciones recogiendo los alegres momentos cuando el conjunto de beisbol profesional Estrellas Orientales, representativo de la provincia, conquistó su segundo campeonato en la campaña 1967-68, luego de lograrla en el año de 1954.

Con entusiasmo y alegría los cocheros de San Pedro de Macorís acudieron al llamado y se integraron al gran desfile festejo por aquella hazaña deportiva. Gentes de todas las edades, hombres, mujeres, niños y ancianos, algunos llevaron sus mascotas; también participaron centenares de jinetes montados en brillosos y atractivos corceles debidamente entrenados, liderado por el popular Kalil Haché y cuya presencia acaparó las miradas de los miles de entusiastas fanáticos. Vinieron personas de localidades cercanas y lejanas a disfrutar de la algarabía y ser parte del jubiloso bullicio del pueblo.

En ese encuentro victorioso, el refuerzo norteamericano Lawrence Edward Dierker (Larry Dierker), lanzó 9 entradas, teniendo el respaldo defensivo del torpedero Ted Kubiak y del antesalista Rigoberto Mendoza, quienes realizaron brillantes atrapadas. Habían transcurrido catorce años del memorable batazo producido por Bell Arias que le dio el campeonato al equipo verde en 1954.


Ese campeonato, 1967—68, fue apoteósico, quedó registrado con letras de oro en la historia deportiva de la ciudad. Siempre se recuerda a su manager, el cubano Antonio -Tony- Pacheco, bajo cuya dirección el conjunto verde salió triunfante en la serie regular con 38-22, y ganando luego la serie final.

Al frente del grandioso desfile iba la reina, seguida de los componentes del conjunto ganador, su mánager campeón, el cubano Tony Pacheco, los bateadores Ricardo Carty, Harold King, Rafael Batista, Ted Kubiak, José Vidal Nicolás, Chico Ruíz, Rigoberto Mendoza, Félix Santana, Ron Davis, Jaime Davis, y Doc Edwards.

En la caravana de la celebración también asistieron sus lanzadores estelares Silvano Quezada, Jim Ray, Danny Coombs, Larry Dierker, Federico -Chichí- Olivo, y el estelar cubano de Grandes Ligas Mike Cuéllar.

Los cocheros recorrieron todo el trayecto de aquella caravana del triunfo verde atestados de gentes, fue tan fuerte la carga que al otro día varios coches fueron llevados de emergencia a los talleres de reparación. El coche de Tililín fue de los afectados, la avería lo alejó de esa labor por varios días hasta que su amigo, el viejo Mané Santana, le entregó su coche arreglado.

Guaro Tililín satisface la ambición de  ser cochero  en San Pedro de Macorís; nombres de  los cocheros más conocido.Nota...
20/12/2025

Guaro Tililín satisface la ambición de ser cochero en San Pedro de Macorís; nombres de los cocheros más conocido.

Nota: texto tomado de las páginas 248 hasta la 253 de la novela Guaro, el cochero Tililín (novela ensayística e intrahistórica), de la autoría de Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo). Una obra literaria con 472 páginas, 99,804 palabras, 920 párrafos, y 13,579 líneas. Próximamente en el mercado literario.

Cuatro cocheros famosos: de izquierda a derecha, José Enrique Solano (José Caretey), Carlos Matos (Quinipín), e Hipólito Dormua o Dermoit (el francés), y Bachilá.

Dos meses después de estar insistiendo y presionando a Mané Santana, el propietario de la cochera, Guaro Tililín ejercía el oficio de cochero, convirtiéndose en un nuevo mayoral en la ciudad San Pedro de Macorís. Esta condición requeriría de habilidades y destrezas en la función de la misma tarea, las cuales, serían el resultado de experiencia acumulada a lo largo del desempeño calificado. Al inmiscuirse en el asunto estaba obligado a hacer empatía con los colegas del oficio, darse a conocer, abrirse paso para conseguir clientes y desarrollar buenas relaciones con los colegas cocheros, socializando con ellos, adentrándose en el meollo de esa ocupación pintoresca, para lograr conseguir una acreditación de identificación propia, entre otras de las condiciones exigidas por ese medio laboral, necesario para ganarse la confianza de sus iguales y de quienes procurarían sus servicios, era de obligación concursar ante los demás mostrando una buena apariencia, llamar la atención personal en el desempeño cocheril, entre otras de las características inherentes de la ocupación emprendida por Guaro Tililín. Así tendría una presencia particular en la función asumida.

Previos a los días en que Guaro Tililín logró su objetivo de engancharse a cochero ejecutó algunas jornadas de subsistencia; consiguió ser aguatero de un barco estacionado en el puerto que cargaba azúcar; ayudante de un nuevo conocido, Nenito, un pintor de brocha gorda durante una semana, recibiendo la recompensa de dos peso; hizo de supervisor en la descarga de sacos de arroz y otros artículos alimenticios en el almacén de don Lolo Cabrera, donde se presentó un día en busca de trabajo visiblemente desesperado por su penuria económica, y por último, cobraba las partidas de un salón de billar, cuyas discusiones ruidosas en el curso de las jugadas y las polémicas entre fanáticos del baseball o béisbol, lo mareaban y ponían los nervios de punta, labor ésta que le ocasionaba malas noches; las apuestas en el juego de billar se prolongaban hasta horas de la madrugada. Realizó estas tareas obligado por la necesidad de dinero para comer y pagar la habitación que tenía rentada.

Una vista de oeste a este de la Av. Independencia, década de los años 40, se puede observar al fondo, el desplazamiento de coches tirado por caballo.

Algo que favorecía a Guaro Tililín era su peculiar forma de socializar con las personas, en particular con sus clientes. Desde que se le montaba uno en su coche lo involucraba con sus cuentos salpicados de suspensos interpretativos, claro que más del 90 de lo que decía eran sacadas de su imaginación bromista, pero sus usuarios se entretenían y por eso les agradaba contratar sus servicios.

En los primeros días de labores Guaro Tililín hizo una radiografía esquemática de la personalidad social de sus colegas de oficio, así supo los nombres de los más sonados y respetados que se dedicaban a esa tarea de servicios por años: Mazeroski (el que tenía los cojones amarillos); Felino, William Frasis (Viejo Willis), quien gozaba de prestigio por ser el cochero preferido del afamado médico alemán Carl Theodor Georg (Míster Georg); José Enrique Solano (José Caretey); Bonivo, quien por su parecido físico con Caretey frecuentemente lo confundían con éste; Adolfo el Primo, Hipólito Berroa (Polito), de origen puertorriqueño; Charlie Bachelor, Ernesto Torre, también de ascendencia puertorriqueña; José Altagracia Prieto, quien por lo regular servía a la familia Morey y a un alemán que tenía un negocio frente a la popular tienda de miscelánea y bazar de Tulio Núñez, ubicada en la avenida General Cabral casi esquina Duarte, en el centro de la ciudad.

Cuatro cocheros famosos: de izquierda a derecha, José Enrique Solano (José Caretey), Carlos Matos (Quinipín), e Hipólito Dormua o Dermoit (el francés), y Bachilá.

Igualmente eran cocheros, Don Silvano, Guarachita, Bachilá, Moningo, Callejón, Alberto Gómez, Juan Sánchez Mulé, Dolmoré, Perucho, Luis Paludismo, Viejo Arrendel, Benechea, Juaniquito Félix, Julio Botica, Cirilo Brook, (un inglés o cocolo peleón), Cómono, Capitán (otro inmigrante inglés o cocolo que residía en la calle presidente Jimenes del barrio Miramar, entre la Eusebio Payano Molano y Elías Camarena), Lino Torres, Ronaldo Felipe, y Monimbo.

También, Cayetano Arroyo, Pablito el gustoso, Ramón colorao, Ulises el mujeriego, Santo el pinto, José el calvo, Yural el guloya, Ramón Morales (don Ramón el de Playa), don Sergio, Manuel Emilio, Hipólito Dormua o Dormua (el francés); los mellizos José y Pedro, que vivían en el Casón de madera conocido como Rancho Grande, en Placer Bonito; Vilo el rápido, Ángel Mencía, el marido de Dolores la cibaeña; Tito El Tuerto, Mateo Abad; Santos Brea, Darío Florentino (Urco), Cayetano Arroyo (Tango), Emilio Colón, Esteban Santo Brea, alias el piadoso; Johnny Philips, el locuaz Carlos Matos (Quinipín); Víctor Borrell y Ernesto Torre, ambos de origen puertorriqueño, al igual que Luis Borrell el propietario de más de una docena de guagüita del transporte urbano (concho), las cuales les decían cuca o cuquita, entre otros conocidos cocheros del pueblo.

Esos eficientes cocheros se granjearon respeto y admiración no solo de los clientes que contrataron sus servicios exclusivos sino de la mayoría de las personas que lo conocieron, regularmente eran hombres apacibles, comedidos y puntuales en los servicios que prestaban.

19/12/2025

El sombrero de Guaro Tililín

Texto tomado de las páginas 265 hasta la 268-de la novela Guaro, el cochero Tililín (novela ensayística e intrahistórica), de la autoría de Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo). Una obra literaria con 472 páginas, 99,804 palabras, 920 párrafos, y 13,579 líneas. Próximamente en el mercado literario.

Desde muy joven gustaba a Guaro Tililín lucir un sombrero sobre la cabeza, aprendió de su progenitor que colocarse esta prenda representaba respeto. Conforme a su predilección le encantaba ponerse el de fieltro y ala corta. En aquellos tiempos este adorno a distancia en la cabeza de hombres y mujeres les daba un toque llamativo. La popularidad de este hábito fue tan inmensa que existían tiendas exclusivas y muchas fábricas dedicadas a su fabricación. La historia del sombrero es fascinante, se remonta a miles de años atrás. Con el paso de los tiempos ha tenido diferentes adaptaciones y modificaciones acorde a cada época y a la intención protocolar de su diseño. En 1797 John Etherington inventó el de copa, que se usaría como ritual para saludar a las damas. Su aparición fue chocante, la alta sociedad entendió que significaba una chimenea alta y negra, ridiculizando al que se lo ponía, por lo que su inventor fue acusado de escándalo público y arrestado. No obstante, aquel inconveniente, meses más tarde, en el mismo 1797, se convirtió en un éxito.

A lo largo de su historia se han confeccionado varios tipos de sombreros con características distintivas, tenemos el Fedora, que es de fieltro, ala mediana o ancha, el cual se convirtió en accesorio preferido de Al Capone y los más renombrados gánsteres durante la década de 1920 al 1930, era el look, la imagen, que lo distinguía, así son exhibidos en las películas de Hollywood. Asimismo, tenemos el sombrero de Panamá, que es muy delicado, confeccionado a manos, su nombre le vino porque fue ampliamente usado durante la construcción del Canal de Panamá, 1904 —1914, en donde el personal se lo ponía para mitigar el implacable sol; el Cordobés, se dice que su uso se inició en el siglo XVII, sin embargo, se generalizó durante los siglos XIX y XX, su nombre le viene porque su fabricación comenzó en la ciudad de Córdoba, España; el Canotier, un sombrero creado en 1880, finales del siglo XIX, ideado para las épocas de verano en Francia, popularizado por los gondoleros de Venecia, los cuales les colocaban un cinta larga, diferenciándose de los oficiales de La Marina, más tarde, en el siglo XX, se convirtió en el distintivo de algunos colegiales en América; el sombrero de vaquero o Cowboy, de copa alta y ala ancha, cuyo uso define al vaquero norteamericano; el Porks, un sombrero parecido al pastel de carne de cerdo, fue creado en Londres en 1830, aunque originalmente los primeros modelos fueron diseñado para mujeres, rápidamente se convirtió en una marca para hombres, por preferirlos; el Trilby, nombre que le viene de la obra de teatro "Trilby", a finales de 1890; una escenificación basada en la novela Trilby, de George du Maurier (1834-1896, reconocido autor y caricaturista francés. Las mujeres no se quedaron atrás, entraron en la competencia de ese lujo, para ellas fueron confeccionados los sombreros Cloche y Vintage de paja, llamado también Victoriano, es posible que este último nombre le vino porque las monarcas, duquesas, y mujeres aristócratas, de la alta sociedad, lo exhibieran con utilidad de clase, su historia parte del año 1890; la moda de su uso tomó ribetes culturales. El Cloche adquirió fama social en la década de 1920-1930, siendo diseñado por la francesa Caroline Reboux,1840-1927, convirtiéndose en una prenda femenina trascendente. En épocas remotas de la historia apareció un sombrero de tres picos usado especialmente en los siglos XVIII y principios del XIX; también el bicornio por tener dos puntas. En suma, el sombrero ha tenido diferentes diseños epocál adaptándose a la necesidad de su uso, sea protegerse del sol y la lluvia o como etiqueta de representatividad personal, valorando siempre las preferencias de los adquirientes. Desconociendo la variada historia del sombrero, Tililín hizo del sombrero un uso rutinario de marca personal, más por el de su preferencia: de fieltro, que, sin saberlo, en el pasado fue prenda de nobles y soberanos, en su caso simboliza cierto estatus social, y la ostentación de poseer una profesión determinada, obligando miradas de respeto hacia quien lo porte. Los de Fieltro y Panamá eran los modelos preferidos por los hombres dominicano.

Guaro Tililín y el carrocero y tapicero Mané SantanaTexto tomado de las páginas   241 hasta la 247de la novela Guaro, el...
17/12/2025

Guaro Tililín y el carrocero y tapicero Mané Santana

Texto tomado de las páginas 241 hasta la 247de la novela Guaro, el cochero Tililín (novela ensayística e intrahistórica), de la autoría de Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo). Una obra literaria con 472 páginas, 99,804 palabras, 920 párrafos, y 13,579 líneas. Próximamente en el mercado literario.

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Mané Santana estaba fajao y sudoroso dándole los toques finales a un nuevo coche de los que fabricaba para entregárselo a un cliente. Llevaba más de veinte años dedicado al delicado oficio de fabricar coches de madera forrados de hule y sostenidos por dos ruedas con llantas de goma sobre un aro de hierro y una caja suspendida en correas, más dos portezuelas laterales, dos ventanillas de cristales a ambos lados, una capota abatible, sus frenos, dos faroles de aceite para alumbrar durante el desplazamiento nocturno, además, un asiento al lado del conductor y otro más extenso en la parte de atrás para dos o tres personas, según su volumen corporal. Desde su adolescencia, entre los doce y catorce años, estaba en esos quehaceres. Aprendió el oficio cuando su padre Víctor Santana lo metió de aprendiz en el taller del inglés Samuel Ferdinand para que aprendiera algún oficio, bajo la sabia y exigente enseñanza técnica del maestro se formó en esa tarea, adquiriendo conocimiento y desarrollando experiencia práctica que lo hicieron ocupar el espacio del viejo maestro. No defraudó ni al maestro Ferdinand ni a su padre. Al igual que él, en la ciudad operaban otros dos talleres dedicados a lo mismo, la exigencia de la competencia lo obligaba a ser puntual y entregar los trabajos con calidad reconocida. En esos días de verano la lluvia no cesaba creándoles inconvenientes y retrasándoles los encargos.

Al estar concentrado en su función habitual no se percató que, parado detrás suyo, estaba un joven observándolo muy calladito, empero, el reflejo humano tiende a activarse como instintivo defensivo, por lo que Mané Santana se giró bruscamente y cuestionó al visitante, primero con una mirada de dardo y luego diciendo en alta voz.

— ¿Dígame que busca usted aquí, ¿qué quiere? Le preguntó al intruso, quien, sorprendido, dio un paso a la izquierda.

Guaro Tililín lo miró avergonzado, no se esperaba la rápida reacción del carrocero y talabartero Mané Santana, hombre respetado en ese oficio.

—Perdóneme usted, no quería perturbarlo, solo miraba su trabajo, lo admiro, tiene usted fama de serio y capaz en eso, —respondió un poco turbado y nervioso por el giro inesperado de Mané, Guaro Tililín, quien con su presencia interrumpió la labor que éste realizaba.

Pasado algunos segundos de reciproca tensión nerviosa el veterano fabricante de carruaje de madera detuvo su labor y le prestó la debida atención y cortesía al visitante. Se imaginó que estaría allí para comprarle o alquilarle un coche. Entre ambos individuos se entabló un interesante diálogo de negocio. Mané Santana seguidamente le presentó su oferta de ventas y alquiler de coches de caballo.

Guaro Tililín lo escuchó con atención reverente. Mané le dijo que en ese momento no disponía de ninguno.

—Este que estoy terminando ya está comprometido de palabra para alquilarlo, por lo que si desea el suyo deberá esperar unos días más, —le dijo Mané.

Tililín no se atrevió a proponerle comprar ni alquilar, no disponía de dinero para hacer ese negocio en ese instante.

Comprendió durante la conversación que le sería difícil obtener un coche en pocos días. Por el momento se circunscribió a escuchar cómo funcionaba el negocio de Mané. Guaro Tililín se despidió dándole las gracias por su atención, prometiéndole que volvería debido a que le interesaba alquilar uno.

El apurado y necesitado Guaro Tililín continuó visitando el garaje y taller de coches de Mané. En su apuro e interés inició una ardua labor de persuasión y convencimiento buscando la forma de sensibilizarlo. Le daba largas peroratas tratando de persuadirlo y ablandarlo para que cediera a su deseo, contándole cuentos e historias para ganárselo.

Como siempre le sobraba tiempo en su rutina exploradora de la ciudad Guaro Tililín visitaba el taller de Mané, con el cual se desahogaba explicándole las incidencias del billar que cuidaba, había obtenido ese empleo por intermedio de un vigilante de una tienda de zapatos con el que Abejita lo relacionó; debemos recordar que el célebre Abejita fue el primer amigo que hizo Guaro Tililín en el pueblo, lo veía con frecuencia en su ir y venir por el centro comercial buscando trabajo.

Le decía con dramática elocuencia a su nuevo amigo Mané que su temperamento no estaba formado para bregar con las personas escandalosas que acudían a jugar su partida en el billar, además, que los seis pesos mensuales que le pagaban no le alcanzaban para nada ni compensaba las malas noches que sufría. Le reiteraba su necesidad de hacerse cochero, ilusionado de que por esa vía saldría adelante. Su obstinación contribuyó a suavizar el corazón del amigo fabricante de coches de caballo.

Cada vez que Guaro Tililín acudía al taller de Mané no cejaba de hablar, de contarle historia y hacerle cuentos; hablaba y hablaba, decía mucha caballá sin parar con una elegancia empírica sugestiva, se asemejaba en su expresiva verborrea a Cantinflas o Tres Patines. Quizás y sin proponérselo, esas visitas frecuentes a Mané se convirtieron en un teatro de ensayo para desarrollar una verbosidad encantadora, que luego sería su artística identidad personal, la de un parlanchín de gracia entretenida.

Una tarde y en medio de sus decires fantasiosos le hizo una oferta inesperada al dueño de la cochera. Le propuso: —yo se lo alquilo no por el 65% para usted y el 35 restante para mí, no, yo le propongo el 75% para usted y el restante 25% para mí, y cubro la alimentación del caballo en la cochera.—

El propietario en principio dudó, pero la insistencia del ofertante que no paraba de argumentar sus razones, provocando discusiones de oferta y contra oferta, gaje del negocio, lo sacó de su postura y finalmente aceptó la propuesta que le hizo Guaro Tililín. Mané lo miró con ojos compasivos y finalmente acepto más por solidaridad humana que por los beneficios de la renta la propuesta presentada. Guaro Tililín lo había conmovido al narrarle su odisea y procedencia lejana hasta arribar a San Pedro de Macorís y el apuro en conseguir un buen trabajo. Además, todo negocio tiene su riesgo.

El bueno de Mané Santana cayó rendido ante las historias que le contaba el joven aspirante a cochero, quien, además, decía frases de elogio por su trabajo, nunca antes ningún aspirante a ese oficio lo había adornado de tantos piropos. Entre los dos se inició y desarrolló una amistad profunda y dilatada.

Guaro Emmanuel Sención Duval, alias Tililín, tenía la tez clara, una altura de 5 pies y siete pulgadas, cabello crespo, un bozo discreto y una dentadura perfecta. No fumaba, no tenía vicio alcohólico, ocasionalmente tomaba una taza de café si lo invitaba un cliente importante o una amiga que le interesaba para algún propósito especial a la que le daba algo de dinero para que le hiciera un jugo de limón o de toronja; guayaba, cereza o tamarindo. Gustaba enamorarse para desafiar su capacidad conquistadora y contrarrestar la indiferencia del desdén, y cuando alguien lo cuestionaba por sus constantes piropos a las féminas respondía: —amigo, eso es lo único que uno se lleva de esta vida, esa gozá de sacudida y temblores fugaces, y si lo hace bien, las mujeres te recuerdan con fama, ja, ja, ja, reía.

En su lucha por la vida se había destapado como un buen parlanchín, elocuente, con una verborrea seductora imparable. La necesidad lo había convertido en un experto en eso de hacer cuentos e inventivas para sobrevivir. Asombraba su facilidad fantasiosa, quien lo escuchaba se rendía atraído por sus argumentos envolventes.

Indicamos que el hule utilizado en aquella época para forrar los coches de madera era un material plástico y elástico obtenido desde el caucho, árbol al que se le saca la savia, sustancia que se logra calentando el jugo lechoso, proceso llamado vulcanización, permitiendo su conversión en azufre, de el que se saca el látex, como resultado de su transformación vulcanizada. Con el caucho también se fabrican las gomas de los vehículos, bicicletas y motocicletas y demás equipos de transportes hasta que apareció el petróleo, de cuyo desarrollo productivo se derivan cientos de artículos manuales e industriales, incluyendo el plástico y otros productos comerciales.

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17/12/2025

Contra la felonía peledeísta, ni un paso atrás

Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo).

San Pedro de Macorís, miércoles 16 de diciembre 2020.- El tinglado de felonía, robos, corrupción, delincuencia, saqueos, pillajes, mafias y tráfico de influencia, del entramado de la asociación delincuente y criminal de la administración de los gobiernos del PLD (Leonel Fernández y Danilo Medina), carecía de todo escrúpulo y pudor, sus autores intelectuales y materiales extendieron sus nefastos tentáculos destructivos, voraz e insaciables, en todos los Ministerios y Direcciones; contaminaron y degradaron con sus actuaciones inmorales y anti ética el gobierno y el Estado dominicano, convirtiéndolos en una especie de propiedad personal y grupal a su servicios e intereses dominantes, algo sin parangón en la historia de los gobiernos del país. El daño perpetrado por este grupo de canallas, perversos y anti sociales, a la institucionalidad del país ha sido catastrófico; sembraron la cultura de la corrupción del erario público como una normalidad en el ejercicio público, su flagelo repercutirá por más de 30 años. Su Era administrativa será siempre recordada con dolor traumático e indignación histórica.
Cárcel y recuperación de todo lo robado es el clamor de la sociedad y del pueblo consciente que no se deja manipular ni chantajear por las bocinas y plumíferos, cómplice de sus actos, y que también se enriquecieron; se hicieron multimillonarios participando del festival del pillaje, recibiendo pagas fabulosas por su pronunciamientos y escritos justificando y defendiendo el crimen contra la patria.

(Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo)

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Calle Heriberto Penn No. 3
San Pedro De Macorís

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