06/11/2025
"El suspiro de Canela"
La lluvia caía con una tristeza que parecía eterna. Bajo una caja de cartón empapada, temblaba un gatito color miel, con los ojos cerrados y el cuerpo tan frágil que parecía hecho de suspiros. Nadie lo había visto. Nadie lo esperaba. Pero esa noche, en una esquina olvidada de Santo Domingo, el destino decidió que Canela no sería invisible.
Doña Milagros, una señora de voz dulce y pasos lentos, lo encontró al volver del colmado. “Ay, mi niño, ¿quién te dejó así?” murmuró, envolviéndolo en su pañuelo como si fuera un tesoro. Canela no maulló. Solo se acurrucó, como si supiera que por fin alguien lo había elegido.
Los días siguientes fueron una mezcla de leche tibia, mantitas viejas y caricias que curaban más que cualquier medicina. Canela no caminaba bien. Tenía una patita torcida, y los vecinos decían que no iba a sobrevivir. Pero Doña Milagros le hablaba cada noche como si fuera su nieto perdido, contándole historias de mariposas que aprendieron a volar con alas rotas.
Un día, mientras ella tejía en el balcón, Canela dio su primer salto. Torpe, sí. Pero lleno de vida. Y desde entonces, cada paso fue una pequeña victoria. Se convirtió en el guardián del callejón, el consuelo de los niños tristes, el compañero de los abuelos solitarios. Su cojera nunca desapareció, pero su espíritu iluminaba como si caminara sobre estrellas.
Años después, cuando Doña Milagros partió, Canela se quedó en la misma esquina, bajo el mismo balcón. Y aunque ya no tenía a quien esperar, cada vez que llovía, se metía bajo una caja de cartón, como si recordara que los milagros empiezan en los lugares más humildes.