19/08/2025
"Un millonario llama para despedir a una señora de la limpieza, pero quien contesta es una niña y dice: ""Señor, por favor, no despida a mi mamá. Si lo hace, no vamos a tener nada para comer.""
Esa frase, tan simple y poderosa, lo cambió todo.
La reacción del empresario fue inesperada.
Leticia entró a la oficina grande del piso más alto con la misma rutina de siempre, empujando su carrito de limpieza con la cola de caballo mal hecha, la blusa deslavada por tantos lavados y las manos un poco rojas del cloro.
Era temprano, las 7 de la mañana.
Todavía no llegaban los jefes y eso le gustaba, porque podía limpiar tranquila, sin que nadie la mirara como si estorbara.
Ese día, sin embargo, andaba más distraída que de costumbre.
Camila, su hija, había despertado con fiebre en la madrugada y no había dormido casi nada.
La dejó con la vecina de al lado y le prometió regresar rápido.
En su mente solo pensaba si la niña estaría bien, si ya se le habría bajado la temperatura o si la señora Letti, su vecina, le habría dado el jarabe como le indicó.
Por eso, al entrar al despacho de Esteban Ruiz, el dueño de toda la empresa, ni siquiera se detuvo a mirar el lugar como siempre.
Ese cuarto imponía.
Tenía sillones de piel, muebles que brillaban como si nadie los usara y un olor raro, como a puro caro y perfume que no se vende en tiendas normales.
Leti puso su música bajito, la de cumbias viejitas que le alegraban el día, y se puso a trapear de un lado a otro.
Limpiaba rápido porque ese día tenía que salir antes.
Pero mientras pasaba el trapo por debajo del enorme escritorio de vidrio, sin querer movió con la escoba una de las esquinas del mueble.
Ni siquiera sintió que empujó algo, solo escuchó un ruido seco como de algo pesado golpeando el suelo.
El corazón se le paró. Volteó despacio y ahí lo vio.
El cuadro, uno grande con marco dorado, de esos que parecen más importantes de lo que en realidad son.
Estaba de lado, recargado contra la pared, con el vidrio estrellado en una esquina.
No estaba roto por completo, pero sí tenía una rajada clara.
Y ella sabía, lo sabía bien, que ese cuadro era especial para el jefe.
Siempre lo veía colgado justo atrás del sillón principal, como si estuviera ahí no más para que todos lo notaran cuando entraban.
Leti se acercó con las manos temblorosas.
No quería ni tocarlo, pero tampoco podía dejarlo tirado.
Lo levantó con cuidado, revisando los bordes.
Estaba más pesado de lo que pensaba.
Lo apoyó contra la pared como estaba antes, tratando de acomodarlo igualito, aunque sabía que se notaba el daño.
Se quitó el guante y lo limpió con la manga del suéter.
El vidrio tenía polvo y esa rajadura que parecía como una grieta en forma de rayo.
Su respiración era cortita, como cuando estás a punto de llorar, pero no puedes porque estás en público.
Miró hacia la puerta.
Todavía no llegaban los otros empleados.
Agarró el trapito seco y lo pasó rápido por el escritorio, por los sillones, por todo, como si así pudiera distraer la atención de lo que había pasado.
Pensó en reportarlo, pensó en ir con la supervisora, con doña Rosa y decirle lo que pasó, pero luego pensó en Camila, en que ya le habían dicho que la próxima falta o el más mínimo error y se quedaba sin trabajo.
Y ese trabajo, aunque mal pagado, aunque fuera pesado, era el único que tenía.
No podía arriesgarse, ¿no? Ahora entonces hizo algo que no le gustaba hacer, fingir.
Fingió que nada pasó, que el cuadro estaba igual, que no se cayó, que nadie lo tocó.
Terminó de limpiar apurada, sin mirar atrás, con el estómago hecho n**o.
Cada paso hacia la salida le pesaba más.......
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