
13/07/2025
Por más de un siglo, la educación mexicana ha mostrado una alarmante inmovilidad. A menudo inadvertida, la disparidad con el sistema estadounidense es profunda.
En territorio mexicano:
Casi la mitad de las instituciones educativas públicas carecen de conexión a la red de saneamiento.
Una tercera parte no dispone de suministro de agua apta para el consumo.
Miles de planteles escolares no cuentan con servicios sanitarios básicos, y algunos incluso operan sin electricidad.
En contraste, en la nación estadounidense:
Incluso una escuela pública de nivel medio puede ofrecer instalaciones como una piscina olímpica,
un gimnasio cubierto,
campos deportivos profesionales para fútbol y fútbol americano,
y aulas equipadas con climatización, proyectores de video y equipos informáticos.
En México:
Las familias asumen el costo de cuotas escolares,
deben proveer artículos de higiene como papel sanitario, realizar la limpieza de las aulas,
e incluso contribuir económicamente para el mantenimiento de la infraestructura, como pintura o reparación de baños en escuelas sostenidas con fondos públicos.
En cambio, en Estados Unidos:
El gobierno destina una inversión anual superior a los 8 mil dólares por cada estudiante de primaria,
asegurando así espacios de aprendizaje dignos, materiales educativos, herramientas tecnológicas y un apoyo académico integral.
En la realidad mexicana:
Un solo docente puede llegar a instruir a 50 estudiantes o más dentro de un mismo salón.
En espacios reducidos, con mobiliario deteriorado, pintado y sin la adecuada circulación de aire.
Y si un alumno no alcanza los objetivos de aprendizaje, la responsabilidad de superarlo recae principalmente en él.
Por otro lado, en Estados Unidos:
El promedio de alumnos por clase oscila entre 20 y 25.
Y si un estudiante presenta dificultades, se le asigna un tutor especializado para brindarle apoyo individualizado.
El proceso educativo se adapta a las necesidades del alumno, y no viceversa.
En México:
Niños con capacidades diferentes frecuentemente encuentran barreras para acceder a la educación.
Ocho de cada diez escuelas no poseen rampas u otras adaptaciones para facilitar su movilidad.
La falta de personal médico y de protocolos de inclusión efectivos es una constante.
Sin embargo, en Estados Unidos:
Cada centro educativo está obligado a contar con accesos adaptados, baños especiales,
y personal preparado para atender situaciones de emergencia.
Los niños con discapacidad tienen el derecho fundamental a recibir educación en condiciones equitativas y respetuosas.
En México:
El sistema educativo continúa priorizando la obediencia.
Fomentando la memorización mecánica, desalentando el cuestionamiento y promoviendo la pasividad.
Muchos padres, sin plena conciencia, perpetúan esta visión:
"Estudia para obtener un empleo seguro y evitar complicaciones."
Pero en Estados Unidos:
Desde temprana edad, se les enseña a expresarse públicamente,
a participar en debates, a desarrollar confianza en sus propias habilidades,
a emprender, a tener aspiraciones ambiciosas y a pensar en grande.
Si bien no es un sistema perfecto, impulsa el desarrollo del talento,
mientras que el nuestro a menudo lo limita.
La distinción no reside en la capacidad intelectual.
Los jóvenes mexicanos poseen la misma brillantez y potencial.
Lo que marca la diferencia es la estructura del sistema.
Un modelo que en México ha permanecido estático por más de un siglo,
condenando a generaciones enteras a una formación académica marcada por las carencias,
una obediencia acrítica y la conformidad.
Y la propuesta no es replicar integralmente el modelo estadounidense.
Sino reconocer la significativa ventaja que nos llevan,
y que frecuentemente, mientras ellos avanzan y se transforman,
nosotros persistimos en la ilusión de que "todo marcha correctamente".
¿Cuál es tu perspectiva?
¿Consideras que México necesita una transformación educativa profunda y genuina?