24/03/2025
Hola pequeño.
Han pasado muchos años desde la última vez que hablamos. Te veo frente a mí, con esos sueños inmensos y los ojos llenos de esperanza. Recuerdo cuánto querías estudiar una carrera, ser el mejor, hacer cosas grandes. Lo hicimos, aunque no como imaginabas. No fuimos los mejores y, a decir verdad, ni siquiera estuvimos cerca de serlo.
No te imaginas cuánto me pesa decirte esto: crecimos y comenzamos a dudar de nosotros mismos. Antes creíamos ser capaces de todo, pero la vida se encargó de mostrarnos lo contrario una y otra vez. Mamá y papá nos dieron valores, nos enseñaron a ser justos, buenos, a actuar con el corazón en la mano. Pero en el camino perdimos mucho de eso. No porque quisiéramos, sino porque la vida golpea y a veces no sabemos cómo sostenernos.
Cuando éramos niños, queríamos hacerlos sentir orgullosos. Era nuestra mayor meta. Hoy me pregunto si todo lo que hemos hecho es digno de admiración. Si mamá y papá nos ven con la misma luz con la que nos veían cuando jugábamos a ser grandes. A veces siento que no. Que nos quedamos cortos. Que fallamos. Pero también creo que seguimos aquí, intentando, y quizá eso ya sea suficiente.
No te escribo para llenarte de tristeza, sino para recordarnos algo: tal vez no somos quienes pensabas que seríamos, pero seguimos siendo nosotros. Y eso, de alguna forma, sigue teniendo valor.
Crecimos en un mundo que no siempre es justo, en un sistema que nos obliga a competir. Hemos caído, nos hemos perdido en nuestras propias inseguridades. Nos alejamos de lo que éramos, de los sueños que teníamos, de la confianza en nuestras propias capacidades. Si algo he aprendido en estos años es que, aunque el camino no sea como lo imaginamos, el simple hecho de caminarlo ya nos hace valientes.
🧠: Erivan ✍️