28/05/2025
💔 "SUS OJOS YA NO PEDIAN AYUDA… SOLO ESPERABA EL FINAL." 💔
Hoy me cuesta escribir, porque hay cosas que una jamás espera ver.
Iba caminando por una calle cualquiera de la ciudad, apurada, entre pensamientos… cuando algo me hizo detener. No fue un ruido. Fue una imagen. A lo lejos, vi algo que mi corazón se negaba a aceptar.
Un perrito. En un techo. Solo. Olvidado.!!!!!
En un estado tan grave que parecía un suspiro con patas.
Era un cruzadito labrador, pero su cuerpo apenas era huesos cubiertos por un poco de piel sucia. Estaba tan flaco que sus costillas parecían querer salirse de su cuerpo. Temblaba. No podía ni mantenerse de pie. Sus patas, frágiles como ramas secas, parecían a punto de rendirse. Pero lo que más me destruyó… fueron sus ojos.
Esos ojitos no suplicaban.
Ya no.
Ya no tenían fuerzas para pedir ayuda.
Solo estaban... esperando. El final.
No sé cómo seguí caminando hasta la puerta de la casa. Solo sé que llegué y comencé a golpear. Una, dos, tres veces. Nadie salía. Golpeé con rabia. Con desesperación. Grité. ¿Cómo alguien puede hacerle esto a un ser tan inocente?
Después de unos minutos eternos, alguien abrió. Les pedí, les rogué, les imploré… que por favor bajaran al perrito, que su vida corría peligro. Pero me encontré con una muralla de frialdad. Decían que era “su perro” y que estaba bien ahí.
"Está acostumbrado", me dijeron.
¿Acostumbrado a morirse de hambre? ¿A ser ignorado? ¿A sufrir en silencio?
Me fui de allí con el alma en llamas… pero no me rendí. Fui a la policía. Conté todo, llorando. Volvimos juntos. Y al verse presionados, ya sin escapatoria, accedieron a entregarlo.
Lo tomé en mis brazos. Ligero como una hoja. Tenía miedo, pero ni siquiera podía temblar. Lo llevamos de inmediato a una veterinaria. Su diagnóstico fue durísimo: desnutrición severa, deshidratación, parásitos, anemia… estaba al borde del colapso.
Pero lo más grave no era físico.
Era su corazón.
Ese corazoncito que había aprendido que la vida dolía.
Y ahí tomé una decisión: no lo iba a dejar solo nunca más.
Hoy, ese perrito tiene un nombre. Se llama Luz, porque a pesar de todo lo oscuro que vivió, sigue brillando. Vive conmigo, duerme en una camita calentita, come tres veces al día, tiene juguetes, caricias… y sobre todo, tiene amor.
El amor que siempre mereció.
Sé que hay miles de Luz allá afuera.
Y esta historia no es para mí.
Es para ellos.
Si alguna vez ves algo que no está bien, no lo ignores.
Actúa.