07/07/2025
Quico quería la vida de Chespirito. Quería ser el protagonista. Quería ser el jefe. Quería demostrarle al mundo que el verdadero genio era él…
Y con su traición, solo demostró dos cosas:
1. Que la lealtad es algo muy caro. No la puedes esperar de gente barata.
2. Que el genio… era Chespirito. Nadie más.
Después de salir del elenco del Chavo del 8 por diferencias creativas y desacuerdos económicos con Televisa y Chespirito, Carlos Villagrán fue vetado de la televisión mexicana.
Ya no podía trabajar en Televisa… ni en casi ningún canal del país.
Pero entonces, las repeticiones del Chavo comenzaron a emitirse en Argentina, Venezuela y otros países de Sudamérica.
Y allá, el público adoraba a Kiko.
Fue ahí donde Villagrán encontró una nueva oportunidad.
Argentina lo recibió con los brazos abiertos y el dinero en la mano.
Le ofrecieron protagonizar su propio programa:
“El Show de Carlos Villagrán”, producido por la televisión pública de Buenos Aires en 1980.
Era el sueño de cualquier actor…
Y también el inicio de su peor pesadilla.
El programa fue grabado en un canal nuevo llamado “Argentina Televisora a Color”, que empezaba a emitir contenido en color para todo el país.
Villagrán no podía usar el nombre “Kiko” por los derechos de autor, así que su personaje simplemente era “el niño”.
Una copia disfrazada. Una parodia sin permiso.
Y lo que vino después fue una cadena de errores que terminó por sepultar su carrera internacional.
El programa comenzaba con un presentador llamado Eduardo Rudy, un actor serio que parecía no tener idea de por qué estaba ahí.
Entre comentarios forzados y presentaciones sin energía, anunciaba lo que el público vería:
un show con sketches, música, magia y comedia.
Pero todo, mal hecho.
El piloto fue tan malo que solo se emitió un capítulo de los cinco grabados.
El humor era pobre, repetitivo y desesperado.
Villagrán usaba pantalla verde de bajísima calidad, efectos mal recortados, chistes sin remates, y actuaciones improvisadas.
Ni siquiera los actores sabían cuándo entrar a escena.
En un momento, Carlos tiene que jalar a uno de sus compañeros del s**o para que camine al lugar correcto.
Los sketches eran reciclados.
Uno de ellos mostraba a “el niño” trabajando en un supermercado, una idea que luego intentaría reutilizar en otro programa junto a Don Ramón, pero en formato de tiendita.
Los diálogos no daban risa.
No había ritmo, no había dirección, no había alma.
Y como si todo eso no fuera suficiente, el programa también tenía segmentos musicales sin contexto,
como cuando Villagrán le canta una canción a una figura sin rostro, ni brazos ni piernas: un maniquí que supuestamente representa a su madre.
Sí. Le canta a un maniquí.
El sketch más penoso llega cuando intenta burlarse del Chapulín Colorado.
Villagrán interpreta a un científico loco que intercambia las mentes de una chica y un monstruo…
una parodia evidente de episodios que Chespirito ya había hecho, pero sin gracia, sin lógica y con errores de doblaje evidentes.
Ni siquiera terminaron de editar bien la escena.
En el supuesto “sueño” de Kiko, se le ven los ojos abiertos esperando que lo encuadren para fingir que despierta.
Villagrán siempre dijo que él era el verdadero creador de Kiko.
Pero este programa demostró lo contrario.
No supo escribir. No supo dirigir. No supo hacer reír.
Y fuera de los libretos de Chespirito, su personaje no funcionaba.
Lo que intentaba ser una prueba de independencia… terminó siendo la prueba más clara de que la magia no estaba en él.
🎭 Porque así como hay personajes que nacen para brillar…
hay otros que solo funcionan como parte de algo más grande.
Quico no nació para ser protagonista.
Y esa, quizá, fue la lección más dolorosa de su carrera.
¿Tú lo sabías?
¿Te hubiera gustado que este programa triunfara?
¿O crees que el destino fue justo?