27/08/2025
Diana Avilés ROMPE EL SILENCIO, CUENTA CÓMO EL CÁNCER LE CAMBIÓ LA VIDA Y PESE A ELLO LUCHA POR SUS DERECHOS
¿Sabes cómo es vivir con un diagnóstico de cáncer?
A veces intentas entender a tu cuerpo, pero no puedes. Quieres pensar que es algo más y minimizarlo, pero en el fondo sabes que puedes tener las mismas probabilidades de salir con vida o no. Y entonces piensas en la muerte: en cómo será ese momento, en lo que pasará después… no solo espiritualmente, sino también aquí en la tierra. Piensas en tus sobrinos, tus ahijados, en cómo crecerán; piensas en tus padres, en cómo sobrellevarán tu ausencia en los primeros días, meses o años.
Pero al mismo tiempo agradeces que ese peso haya caído en ti y no en tus hermanos. Y entiendes que, más allá de que el cáncer acorte tus días, también es una bendición: una que Dios te entregó porque sabe que puedes enfrentarla. No porque seas “fuerte” o una “guerrera” (confieso que esa palabra nunca me gustó), sino porque Él te dio la gracia de cargar con esto sin ver sufrir a las personas que más amas.
Lo físico duele: quedarte sin cabello, las dolencias, las quemaduras en el rostro, pero lo que realmente hiere es el cansancio de los exámenes constantes, la incertidumbre de cada resultado y el vacío que deja esa “compañera de tratamiento” que un día ya no vuelve… porque el cáncer acabó con ella, aunque parecía más fuerte que tú. Es también pasar con agotamiento, con sed, con llagas internas por el tratamiento, y aún así encontrar en medio de ese dolor la mano extendida de quienes te aman. Ver a tus primas apoyarte, sostenerte, estar ahí cuando apenas puedes con tu cuerpo… a tus tías darte las bendiciones, a tu abuelita rezar por ti y darte cuenta de que el amor también se convierte en medicina.
A todo esto se suma la preocupación constante por la parte económica: porque los tratamientos y los exámenes son costosos, y aunque la salud no debería medirse en dinero, la realidad es que cada cita, cada control y cada procedimiento dejan también una huella en el bolsillo y en la tranquilidad de la familia.
Definitivamente, a veces no nos damos cuenta de los derechos que tenemos. Y aunque aparentemente estamos bien, nadie conoce nuestro interior. No siempre hay solidaridad y, cuando la hay, muchas veces no importa. Y aunque digan que todos somos reemplazables, quiero dejar en claro que todos en la vida somos importantes, que valemos y que de alguna manera servimos y aportamos en los espacios en los que estamos.
y cuando apaentemente las cosas van bien, pues, ves que no, desde el año pasado volví a las sospechas en los controles. Volví a los ecos, a las punciones, a las biopsias. Y volví a ser una niña que quiere estar con sus papás, que le compren un helado y que la protejan de todo lo malo le pase, hasta saber si ese ganglio representa una metástasis o fue un simple susto. Y, si no seguía los controles, la esperanza de detección temprana y pelear por el valioso tiempo, entre el cáncer y yo... me da una desventaja.
Tal vez al sincerarme me vuelva más susceptible y algunos piensen que me victimizo. Pero eso es lo que menos quiero. Lo que quiero es mostrar que, además de la enfermedad, también tuve que enfrentar dificultades y situaciones que me marcaron profundamente, en un momento en el que esperaba apoyo, porque creí, pensé y aún pienso que hay personas buenas.
Hoy agradezco la sentencia que reconoció mis derechos y me devolvió dignidad, pero también digo con el corazón abierto que me dolió profundamente la forma en que se dieron ciertos procesos. Al mismo tiempo reconozco y expreso mi gratitud a aquellas amigas y amigos que me motivaron (y a veces creo que hasta me obligaron, jaja) a iniciar este proceso. Dios es bueno, siempre es bueno. Y aunque a veces nos hagamos los oídos sordos, Él envía, por medio de estas personas, sus mensajes.
Agradezco profundamente todas las muestras de cariño, solidaridad y fortaleza recibidas desde todos, absolutamente todos los espacios, incluso de los que menos me imaginé, a través de sus llamadas y mensajes. Dios les pague y les devuelva el doble de bendiciones para sus vidas.
Asimismo, quiero solidarizarme con las personas que han pasado por algo similar a lo vivido y con los comunicadores que, por alguna circunstancia, son menospreciados. La Comunicación es una profesión valiosa e importante, como cualquier otra.
Defenderse nunca es un error. Levantar la voz no es un capricho.
No me equivoqué al luchar: porque mi vida, mi trabajo y mi dignidad valen.