
26/07/2025
Mientras el Gobierno Nacional organizaba una sesión solemne para condecorar a sus propios ministros en un salón cerrado y rodeado de funcionarios de élite, el corazón de Guayaquil vibraba con miles de ciudadanos que salieron a las calles a respaldar a su alcalde. Dos actos por los 490 años de fundación de la ciudad. Dos visiones de país. Dos formas de entender el poder.
Decenas de miles de personas coparon las avenidas Nueve de Octubre y Malecón para asistir a la sesión solemne organizada por el Municipio. El alcalde Aquiles Álvarez no necesitó escoltas ni protocolo. Caminó entre la gente. Habló desde una tarima, no desde un podio de mármol. Su discurso fue directo, desafiante y cargado de contenido político.
Álvarez, quien enfrenta un proceso judicial y porta un grillete electrónico, no esquivó la realidad: denunció abandono por parte del Gobierno central, cr!ticó los despidos masivos, cuestionó el modelo de “eficiencia” que deja hospitales sin medicinas y escuelas con pisos de tierra. Recordó el peso de Guayaquil en la economía nacional, y, sobre todo, defendió una gestión enfocada en los sectores históricamente excluidos.
“Aquí no se suplica, aquí se resiste”, sentenció el alcalde frente a una multitud que no necesitó invitación impresa ni lista VIP para hacerse presente. Ambas ceremonias reflejan mucho más que estilos distintos.
Revelan un ch0que de modelos: uno vertical, tecnocrático, autocelebratorio, donde el poder se retroalimenta; otro horizontal, c4ótico pero auténtico, donde la calle se convierte en foro y la gente es protagonista.
Esta no es solo una pugna entre un presidente y un alcalde. Es una disputa simbólica entre el poder tradicional y una nueva narrativa política que, con todos sus defectos, intenta poner a la gente en el centro del relato.
Guayaquil la ciudad rebelde, resiliente y contradictoria fue el escenario perfecto para ese contraste.