13/07/2025
Aquí estoy, en este domingo, pensando en todo lo que he venido escuchando estas semanas sobre el amor…
Y no puedo dejar de sentir que nos engañaron.
Sí, nos estafaron terriblemente.
Nos dijeron que un buen esposo era el que trabajaba, llevaba dinero a casa, no te pegaba y no te era infiel.
Y bueno… incluso si te pegaba o te era infiel, mientras trajera plata, tampoco era para tanto, ¿no?
Pero no sabes cómo te engañaron.
No sabes cómo te fallaron.
Lo que no te dijo tu mamá, ni tu abuela, ni tu tía, es que las relaciones amorosas deben estar llenas de amor…
Pero amor en acciones, no solo palabras.
Nadie te enseñó a exigir:
A exigir atención.
A exigir fidelidad.
A exigir buen trato.
A no permitir jamás un golpe.
A no permitir nunca un grito.
Lo mínimo que puedes esperar es empatía.
Es que te escuchen.
Es que si estás mal, haya alguien que quiera ayudarte a estar mejor.
Que te mire a los ojos y se quede, que no huya de tu tristeza.
Nadie te dijo que tenías derecho a pedir que sean detallistas, románticos, que recuerden fechas.
Que te permitan ser libre.
Que no te controlen.
Se te olvidó aprender —porque nadie te enseñó— que primero tenías que amarte tanto a vos misma,
para que el otro te ame con ese mismo cuidado.
Porque el amor, el de verdad, cuida.
El amor no hiere, no grita, no destruye.
El amor no socava tu autoestima, no te manipula, no te hace sentir culpable todo el tiempo.
El amor se construye.
Se riega todos los días.
No crece en los árboles ni se encuentra por accidente.
Y no, el amor no es obediencia.
No es agachar la cabeza.
No es quedarse callada cuando todo está mal.
El amor debe prevalecer, sí…
Pero sobre todo, el amor que te tienes a ti misma.
Porque cuando ese amor propio está fuerte, ningún “amor” ajeno podrá destruirte.