25/09/2025
/ I En Ecuador, la política no solo se juega en las urnas, también se disputa en los titulares, en los estudios de televisión y, sobre todo, en las narrativas que dominan el debate público. Lo que hoy ocurre con la entrega del bono "Raíces" de $1.000 por parte del presidente Daniel Noboa, frente al escarnio que sufrió Andrés Arauz por una propuesta similar en 2020, es una muestra clara —y preocupante— de la doble moral que impera en ciertos sectores políticos y mediáticos.
Cuando en plena campaña electoral Andrés Arauz, candidato del correísmo, planteó entregar $1.000 a un millón de familias como una medida urgente para reactivar la economía durante la crisis provocada por la pandemia, la reacción fue feroz. Desde los micrófonos de periodistas como Carlos Vera y Rafael Cuesta, pasando por medios tradicionales y portales digitales alineados con la derecha, no faltaron los calificativos: populista, irresponsable, socialista regalón, promotor de la "venezolanización" del país. En redes sociales se le acusó de fomentar la vagancia, de querer comprar votos y de "regalar el dinero del Estado".
¿Y ahora? ¿Dónde están esas voces? Hoy, el presidente Noboa —también en medio de una crisis, pero esta vez política y social, provocada por su eliminación del subsidio al diésel— entrega bonos de $1.000 bajo el nombre de “Raíces”, sin que los medios hegemónicos digan una palabra en contra. Al contrario, aplauden la medida como si se tratara de una política innovadora, sensible y responsable. ¿Cuál es la diferencia? No es la cantidad. No es la intención declarada. Es el color político del que propone.
Esta no es una discusión sobre si los bonos están bien o mal. Es una reflexión necesaria sobre la coherencia. Si en 2020 se consideró que entregar dinero directo a las familias más pobres era “populismo socialista”, ¿por qué ahora no se aplica el mismo criterio? ¿Por qué cuando Noboa lo hace es “apoyo solidario” y cuando lo propuso Arauz fue “clientelismo peligroso”?
La respuesta es clara: el problema no era el bono, era quién lo proponía. Y eso dice mucho del tipo de democracia que estamos construyendo. Una democracia donde los medios y opinadores no actúan como fiscalizadores del poder, sino como cómplices de una narrativa hegemónica que valida las decisiones cuando las toma la derecha, pero las condena cuando provienen de sectores progresistas o de izquierda.
Peor aún: el bono “Raíces” llega no como un plan estructurado de reactivación económica, sino como una evidente respuesta política al descontento social. En lugar de escuchar a las comunidades que protestan por la eliminación del subsidio al diésel, el Gobierno opta por repartir dinero como medida paliativa. Y aún así, la crítica brilla por su ausencia.
Como han dicho muchos en redes sociales: “cuando lo hace la derecha, aplauden como focas”. Y eso, más allá del sarcasmo, es una tragedia para el debate político serio y para la ética pública.
La ciudadanía merece algo mejor que este circo de dobles estándares. Merece verdad, coherencia y respeto, venga de donde venga la propuesta. Porque al final, los bonos no son ni de Arauz ni de Noboa. Son recursos públicos que deben usarse con responsabilidad, sin manipulación política ni hipocresía mediática.