06/08/2025
Hola, me llamo Andrea Quispe, tengo 34 años y nací en El Alto, Bolivia. Crecí entre cerros, mucho viento helado, noches de frío y calles empinadas que parecían decirte: “Si quieres llegar a la cima, te va a costar”. Mi historia no es de suerte y no tiene felicidad, solo sé que Dios me bendijo con carácter y siempre estuvo a mi lado.
Cuando era pequeña, yo era muy calladita. No hablaba mucho. A diferencia de las otras niñas que hablaban rápido, gritaban por aquí por allá, saltaban, hacían de todo. Yo no podía hacer eso y no es porque no haya querido. Es que había algo en mí que no me dejaba.
Mis profesoras pensaban que yo era floja, que no quería aprender. Que desde pequeña te digan eso es horrible, si ya soy insegura imaginen como voy a crecer. Pero solo una de mis profesoras la más antigua del colegio se dio cuenta que mi problema de aprendizaje no es por floja o por otra cosa, es porque tengo problemas de lenguaje y me costaba mucho aprender lo que leía, no entendía instrucciones y por ello no sabía responder.
La profesora fue muy sabia y habló con mi mamá para explicarle que a mis siete años no soy floja o tímida. Por fin mi mamá entendió cuando la profesora le dijo: ella no es lenta, solo necesita más tiempo para aprender, eso es lo que más recuerda mi mamá de ese momento.
Yo tengo dislexia y no se imaginan el alivio que tuve cuando lo supe, es como sacarse un peso de encima porque entendí que no era tonta, no era bruta, no era lenta y no era tímida. Por fin podía respirar tranquila. Todas las ofensas que escuché de pequeña eran porque todos estaban equivocados y yo no. Por fin mi herida podía empezar a sanar.
Pero no fue un diagnóstico inmediato, recién cuando tuve 12 años supe que tenía dislexia, eso es porque mi familia no tiene mucho dinero. Mi papá trabaja en una mina en Potosí, y mi mamá vende jugos en la Ceja de El Alto. Por eso a los 15 años empecé a limpiar casas con una compañera del colegio, lo hacíamos por las tardes y así podía ayudar en la casa. Mi mamita siempre me decía que tenga cuidado es que ella también limpió casas y el dueño mucho la molestaba por eso juntó su plata y empezó a vender jugos.
Gracias a Dios no me pasó nada, pero a veces el dueño de la casa me daba mucho miedo. Para una chica con estos problemas no tenía muchas opciones de trabajo. No se si me entiendan cuando les digo que he limpiado baños llorando, y luego tenía que mojarme la cara para que no se note y decir que era la lejía.
Junté cada centavo y a los 19 años postulé a la universidad y no ingresé. Todo mi esfuerzo, la plata que conseguí con tanto esfuerzo y no alcancé una vacante. Esa noche llegó mi papá de la mina y fue a mi cuarto a despertarme porque de tanto llorar me quedé dormida. Nunca voy a olvidar lo que me dijo: cuando yo tenía tu edad no quise estudiar, tu abuelo me insistía y yo no le hacía caso. Vuelve a intentarlo, no te rindas como yo.
Un año después, ingresé a la Universidad Pública de El Alto (UPEA) para estudiar Educación porque quiero ser la profesora que siempre quise tener. Mejoré mucho con el tiempo, repetía lecturas, me grababa leyendo en voz alta, buscaba maneras visuales de memorizar. Y todo eso que me ayudó a aprender y si yo aprendí, lo demás pueden aprender. Creo que hay muchos niños y niñas que se sienten invisibles, y yo los entiendo porque fui una de ellas.
A los 25 años, fui contratada como auxiliar en un colegio que por razones de privacidad no puedo decir porque no quiero perder mi trabajo. Mi primer sueldo lo usé para comprar una nueva cocina para mi mamá. Mi papá sigue trabajando en la mina y quiere renunciar para trabajar con mi mamá.
Con orgullo soy profesora de educación inicial, trabajo con muchos niños y niñas que tienen muchas dificultades de aprendizaje. Los miro a los ojos y les digo: yo era como tú, y aquí estoy enseñándote lo que me a mí me ayudó a salir adelante.
No soy una historia de éxito “perfecta”. No tengo casa propia, ni millones en el banco, soy soltera y vivo con mi mamá y mi papá. Pero tengo una historia tejida con esfuerzo, constancia y de mucho estudio. Y si tú estás en un lugar donde nadie cree en ti… sé tú quien lo haga primero. A veces, lo que más nos falta no es plata, ni tiempo… es creer en uno mismo.
Muchas gracias a Somos Personas por darme la oportunidad de contar todo esto, y por ayudarme a entender que mi historia es importante.
Reproducido
Jaime Andrade Pazmiño
Fundación "Fundisef"