
05/09/2025
Hoy quiero agradecerles, porque me dieron la oportunidad no solo de ayudar, sino también de conocerme y reconocerme en este mundo.
A veces miro el mundo como un caos y eso me agobia, pero al visitar a Nenekawa y su comunidad encontré calma.
Mi madre me contaba que de niña él le hacía avionetas de balsa para que pudiera jugar. Allí conocí a la Abuela Yero y a la Abuela Beba; al mirarlas, unas lágrimas me brotaron por dentro. Hacía tiempo que no sentía la presencia de un abrazo en un canto, de un beso en una mirada, de un “te quiero” sin decirlo.
Al mirar sus ojos, en sus lágrimas, entendí cuánto deseo volver a ser ese niño que se caía en el bosque, pero siempre tenía suerte.
Hoy siento una profunda alegría, no solo por haber donado una silla, colchones, comida y ropa, sino por la gratitud de haber podido ayudarles y, al mismo tiempo, ayudarme a mí mismo. Esas comunidades tienen un lugar en mi corazón.
Gracias también a Sara, por darme la oportunidad de darles voz a quienes, aunque crecí entre ellos, el tiempo me había impedido regresar.
Gracias por dejarme volver.
Gracias por escucharnos.
Gracias a todos los que hacen esto posible.