03/10/2025
CRÓNICA
Redacción:Paula Andrea Buenaño
En la húmeda carretera que une Puyo con Tena, a la altura del sector La Florida, la lluvia no solo cayó con fuerza esta mañana…también arrastró consigo la esperanza. Allí, bajo un aguacero inclemente, la imprudencia y la velocidad dejaron una marca imborrable: una vida se apagó y otra quedó pendiendo de un hilo.
Todo ocurrió en cuestión de segundos. Un joven, en medio de la tormenta, luchaba con su pasola en apuros. Fue entonces cuando apareció un conductor de un Suzuki rojo, quien, con nobleza, detuvo su marcha para tenderle una mano. Encendió las luces de parqueo, señal clara para advertir a otros automóviles que bajaran la velocidad. Pero la tragedia ya estaba escrita.
De la nada, un camión irrumpió en la vía como una sombra desbocada. No frenó. No dudó. Con brutalidad arrolló al vehículo detenido y a los dos hombres que, bajo la lluvia, se estrechaban la mano en un acto de solidaridad. El impacto fue demoledor. El conductor del pesado camión no miró atrás: huyó, dejando tras de sí destrucción y un dolor inconmensurable.
El estruendo alertó a vecinos y conductores que, aterrados, se detuvieron para presenciar la escena más amarga: dos cuerpos tendidos en la calzada, uno agonizando, otro ya inerte, sumergido en la corriente de agua que corría hacia la zanja. El aguacero lavaba la sangre, pero no podía borrar la impotencia ni el llanto.
Las lágrimas corrieron antes que la ayuda. “¡Es el vecino!”, gritó alguien. Otro reconoció al fallecido: “Es del barrio Simón Bolívar…”. La desesperación fue total. Los presentes llamaban entre sollozos a familiares, a amigos, a emergencias. La lluvia no paraba, como si quisiera acompañar el dolor de quienes allí se encontraban.
Minutos más tarde, la tragedia tomó forma en la voz del periodista Jefferson Santos, de Portada TV, quien transmitió en vivo lo que muchos no querían creer. El cuerpo de Bomberos llegó con su ambulancia para intentar salvar al sobreviviente, mientras la Policía cortaba la vía y cubría con una tela blanca al que ya había partido, demasiado pronto, demasiado injustamente.
La imprudencia de un conductor que huyó cobró dos destinos: uno silenciado para siempre, otro suspendido entre la vida y la muerte. Y a su paso dejó una verdad dolorosa: la fragilidad de la existencia.
Porque la vida es un suspiro, un instante que puede desvanecerse en la próxima curva, bajo el próximo aguacero. Nadie sabe cuándo será el último abrazo, la última palabra, la última mirada.
Hoy, esta tragedia nos recuerda que debemos valorar a quienes amamos, decirles lo importantes que son y no esperar a que el destino nos los arrebate sin aviso.