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Ecuador
Quito
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Cuando tenía aproximadamente 9 años de edad, mi abuelo que fue en realidad mi padre, me traía desde el centro de la capital al plan de vivienda Ejército Nacional. Me encantaba ser participe de las mingas, las asambleas y los recorridos por los terrenos donde se construiría nuestra futura casa. Lo más grandioso de todo, era ver a personal militar en servicio activo o pasivo que pertenecía a la cooperativa. Y no era grandioso por el hecho de ser militares, a mi nunca me gustó la vida militar aunque pasé mucho tiempo en un cuartel... decía que lo grandioso de estar rodeado de esa gente era su historia, sus conversaciones, sus vivencias, sus aventuras en el campo de batalla para muchos pero sobre todo, sus historias de honor.
Historias de la defensa de nuestro territorio, de sus compañeros mu***os en el campo de batalla, historias de fraternidad y compañerismo. Las historias de sus pases en diferentes cuarteles del país. El relato de algún general tirano que fue enfrentado por la tropa y puesto a ordenes del comando conjunto para su castigo ejemplar. Las deudas de honor, la palabra de soldado, como ellos decían
Han pasado los años, mi padre falleció en la casa que hoy habitamos y que por cuestiones de trabajo no la ocupamos desde el principio. Las cosas cambian, la vida cambia y, tiempo después he llegado al barrio que me llenaba de alegría en mi infancia.
Me encuentro en una realidad diferente, en un mundo diferente, ya no hay tantos militares como antes, hay mas casas que las que se construyeron en esa epoca. Hay mas gente, mas problemas, mas delincuencia, mas necesidades, mas, mas, mas, mas y mas. Pero hay algo que cada vez hay menos... el espíritu patriótico que unía al barrio y ante todo el HONOR
