17/08/2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas
Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me angustio mientras llega!
¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra''.
***
📖 Reflexión sobre Lucas 12, 49–53 · Fuego que despierta
Si Jesús dice que vino a traer fuego, no está hablando de quemarlo todo, sino de despertar. Un fuego que derrite la indiferencia y nos pone en camino. Hoy ese fuego suena a algo muy concreto: dejar de mirar la injusticia como si fuera el pronóstico del tiempo y empezar a mirarla como decisión humana que se puede cambiar.
Jesús no bendice la paz de los que duermen tranquilos porque nada los toca. Esa “paz” es pacificación: orden que protege bolsillos y silencia dolores. El fuego del Evangelio abre conflicto: con el salario que no alcanza, con la política hecha para pocos, con la economía que descarta. Y claro que divide: nos obliga a elegir entre comodidad o dignidad de la gente. No es pelear por pelear; es ponernos del lado de las víctimas.
La división de la que habla Jesús no es la de las barras bravas digitales. La polarización actual es negocio: algoritmos que nos encienden, medios que venden bronca, líderes que suben encuestas separándonos. El fuego de Jesús no alimenta el odio; desenmascara. Nos pide discutir con datos, escuchar al que piensa distinto y, sobre todo, organizar soluciones con quien tengo al lado. Menos insulto, más barrio. Menos “yo tengo la verdad”, más discernimiento comunitario.
El planeta grita y nosotros scrolleamos. El fuego de Jesús no arrasa bosques; purifica el aire para ver que nuestro modo de producir y consumir mata. La conversión ecológica es espiritual y política a la vez: poner la vida por encima del negocio. No alcanza con reciclar si aplaudimos proyectos que devastan; no sirve denunciar si no cambiamos hábitos. El Reino siempre huele a casa común: agua limpia, suelo vivo, techos dignos.
Hoy “estamos conectados”, pero ¿con quién? El hambre de sentido no se calma con notificaciones. La técnica es buena, pero no es Dios. Cuando se vuelve ídolo, nos convierte en piezas de una máquina: productivos, medibles, agotados. El fuego de Jesús prende en lo pequeño: una mesa compartida, un silencio que escucha, una comunidad que se acompaña. Menos “pose”, más presencia. Menos exhibir, más cuidar.
“Tengo que recibir un bautismo”: Ese bautismo es pasar por el costo del compromiso. No todo el mundo va a aplaudir que te pongas del lado de los últimos: en la familia, en el trabajo, en la iglesia, habrá resistencias. Pero ese es el camino: elegir la vida aunque incomode. El fuego de Jesús no es una emoción del domingo; es una decisión diaria.
🔥Para llevar a la acción
Revisa una complicidad —detecta un gesto cotidiano que sostiene injusticia y cámbialo contándoselo a alguien para sostener el cambio—; abre una mesa invitando a comer a alguien con quien no sueles sentarte; practica un ayuno de pantalla y de bronca para visitar a una persona sola, endeudada o enferma; redirige dos consumos a circuitos locales o solidarios y, si diriges un equipo, revisa tiempos de pago y contratos; incorpora un gesto estable de cuidado de la casa común (transporte compartido, menos plásticos, compostaje) y apoya una causa ambiental del barrio; y forma un círculo de discernimiento que, una vez al mes, lea la realidad (“¿qué duele?”) y concrete una acción inmediata.💭🔥