07/12/2018
Esta maravillosa ciudad, capital del Ecuador, vive sus fiestas de fundación con mucha polémica. ¿Es Quito una ciudad netamente española o indígena? ¿Celebramos en estas fechas la matanza de nuestros ancestros? ¿Celebramos en estas fiestas a fundadores inescrupulosos, ávidos de oro? Lo cierto es que toda nuestra identidad local, desde la forma de hablar hasta la forma de preparar los alimentos, es producto de la mezcla de ambos: de lo español, con toda la carga occidental, que es a su vez, producto de la cultura greco-romana y fruto de 800 años de mezcla española con árabe. También nos cobija la historia prehispánica (aunque la historia oficial nos haya negado conocer ese pasado indispensable de nuestro mestizaje) Historia de líderes valientes, de Vírgenes del Sol, con sus formas de enterrar a sus mu***os, sus cultos a las montañas, su gran influencia en el arte barroco. Ellos dejaron sus huellas en nuestro español kichwanizado y nuestro realismo mágico, vehículo que usamos para entender y explicar la realidad.
Hoy, Quito no es más el sueño del blanco purista que va a la fiesta brava, que toma vino en bota para intentar parecerse al español; ya no le pertenece al quiteño de apellido rimbombante -acomplejado- que niega su identidad indígena. Tampoco es ya el sueño de aquellos que intentan provocar el odio sobre todos los elementos occidentales, que nos gusten o no, forman parte de nuestra identidad. Sí, la conquista no fue un cuento de hadas, significó matanza, muerte y dolor; significó pérdida de memoria ancestral, pero el odio después de 500 años a españoles que vivieron hace cinco siglos atrás no puede borrar la historia que nos precede. El Quito de hoy necesita debatir y reflexionar alrededor de la conquista y la colonización de una manera en la que los quiteños podamos sacar reflexiones, experiencias y entender el contexto histórico en el que se desenvolvieron los hechos. Pero además, Quito no es ya la ciudad sólo de descendientes de blancos españoles, chapetones e indígenas. Hoy es simplemente la máxima expresión de la diversidad étnica, social y cultural del país. Los chagras, los migrantes de otras ciudades y de otros países; los que vienen por trabajo, los que se enamoran de esta ciudad, los que están de paso y los que se arrinconan en las periferias para sobrevivir.
Hoy Quito es la ciudad de la disputa del espacio público, del despoblamiento del centro histórico, de la contaminación brutal, del transporte caótico, del crecimiento incontrolable hacia el norte y sur, de las periferias peligrosas y olvidadas, de la basura que asfixia, la de los taxis amarillos reclamando sus intereses, de los mercados con microtráfico y prostitución de calle que intentamos negar. Quito, hoy es la ciudad sin rumbo, la que ya no elabora para el país un modelo de desarrollo ni tiene mucho que ofrecer a sus habitantes en términos políticos. No es más la "Luz de América" y parece ser hoy en día "La Carita desfigurada de Dios". Quito será en los próximos años la ciudad más poblada del Ecuador y va en aumento la pobreza extrema, fenómeno nunca antes visto.
Pero Quito también es la ciudad de los barrios que se levantan para hacer escuchar su voz, donde los jóvenes crean y recrean identidades nuevas, donde los hijos de migrantes forjan una identidad local enriquecida. Es la ciudad más politizada del país, con movimientos y activismos de todo tipo. Quito, la de los académicos que sueñan con una ciudad para el futuro como Fernando Carrión, es la del rap con acento popular quiteño de Mugre Sur, la del Movimiento Rock y su festival anual en la co**ha acústica, la ciudad de la ¡espumisshhhhaaa! y las vendedoras ambulantes indígenas expulsadas del campo, la de niños y mendigos consumiendo cemento de contacto para sobrevivir, la del "Quito Eterno" promoviendo el patrimonio cultural inmaterial, la del bus de dos pisos para gringos con plata, la de la bomba negra y salsa que le da vida a barrios como Carapungo, la ciudad más devota con sus iglesias y campanarios que tiene prostíbulos como el "515" y el "Café Rojo" y donde cada domingo la gente va hasta la Plaza Grande para debatir de política, religión, ver artistas populares haciendo teatro y escuchar la prédica evangélica. Y ahí estoy yo, en medio de los nobles veteranos de la "Plaza de las palomas caídas" aportando con mi punto de vista, comiendo colaciones y tomándome una beba, para recordar que la identidad es siempre importante, pero también fluctuante y que debemos construir una ciudad para toda esta hermosa diversidad que nos cobija. ¡Qué viva Quito carajo! ¡Y peguémonos un cuarenta para celebrar la diversidad y ahuyentar prácticas culturales que no representan a la mayoría!