16/09/2025
Cuando la inocencia de un balcón choca con la tragedia y la desidia. En la Vieja Habana, el derrumbamiento es un grito silenciado que el arte convierte en poesía. Es la caída libre de un pasado que no se sostiene más, una realidad que se desmorona.
La inocencia de un balcón:
En la Vieja Habana, donde el tiempo es un pincel que desgasta las fachadas y el aire salino carcome las estructuras, los balcones son testigos silenciosos. Este, en particular, se aferra a la pared con una obstinación oxidada, como un viejo que se niega a soltar el último aliento. Ha visto pasar generaciones, ha sido cómplice de susurros, de risas y de p***s. Su inocencia radica en no ser más que una extensión de un hogar, una plataforma para abrazar el aire y la vida.
Pero su destino, como el de tantos otros, es una tragedia. Un destino que la tinta cruda del dibujo supo capturar: la suspensión de un cuerpo que ha perdido su anclaje, su conexión con la seguridad del edificio. En ese instante de caída libre, la estructura es pura y despojada, un objeto sin malicia. No sabe que su descenso no es un acto de rebeldía, sino la fatal consecuencia de la desidia del tiempo y la negligencia humana.
Y es que un balcón no guarda rencor, no es consciente de que bajo su sombra, día tras día, pasan personas que se dirigen al trabajo, niños que juegan, familias que sueñan. Su única certeza es el inevitable grito de metal y escombros que está a punto de dar, un grito que no solo se llevará su propia existencia, sino que acabará con vidas inocentes. Su caída no es un castigo, sino la más cruda y poética expresión de un país que se desmorona, una realidad que se derrumba sobre la gente.