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21/11/2025



El 21 de noviembre se estrenó Bailando con lobos, el exitoso debut en la dirección del actor Kevin Costner, que también es el protagonista de la película. Además de lograr unos resultados espectaculares en taquilla, el filme consiguió siete premios Oscar, entre ellos el de mejor director y mejor película.

Bailando con lobos, lo que debes saber

Título original: Dances with Wolves

Título en español: Bailando con lobos (España) / Danza con lobos (Hispanoamérica)

Año: 1990

Duración: 181 minutos

País: Estados Unidos

Dirección: Kevin Costner

Producción: Kevin Costner, Jim Wilson

Guion: Michael Blake (basado en su novela homónima)

Música: John Barry

Fotografía: Dean Semler

Montaje: Neil Travis

Compañías: Orion Pictures, Tig Productions

Reparto principal:

Kevin Costner – Teniente John J. Dunbar

Mary McDonnell – Stands With A Fist (En pie con el puño en alto)

Graham Greene – Kicking Bird

Rodney A. Grant – Wind In His Hair

Floyd ‘Red Crow’ Westerman – Ten Bears

Tantoo Cardinal – Black Shawl

Wes Studi – Toughest Pawnee

Una mirada diferente al Salvaje Oeste

Mucho antes que el género del western viviera una nueva juventud, con series como Yelowstone y películas como Eddington, Kevin Costner enseñó a los espectadores una forma diferente de ver la Conquista del Oeste. La película es una adaptación de la novela de Michael Blake, que también colaboró en el guion. Para llevar a cabo su primera incursión como realizador, Kevin Costner se rodeó de un grupo de profesionales de altura, como el operador Dean Semler —la fotografía debía ser uno de los puntos fuertes— y el compositor John Barry —premiado con una estatuilla por su banda sonora—. Otro de los aciertoa del filme fueron los actores que acompañaron a Costner: Mary McDonnell consiguió una merecida nominación al Oscar y también fue candidato a la estatuilla Graham Greene, un actor canadiense que pertenecía a la Primera Nación Oneida, una tribu de la Confederación Iroquesa.

Kevin Costner volvió a intentarlo como director de cine, pero nunca volvió a dar en la diana como lo hizo con Bailando con lobos. The Postman (1997) es un disparate con un metraje excesivo, una distopía que vuelve a ahondar en la obsesión de Costner, la construcción de los Estados Unidos. Un tema que vuelve a explorar en su regreso a la dirección en 2025 con Horizon: An American Saga; otra vez, demasiados minutos para contar los orígenes de su país. Quizá su mejor intento como director fue el menos ambicioso, Open Rage (2003), y también el más corto en duración, “sólo” dos horas y veinte minutos.

Sinopsis

Tras ser protagonista involuntario en una victoria ante las tropas sudistas durante la Guerra de Secesión, el teniente John Dunbar, convertido en héroe, solicita el traslado a la frontera del Oeste antes de que esta desaparezca. Pronto descubre que el puesto al que ha sido destinado está desierto, sin ningún militar que lo atienda. Poco a poco, Dunbar establecerá fuertes vínculos con una tribu siux que vive en la zona.

Anécdotas y curiosidades

Cuando Kevin Costner comenzó a dar forma al proyecto, pensó en ser sólo el director. Tenía claro que el encargado de representar a John Dunbar debía ser Tom Berenger (Platoon), pero no le convenció su prueba, y tampoco la que realizó Viggo Mortensen (Green Book). Quizá en el fondo, Costner sabía que John Dunbar tenía ser él.

El gran personaje de la película es un lobo, “Calcetines”. Su papel fue interpretado por dos de estos animales, Teddy y Buck, que volvieron a repetir experiencia cinematográfica, unos años después, en El libro de la selva. Sólo uno de ellos tenía esos “calcetines” de forma natural; al otro tuvieron que pintárselos para cada escena.

Hay diversos mensajes en la película de Costner. Uno de ellos es la ecología. Por ese motivo se cuidó mucho el trato a los animales. Sobre todo, en la recordada escena final con los búfalos. Y no, Kevin Costner no se comió un hígado de búfalo; en realidad, era gelatina de arándanos.

Cuando Kevin Costner comentó a Orion Pictures que una cuarta parte de los diálogos iban a ser en lengua lakota, debieron pensar que era una broma. Costner impuso su criterio de usar la lengua materna de los personajes, que también emplearon Mel Gibson en La pasión de Cristo —arameo y latín— y Clint Eastwood en Cartas desde Iwo Jima —japonés—. El problema para Costner fue que los actores que interpretaban a los nativos americanos no sabían lakota. Hubo que enseñarlos, y para simplificar el aprendizaje se omitieron las diferencias gramaticales entre hombres y mujeres. Cuando los indios lakota que sí sabían el idioma fueron a ver la película al cine, descubrieron que los guerreros hablaban como lo hacían las mujeres en esa época.

Premios y reconocimientos

Bailando con lobos fue un fenómeno mundial: recaudó más de 424 millones de dólares.

Premios Óscar (1991): 12 nominaciones, 7 ganados:

Mejor película

Mejor director (Kevin Costner)

Mejor guion adaptado

Mejor fotografía

Mejor montaje

Mejor banda sonora original (John Barry)

Mejor sonido

Globos de Oro (1991): Mejor película dramática, Mejor director y Mejor guion.

Más de 55 premios internacionales y 40 nominaciones, incluyendo el reconocimiento en el Festival de Berlín

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21/11/2025



El último Premio Lumen de Novela ha sido para Fosca, de Inma Pelegrín, una novela en la que no pasa gran cosa: hay un narrador que no reconoce bien las caras —algo que ha dicho la autora que a ella misma le sucede en una forma leve— y hay un ambiente rural opresivo en el que apenas aparece gente, y los que lo hacen no son precisamente amables, salvo la madre y la vecina, Marcela, confidente del chico. Y también está Sombra, su perra. En la novela aparecen hermanos, celos, miedos, ternura, soledad y mucho calor: la fosca, que dicen por la zona de Murcia y da título a la novela. Pero, sobre todo, lo que nos encontramos en el libro es un tributo a la palabra viva. Pelegrín convierte el habla rural en una suerte de soniquete antilírico que retumba en los oídos del lector, chocando con la ternura que desprenden las palabras que retornan a la infancia. Gabi, así se llama el protagonista, es un niño especial, sensible y atento a los detalles, que vive en una zona apartada junto a una porqueriza que hace que los demás arruguen la nariz cuando los de su casa se acercan a ellos. Es su olor, no los define pero los representa, y para Gabi las mujeres que huelen a limpio y a jabón lo hacen igual que el cajón de las bragas de su madre, porque es allí donde esta mujer guarda una pastilla de Heno de Pravia. Detalles como este consiguen la sonrisa de la inocencia mientras la novela se oscurece aplastando la vitalidad de quienes la pueblan y dejando al lector la sensación de estar ante una carga psicológica que recuerda a la de aquella familia inmortalizada por Cela.

No nos dice la autora el lugar en el que se desarrolla la historia, más allá de dejar que la ubiquemos en la zona sur, ni nos deja datos de su temporalidad, aunque no disponen de servicios corrientes y los remedios caseros sustituyen a los médicos. Y allí, mal que bien, la vida transcurre tranquila, con sus más y sus menos relativos a la convivencia o a la forma en que se trata o juzga a aquel que ha nacido con una condición diferente. Y ahí, entre palabras mal pronunciadas, casi inventadas, vulgarismos y vocablos que han caído en el olvido, desata la tragedia y va cambiando el discurrir de la historia y tornando en vital la facultad de la que Gabi carece. O tal vez no sea algo tan vital: a fin de cuentas lo que importa es el interior de las personas, ese que Gabi teme que sea capaz de verle la figurita de una virgen que reluce en la oscuridad, convirtiéndola en un fantasma con dos ojos negros que parecen ser capaces de verlo todo. El miedo también está ahí, y debajo de él, lo que somos cada uno de nosotros: ni buenos ni malos, somos un poco de ambos.

Fosca es una novela rural que avanza más allá de su entorno físico para llevarnos a la ambientación total. Juega con las palabras para que el lector emita juicios que en la sociedad actual no debería decir en voz alta, y lo invita a sumergirse en ellos hasta no hacer pie. La primera novela de Inma Pelegrín impresiona. Y eso siempre provoca que los lectores queramos más.

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Autora: Inma Pelegrín. Título: Fosca. Editorial: Lumen. Venta: Todos tus libros.

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21/11/2025



Hoy ya es tarde, pero hacer reír al viejo Groucho fue la mejor carta de presentación para un cómico. Woody Allen (Nueva York, 1935) no sólo lo consiguió, sino que ha acabado pareciéndose con el tiempo a lo más cercano que alguien pudiera estar de aquel genio del absurdo, clásicos ambos, dado que hoy sus legados —uno concluso, otro en tránsito— están más vivos que nunca. Después de la tríada Cómo acabar de una vez con la cultura (1974), Sin plumas (1976) y Perfiles (1980), llegaron un cuarto de siglo más tarde los dieciocho cuentos de Pura anarquía (2007), los diecinueve de Gravedad cero (2022) y la polémica autobiografía A propósito de nada (2020). Ahora, a sus casi noventa años (los cumplirá el 30 de este mes de noviembre), se deja caer con su primera novela, ¿Qué pasa con Baum? Los lectores no anglófonos nos perdemos el juego de palabras del título, donde la fonética del apellido del protagonista Baum se asemeja conscientemente a la de bomb, con lo que el travieso Allen viene a decir también Qué pasa con la bomba. Y en efecto, Asher Baum es la bomba, en todos los sentidos, un escritor judío de mediana edad, hipocondríaco y ansioso, que entra en disputa artística con su hijastro y con su hasta entonces encantadora tercera mujer. La sacudida que provoca persiste más allá del cierre de la novela y su onda expansiva se acerca a la que produjeron algunos de los más logrados personajes del director de Manhattan, empezando por sus inolvidables alter egos. La paronomasia del título de esta novela inaugural encaja perfectamente con el estilo de comedia neurótica y obsesiva a la que nos tiene acostumbrados Woody Allen desde sus inicios como cineasta.

Heredero de la vis cómica de Mort Sahl, Allen imitó el descaro de su modelo al trabar sus textos de asuntos concernientes a la vida personal. En el cóctel añadió algo de poética del absurdo y unos cuantos ingredientes narrativos que le venían al pelo, con dosis generosas de John Salinger, S. J. Perelman, Saul Bellow y Philip Roth. Lo demás es historia. Ahora la sigue haciendo, a pesar de lo difícil que le resulta, en estos tiempos de cancelaciones casi salidas del cuerpo policial PreCrimen de Minority Report (Philip K. Dick siempre profético), obtener financiación para llevar a cabo sus proyectos de un modo personal. Woody Allen ha optado por acogerse a la forma más ajustada a su naturaleza, la escritura. Si del cómico Sahl heredó los temas y el atuendo (optó por el jerséi en vez del traje y la corbata), ya es de su cosecha esas perpetuas mudas blancas que lleva bajo la camisa, las gabardinas en cualquier época del año, el sombrero impermeable, la gafas de pasta negra, así como la querencia por T. S. Eliot, Philip Larkin, Wallace Stevens, Proust, Flaubert, Shakespeare, Ring Lardner, Henry James, Edith Wharton, Dostoievski, Eliot, Larkin, Wallace Stevens, Kafka, O’Neill, Chéjov, Auden, Clifford Brown o los New York Knicks, por poner algunos ejemplos indiscutibles del afinado paladar del padre de Annie Hall.

"Como si a estas alturas no se conociera la fórmula personalizada por Woody Allen de lo que define a la comedia, que no es otra cosa que la tragedia pasada por el tamiz del tiempo"

Asher Baum pasa por ser un urbanita de libro. Para él la civilización debe conjugarse con la visita a museos, librerías y tiendas de discos, disfrutar de salas de cine y restaurantes, todo ello aderezado con las melodías y literatura imaginadas por Vernon Duke, Rodger & Hart, Gershwin, Cole Porter o Irving Berlin, mientras pasea por las calles magnéticas de una Nueva York en constante metamorfosis que su creador también ha ayudado a construir, o al menos a reconocer. En el fondo no es más que un escritor chiflado simpático adicto al asfalto a quien le resulta más fácil provocar la reflexión que la emoción. Pero que nadie se llame a engaño y confunda lo sombrío con lo profundo. Baum diría que nunca hay que subestimar la alegría que transmiten la melodía y el ritmo. El tipo, bizarro como lo son los mejores personajes de Allen, no puede sino caernos bien, del modo en que nos caen esos ladrones de las películas a los que nunca quieres que atrape la policía. Que les salga bien el robo, que les funcione el plan de huida, que se salgan, al fin, con la suya. Y mira que es torpe a veces, y otras un completo malentendido a quien no se le perdona que utilice la sátira para romper con un exceso de trascendencia, como cuando lo vapulearon por tomarse el Holocausto a la ligera. Como si a estas alturas no se conociera la fórmula personalizada por Woody Allen de lo que define a la comedia, que no es otra cosa que la tragedia pasada por el tamiz del tiempo.

¿Y qué es lo que pasa con Baum? Pues que el tipo está tan dejado de la mano de todos, tan solo en su soledad, tan existencialista él sin llegar a ser camusiano (“tanto esfuerzo con la piedra para qué”), que únicamente le queda el bendito recurso de hablar consigo mismo entre ataques de pánico y alaridos hipocondríacos. Así Baum dice a Baum tal cosa, cual cosa, cualquier cosa, con tal de no sentir que todos lo detestan. A lo mejor no es para tanto, y sólo es que es un pesado de cuidado cuyo propósito en esta vida no es otro que “ordenar el caos y la amarga verdad que nublaba cada amanecer de la especie humana”. En medio de todo ello, la vida en familia de Baum con Connie Lister y Thane, el hijo de ésta que, valga su suerte, también escribe y, valga su desgracia, escribe con más éxito y firmeza que su padrastro, aunque en eso hay gato encerrado. Entre hostilidades y decepciones, el narrador de la novela ve cómo su tercer matrimonio empieza a irse al garete, aunque todavía tiene tiempo para echarle un vistazo a la hermosa novia de Thane, el “artista genuino” que comparte la vida con el escritor caído en el malditismo.

"Woody Allen regresa una vez más, con urdimbres cinematográficas, pero en esta ocasión desde el estreno novelesco, a ese lugar ya indiscutible que lo hace un clásico"

Como no podía faltar el apunte psicoanalítico, la cosa va de Edipos (Thane) y Yocastas (Connie), mientras se dejan caer perlas a propósito de lo divino y lo humano marca de la casa Allen: que si “el matrimonio es la muerte de la esperanza (…) en los que “los ahora nunca resultaban tan agradables como los entonces”; que si abogar por la misantropía permite que la gente no le decepcione a uno; que si “el placer que obtienes en una relación es equivalente al dolor sufrido cuando te abandonan”; que si la ficción es más real que la realidad, más capaz de aproximarse al alma y explicar la puñetera verdad de lo que nos rodea; en fin, que si el universo se expande, como ya nos recordó en Días de radio, y que tal vez nos acabe tragando un agujero negro. Woody Allen al cien por cien, tanto que acaba haciendo confesar a Baum que su comportamiento es irracional y que su relato es poco fiable, lo que no quita para que sigamos pensando como lectores que nuestro escritor destronado tiene un hijastro insufrible, una mujer que lo es otro tanto y un hermano (Josh) tan cínico en lo personal como ortodoxo en lo religioso, mientras los imbéciles campan por sus respetos para confirmar que no todo tiene explicación en este mundo, pues “todo carece de sentido.” Un clásico ya del novelista que tiene en su haber medio centenar de películas y la osadía intacta desde los tiempos de Toma el dinero y corre.

A bolígrafo y tumbado en decúbito dorsal, que es como mejor gusta Allen de escribir, ¿Qué pasa con Baum? se ajusta con naturalidad a las formas narrativas que le son propias a estas alturas al afinado rey del disparate, el chiflado por el que haríamos ver que vendemos el alma para compartir una copa todos los jueves en el bar del Hotel Carlyle. Maneja el diálogo con rigor, destreza y frescura, toca temas candentes (las cancelaciones, el movimiento MeToo, los n***s —los n***s siempre están de actualidad—, el plagio, la comercialización del arte o el misterio de la atracción humana en todas sus facetas, tal vez el tema más serio con el que trabaja Allen tras los de la existencia y la muerte). Conoce los resortes del ritmo narrativo, puebla de sabiduría cada una de las escenas con las que trata de apresar al lector, a quien le concede la gracia horaciana de deleitarle en el entretenimiento mientras muestra, como de pasada, con profunda ligereza, los resortes de la vida y las peripecias de los corazones inquietos. Woody Allen regresa una vez más, con urdimbres cinematográficas —la novela iba para película, ya lo adelantamos—, pero en esta ocasión desde el estreno novelesco, a ese lugar ya indiscutible que lo hace un clásico. Con los altibajos que quieran, pero un grande en eso que convenimos llamar el retrato del espíritu humano. Como Hamlet, también él trata de descansar en la razón y moverse con pasión. El secreto parece estar en tomarse la vida con humor a fin de contrarrestar las absurdidades que plagan el universo. En cuanto a los críticos, de nuevo escritores frustrados, seguimos teniendo nuestro lugar de privilegio en la planta quinta del In****no, junto a los carteristas de metro y los mendigos agresivos. Qué buenos ratos se echa uno con libros como éste. Woody nunca se fue, pero siempre regresa con alguna sorpresa. La aparición de Baum ha sido de las buenas.

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Autor: Woody Allen. Título: ¿Qué pasa con Baum? Traducción: Manuel de la Fuente Soler. Editorial: Alianza Editorial. Venta: Todos tus libros.

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21/11/2025



No vamos a descubrir la relevancia que en la historia de la literatura tiene el conocido Bildungsroman, o novela de aprendizaje, pues recorre ese enorme trayecto desde sus principios hasta nuestros días. Tampoco vamos a caer en la trampa del dicho popular cuando proclama que cualquier tiempo pasado fue mejor, a pesar de que el presente, a todas luces, tampoco lo es. Lo cierto es que hay una pulsión en nosotros que nos anima a regocijarnos, desde la añoranza, en la idealización de nuestros años de aprendizaje; es decir, nuestra infancia y juventud. Alguien señaló que vivimos presos de los recuerdos, llegando a ser casi una necesidad su uso para que no se disipen, para que no nos olviden. Lo hace Daniel Vázquez Sallés en Los felices ochenta, pero en su caso con una intención sincera y desmitificadora, de ahí el subtítulo de su libro: Crónica de una generación desconcertada.

Que un libro lleve por título Los felices ochenta —lo que en términos coloquiales podríamos definir como «título algodón», pues el algodón no engaña— de inmediato nos sitúa en el contenido de esas páginas, por lo que llegamos a ellas inequívocamente avisados.

Por supuesto, el hecho de haber sido igualmente jóvenes —aunque algo menos que el autor— en aquella década y en este país nos anima y nos autoriza a leer e interpretar dicho libro desde la proximidad y la experiencia compartida.

"Vázquez Sallés no solo hace la crónica de un tiempo, sino que partiendo de su experiencia personal nos habla de su paso por esa época que pareciera exclusiva de la juventud"

El famoso fenómeno de «los ochenta» en España es bien conocido y alardeado, sobre todo, a partir de la renombrada «movida». Lo más importante de aquella eclosión fue descubrir, no sin cierta dosis de inocencia, que España también podía ser —con sus glorias y sus penas— moderna, divertida, democrática y canalla. A lo mejor, incluso modélica pese a cierto exceso de maquillaje.

Pues bien, nos llega este libro de Daniel Vázquez Sallés (Barcelona, 1966) y con él la grata invitación, para quienes hemos vivido esos años presuntamente felices, a rememorar una época alimentada de anécdotas no tanto personales como colectivas. En cuanto a los demás lectores, los que no vivieron el momento, esta crónica, pespunteada por todas partes del punto de vista personal y crítico del autor, ha de resultar igualmente aleccionadora y amena, al menos en tanto fuente de información y cuestionamiento de unos años capitales en la historia democrática de este país.

Vázquez Sallés no solo hace la crónica de un tiempo, sino que partiendo de su experiencia personal nos habla de su paso por esa época que pareciera exclusiva de la juventud (éramos todos tan jóvenes). Salvando las insalvables distancias, uno piensa que los años ochenta en España fueron algo así como los estimulantes años sesenta en el mundo. Fue como si, por arte de magia, mandasen los jóvenes. Magia pura. Se impuso la rebeldía al menos a efectos estéticos. La música y el cine se hacían en casa sin complejo alguno, pero también sin filtro. El cambio se convirtió en una moral. Las voces acabaron afónicas de tanta reivindicación callejera, bronca doméstica y porro… Por primera vez Madrid —centro magnetizador de la Movida— produjo modernidad, aun adelantando en ello a la «europeizada» Barcelona, que fue como si se quedara atrás, absorta en sus prejuicios identitarios. La diferencia, pienso yo, fue colocar a los ciudadanos de Barcelona al servicio de la política, en tanto que en Madrid la política se puso al servicio del ciudadano. Para explicar mi idea sin más prosa, valga la comparación entre estos dos popes de aquellos años: Jordi Pujol («peix al cove») y Tierno Galván («más libros, más libres»). Uf…

"Fue un tiempo donde era posible que un padre y su hijo compartieran un solo ángel caído; en este caso, Marc David Chapman, el asesino de John Lennon que leía a Salinger"

La nueva generación de jóvenes se olvidó, de la noche a la mañana, de Franco y decidió echarse a la calle para vivir, saludar la llegada de la democracia y, como diría Paul Verlaine, et tout le reste est littérature, liberados al fin de aquel complejo carpetovetónico que precisamente sus más locuaces enemigos se empeñan, aún hoy, en no permitir que lo olvidemos.

En el libro que comentamos, su autor hace una crónica pormenorizada de aquella década a partir de la muerte del dictador, abundando tanto en el detalle como en la generalidad. Desde el teléfono de baquelita hasta la caída del muro de Berlín, desde los videoclubs hasta el Citroën de Johan Cruyff. El cine, los payasos de la tele, la música y los libros. O sea, un Bildungsroman compartido y, desde luego, en absoluto novelesco. Años en los que, como leemos, la fama ya no necesitó del talento para sobrevivir. O dicho de otro modo: años que recogen nuestros recuerdos en analógico. Buenos o malos, aquellos años fueron nuestros años.

Fue un tiempo donde era posible que un padre y su hijo compartieran un solo ángel caído; en este caso, Marc David Chapman, el asesino de John Lennon que leía a Salinger. El padre se llamaba Manuel (Vázquez Montalbán).

"Finalmente, en un arrebato con trazas confesionales, Vázquez Sallés enumera sus odios como quien confiesa sin pudor sus conmensurables fobias"

La profesionalidad del autor, en tanto periodista, queda de manifiesto a cada párrafo, apoyando toda argumentación en fechas, nombres, confidencias, etcétera, que sostienen lo contado con la robusta contundencia del dato que se hace, aquí, imprescindible, porque entonces «ser realista era pedir lo imposible». Pero asimismo, el autor no se esconde ni disimula sus criterios personales, su opinión acerca de personas, colectivos, ciudades y acontecimientos. Casi siempre preso de un sesgo desenfrenado. Su animadversión queda expresada con toda franqueza y en absoluto se muestra encubierta, lo cual siempre invita al debate y aminora el comportamiento peligrosamente woke que hoy nos atrapa. Porque en este libro sobresale la sinceridad con que el autor expone sus opiniones contra esto y lo otro. De los descargos apenas sí se salvan ese padre, de nombre Manuel, John Lennon, Freddie Mercury y paremos de contar, pues lo cierto es que nos sorprende tanto dicterio dedicado contra lo humano y lo divino, llámese papa Wojtyła, Samaranch, Carmen Balcells, Vargas Llosa, Madrid, los Rolling Stones, la música de la «movida», los hijos de papá o el sursuncorda.

Finalmente, en un arrebato con trazas confesionales, Vázquez Sallés enumera sus odios como quien confiesa sin pudor sus conmensurables fobias. Recopila esos odios y los pone en boca de «un adolescente crónico» que quizá se esté haciendo pasar por un adulto cascarrabias y algo resentido.

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Autor: Daniel Vázquez Sallés. Título: Los felices ochenta. Editorial: Folch & Folch. Venta: Todos tus libros.

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21/11/2025



Viernes en Zenda. Viernes de cómic. Viernes, en este caso, de Lista para morder, el último trabajo de la historietista estadounidense Keiler Roberts (Milwaukee, Wisconsin, 1978), publicado en España, con traducción de Alberto García Marcos, por el sello editorial Astiberri. Excepcional traductora de lo cotidiano a viñetas de enorme potencial expresivo, Roberts se ha convertido en una dibujante esencial dentro del cómic contemporáneo debido a su sensibilidad observadora: el mundo, a través de su mirada, regresa a su manera más preciso a nosotros, más elocuente, con cada uno de sus elementos ampliados.

La propia editorial apunta, acerca del libro: “Keiler Roberts ha dejado de hacer cómics. O eso creía ella.

En Lista para morder, su último cómic, Roberts desmenuza aspectos inocuos de la vida cotidiana y los disecciona de forma única: desde preparar la comida hasta acudir a las citas con el médico, tener mascotas e incluso enfrentarse a las ya ineludibles llamadas de Zoom. Estas viñetas retratan a una mujer de mediana edad lidiando con las realidades de ser madre, esposa, amiga, hija y, por último (quizá lo menos importante de todo), artista en activo, todo ello mientras se enfrenta a los efectos a largo plazo de una enfermedad debilitante.

Página tras página, Roberts salta de un momento a otro, utilizando con maestría el medio como nadie más puede hacerlo. Lista para morder capta los gestos transitorios de la vida en la era moderna, tanto mundanos como inanes”.

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Autora: Keiler Roberts. Traducción: Alberto García Marcos. Título: El artefacto perfecto. Editorial: Alpha Decay. Venta: Todos tus libros.

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21/11/2025



La última ficción de Eduardo Fernán-López parte de un hecho real: el naufragio del Villa de Pitanxo en aguas de Canadá en 2022. A partir de aquella tragedia, el autor construye una novela negra ambientada en una ciudad de Vigo de apariencia fantasmal.

En este making of Eduardo Fernán-López recuerda cómo escribió El balanceo del Alacrán (Destino).

***

Vivir por primera vez la sensación de vacío que se apodera de una ciudad, de una comarca, cuando le sacude la tragedia de tener que enfrentarse a un naufragio con un alto número de fallecidos, es algo difícil de olvidar. Eso es lo que me sucedió a mí durante febrero de 2022, cuando llegaron a Galicia las primeras noticias del hundimiento del pesquero Villa de Pitanxo. La tragedia de estos marineros y sus familias, que comenzó a llenar los periódicos, me espoleó a sumergirme en un mundo fascinante, pero que muy poca gente fuera de esos gremios conoce. Ni tan siquiera gran parte de los habitantes de una de las ciudades más importantes de la costa Atlántica como es Vigo y que, como se quejan a veces con amargura los propios marineros, vive de espaldas a su puerto.

De ese modo fue como, poco a poco, charlando con unos y con otros, dejándome caer por las zonas que solían frecuentar los marineros, comprendí que en el negocio de la pesca y de las casas armadoras, como todos en los que se mueven grandes cantidades de dinero, aparecen las corruptelas y los más bajos comportamientos humanos a poco que se rasque. Ese fue el punto de partida de El balanceo del Alacrán, la idea de trazar una trama donde se me permitiera, entre otras muchas cosas, mostrar un mundo fascinante y apenas conocido. Por tanto, la novela no es la historia del Villa de Pitanxo, sino de todos los buques hundidos por la mala suerte y la codicia de unos pocos. Es un libro cargado de denuncia social, pero ante todo es un homenaje a esos marineros y al resto da xente do mar.

"El inspector Tristán Negreira y la subinspectora Virginia Almada, del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional de Vigo, serán los encargados de investigar el doble crimen"

Por eso mismo, después de mezclar diferentes opiniones e historias, es por lo que decidí que el pesquero Alacrán, de la armadora Grupo Barros y con sede en el puerto de Vigo, fuese el hilo conductor de una trama que se acelera cuando siete meses después de naufragio en aguas canadienses, donde fallecen veintidós marineros, se inicie el juicio para discernir qué parte de culpa recae sobre la casa armadora del barco y cuál sobre el capitán del buque desaparecido, que fue uno de los dos supervivientes. El asunto se complicará para todos cuando aparece mu**to Raúl Barros, el presidente del conglomerado empresarial propiedad del pesquero, junto a su única hija, con la que hacía tiempo que no se hablaba.

El inspector Tristán Negreira y la subinspectora Virginia Almada, del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional de Vigo, serán los encargados de investigar el doble crimen, cuyos motivos se remontan mucho tiempo atrás, viéndose obligados a intentar arrojar algo de luz sobre el pasado del empresario para dar con el culpable de su as*****to. Algo crucial, no sólo para resolver el caso, sino para que pueda reactivarse el juicio que buscaba hacer justicia sobre las víctimas y sus familias. Un detalle que, como supondrá el lector, no será tan fácil de conseguir como podría parecer, pues detrás de la muerte de un hombre poderoso siempre se esconde una historia de venganza. Lo complicado va a ser conocer qué mano la ejecuta, pues el empresario ha dedicado su vida, a partes iguales, a generar dinero y granjearse enemigos de amplio calado. Además, como ocurre siempre que desaparece la cabeza de una gran empresa, más cuando es tan personalista como ocurre con el Grupo Barros, los movimientos internos para hacerse con la mayor cuota de poder se acelerarán, sin ni siquiera respetar el luto por el fallecimiento de su fundador. La lucha interna que se desatará para hacerse con el control de la compañía entre los miembros de la junta directiva y el abogado personal del mu**to, Álvarez de Celis, que intentará pescar en río revuelto, amenazará con hundir al grupo y sacará a la luz otra oscura trama. En este caso, una empresarial y económica que no dejará bien parado a gran parte de sus protagonistas.

"El inspector Tristán Negreira se verá obligado a capear su propio temporal, también personal, intentando separar pasado y presente del juicio mediático y de los intereses empresariales"

Por otro lado, a Negreira se le abrirá el suelo bajo los pies al conocer la identidad de las víctimas. Todos en comisaría serán conscientes de que se avecina un temporal institucional y social tras el doble homicidio, ya que la herida causada por la tragedia del Alacrán sigue bien abierta a la espera de una resolución judicial que esclarezca lo sucedido. La tensión será latente, pues por todos es conocido hasta qué punto son capaces de presionar los dueños de los barcos cuando las cosas no salen según lo planeado. No es fácil llevar la contraria al que paga, pero es aún peor cargar sobre tu conciencia con la muerte de veintidós compañeros. La gente de la mar es muy supersticiosa con esas cosas, y en la novela queda más que patente.

En definitiva, el inspector Tristán Negreira se verá obligado a capear su propio temporal, también personal, intentando separar pasado y presente del juicio mediático y de los intereses empresariales que se ocultan en una historia marcada por las vidas de sus gentes. Todo ello en un Vigo donde nada es lo que parece, y en el que es posible encontrarse con el propio inspector Caldas que, junto a Domingo Villar, siguen tomando vino y xoubas rebozadas en el Eligio para el regocijo de sus seguidores.

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Autor: Eduardo Fernán-López. Título: El balanceo del Alacrán. Editorial: Destino. Venta: Todos tus libros.

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