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Todo Motor Chismes de autos y motores ruidosos �

03/09/2025

¿Cuál fue el auto más fiel que tuviste?

28/08/2025
En los años de Juan Domingo Perón, Argentina se animó a soñar con algo que parecía imposible: tener una industria automo...
27/08/2025

En los años de Juan Domingo Perón, Argentina se animó a soñar con algo que parecía imposible: tener una industria automotriz propia, fuerte y con sello nacional. Aquello no era un simple capricho, sino un proyecto estratégico que buscaba sacar al país de la dependencia de los gigantes extranjeros. Bajo su conducción, se levantaron fábricas, se crearon institutos técnicos, y se impulsaron marcas propias como IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), que llegó a fabricar desde tractores hasta automóviles como el Justicialista. Era un verdadero renacer: miles de trabajadores encontraron empleo en líneas de montaje que no existían antes, y la Argentina empezaba a perfilarse como un país capaz de competir en el terreno de la industria pesada.

Pero Estados Unidos no estaba dispuesto a permitir que un país del sur construyera semejante autonomía. La Guerra Fría no se jugaba solo en lo militar: también se disputaba en el terreno industrial y económico. Washington veía con recelo cómo un modelo nacionalista y de corte independiente podía ser un mal ejemplo para otros países latinoamericanos. Las presiones fueron claras: créditos bloqueados, falta de acceso a tecnología clave, trabas diplomáticas y hasta maniobras políticas para aislar al gobierno de Perón. El objetivo era quebrar esa idea de una Argentina industrializada bajo control propio, forzando al país a seguir dependiendo de la importación de automóviles norteamericanos y europeos.

Lo que Perón había levantado con visión y esfuerzo fue desmantelado a fuerza de condicionamientos externos y decisiones impuestas. La industria nacional quedó herida: proyectos como el Justicialista o el Rastrojero, símbolos de soberanía y orgullo popular, fueron frenados o entregados a la lógica del mercado internacional. Lo que pudo haber sido un camino hacia la independencia tecnológica terminó ahogado por la presión de quienes no toleraban una Argentina productiva y autosuficiente.

Sin embargo, su huella permanece. Perón demostró que el país tenía la capacidad, el talento y los recursos para fabricar sus propios autos, y que no era necesario vivir de rodillas ante las multinacionales. Ese capítulo, aunque truncado, sigue siendo una de las páginas más poderosas de nuestra historia industrial: la prueba de que Argentina pudo soñar y construir, hasta que los intereses externos decidieron torcerle el brazo.

25/08/2025

te extrañamos travesaño!!

Hubo un tiempo en que Argentina fabricaba autos que no existían en ninguna otra parte del mundo. Eran fierros nacidos y ...
19/08/2025

Hubo un tiempo en que Argentina fabricaba autos que no existían en ninguna otra parte del mundo. Eran fierros nacidos y criados en estas tierras, con el ADN de la ruta nacional y el olor a nafta impregnado en la memoria colectiva. El Ford Falcon, que llegó como un auto norteamericano pero aquí se transformó en leyenda; el Torino, orgullo de IKA y estandarte de “lo nuestro” que hasta se atrevió a medirse en Nürburgring; los Dodge Polara, Coronado y GTX, gigantes de hojalata que retumbaban en la Panamericana como si anunciaran un futuro de potencia local. Aquellos coches no eran simples productos industriales: eran parte del paisaje, de la identidad, de la familia.

Pero todo eso quedó atrás. Con los años, la industria argentina dejó de fabricar modelos exclusivos. La globalización, los costos, las decisiones corporativas tomadas a miles de kilómetros de distancia fueron apagando esa chispa. Ya no importaba que el Torino fuese símbolo nacional, ni que el Falcon se convirtiera en taxi, patrullero o coche de TC: lo que mandaba era la plataforma mundial, el producto estandarizado, lo que ya venía decidido desde Detroit, Stuttgart o Tokio. Argentina pasó de ser un laboratorio creativo a un simple eslabón de ensamblaje, y con ello se perdió un pedazo de su alma automotriz.

La nostalgia duele porque, en aquel entonces, el mercado local era importante. La industria nacional llegó a producir cientos de miles de unidades al año, con fábricas que daban empleo a decenas de miles de personas. Hoy, en cambio, el peso de Argentina en el tablero automotriz mundial es casi simbólico. Se ensamblan algunos modelos regionales, sí, pero ya no existe el orgullo de decir: “este auto sólo lo tenemos nosotros”. El consumidor argentino también fue empujado a esa estandarización: lo exclusivo dio paso a lo genérico, lo identitario se disolvió en la lógica global.

Es triste pensarlo, pero aquel país que se daba el lujo de exportar el Torino a Europa y mostrar músculo industrial con el Falcon ahora se conforma con ser mercado de prueba de SUVs genéricas, diseñadas para complacer a todos y no emocionar a nadie. La época dorada se fue, y lo que queda son recuerdos: motores que rugían distintos, carrocerías que no se parecían a ninguna otra, marcas que supieron adaptarse al gusto local.

La caída no fue de un día para otro: fue un goteo. La crisis del setenta, la apertura indiscriminada de los noventa, las decisiones erráticas de las terminales… todo conspiró contra una industria que había nacido con ambiciones de grandeza. Hoy, cuando alguien ve un Falcon oxidado en un baldío o un Torino guardado bajo una lona, no está viendo solo un auto viejo: está viendo un pedazo de lo que fuimos, y de lo que ya no volveremos a ser.

En el fondo, lo más doloroso no es que dejáramos de fabricar esos modelos exclusivos, sino que dejamos de creer que podíamos hacerlo. Y en esa resignación silenciosa, el mercado automotriz argentino dejó de ser protagonista para convertirse en un actor de reparto. Un papel triste para un país que alguna vez soñó con tener su propio Hollywood de la velocidad.

El padre había pasado su vida entera remando contra la corriente. Nació en la pobreza, creció sabiendo lo que era tener ...
13/08/2025

El padre había pasado su vida entera remando contra la corriente. Nació en la pobreza, creció sabiendo lo que era tener hambre y aprendió que cada billete tenía detrás horas de sudor y sacrificio. Desde joven soñaba con que su hijo tuviera una vida distinta, que no conociera de cerca esa lucha diaria por lo básico. Trabajó en oficios duros, de esos que dejan las manos agrietadas y la espalda cargada, siempre guardando un poco de lo poco que ganaba, imaginando el día en que pudiera entregarle algo que representara más que un simple objeto: un símbolo de esfuerzo, de amor, de orgullo.

Cuando su hijo cumplió dieciocho años y estaba a punto de entrar en la universidad, creyó que había llegado ese momento. Le entregó las llaves de un Renault 12 en impecable estado, carrocería entera, motor confiable, tapicería limpia y esa sensación inconfundible de máquina noble, hecha para durar. No era nuevo, pero para él era mucho más que eso. Era su manera de decirle: “Aquí tienes, hijo, una herramienta para abrir caminos, para llegar lejos, para demostrarte que no siempre hay que esperar a que la vida te dé… a veces uno mismo se lo gana”.

El joven recibió las llaves y sonrió, pero su mirada no tuvo el brillo que el padre esperaba. Le agradeció, sí, pero en su voz había algo distante, como si el regalo no encajara con el mundo que imaginaba para sí mismo. Pasaron los días y el Renault permanecía inmóvil, siempre en el mismo lugar del patio, acumulando polvo como si fuera una pieza de museo que nadie quiere visitar. El padre lo notaba, pero prefería creer que eran los nervios de la universidad, que pronto lo usaría.

Hasta que una tarde, incapaz de seguir callando, le preguntó directamente: “¿Por qué no usas el auto?”. El hijo lo miró unos segundos, dudando, y luego soltó la frase que el padre temía escuchar: “Es que… me da vergüenza. En la universidad todos tienen autos nuevos, modernos, con pantallas y cosas… Este no. No me gustan tanto las cosas viejas”.

El silencio que siguió fue más pesado que cualquier discusión. El padre sintió un n**o en la garganta. No era solo el desprecio hacia un vehículo que había cuidado como un tesoro, era el rechazo a todo lo que ese Renault representaba: el esfuerzo de años, las horas extras, los sacrificios invisibles, las ilusiones tejidas a base de paciencia. Era como si, en un solo instante, el hijo hubiera dado la espalda a la historia que lo había traído hasta allí.

No dijo mucho más. Se limitó a asentir, con la mirada baja, como si buscara fuerzas para no dejar ver la herida. Esa noche, mientras miraba el Renault estacionado bajo una farola, pensó en lo mucho que había cambiado el mundo. La juventud, reflexionó, parece medir el valor de las cosas por su brillo y novedad, no por las huellas de la historia ni por el significado que guardan.

Y ahí, entre la luz amarilla y las sombras, comprendió que no le dolía que el hijo no condujera el auto. Le dolía que no supiera conducir la gratitud. Porque un día, quizás demasiado tarde, entendería que algunos regalos no se reciben con las manos… sino con el corazón.

El día estaba gris cuando el abuelo lo llevó al fondo del garaje. Levantó lentamente la funda y ahí apareció, imponente,...
11/08/2025

El día estaba gris cuando el abuelo lo llevó al fondo del garaje. Levantó lentamente la funda y ahí apareció, imponente, el Torino. La pintura roja todavía brillaba, con ese tono que parecía absorber la luz. Era un coche que no necesitaba presentación: bastaba su silueta para contar una historia de rutas interminables, de motores encendidos al amanecer y de orgullos que no caben en una vitrina. “Es tuyo, si querés”, dijo el abuelo, con esa voz que mezclaba ilusión y miedo de que la respuesta no fuera la que esperaba.

El joven lo miró con curiosidad, pero también con distancia. No vio el mito argentino que había conquistado Nürburgring, ni la obra maestra de ingeniería que había hecho soñar a un país entero. Vio un volante sin asistencias, un asiento sin calefacción, un tablero sin mapas en tiempo real. Preguntó si tenía Bluetooth, como si de eso dependiera su valor. El abuelo sonrió, triste, y le dijo que no… pero que tenía algo mejor: un motor que te hablaba en cada cambio de marcha, un rugido que se sentía en el pecho y no en una bocina.

El joven negó con la cabeza. Dijo que prefería algo más moderno, “más práctico”, con cámara de retroceso y cargador inalámbrico. El abuelo volvió a cubrir el Torino, y el garaje recuperó su silencio. Afuera, la calle estaba llena de autos eléctricos que se movían como fantasmas, sin voz ni carácter. Adentro, un Torino esperaba, con el corazón dispuesto a latir para quien todavía supiera escuchar.

17/07/2024
07/07/2024

Uy no así que chiste la neta !!!

07/07/2024

Ford o Toyota? cuál se la banca más?

04/07/2024

Hay cosas que no dejan de sorprenderme, pero debido a la fuerte crisis en Argentina y con el fuerte aumento de combustibles, muchos motoqueros están optando por convertir sus motos a combustible GNC. ¿Les gustaría un informe sobre esto?

02/07/2024

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