14/11/2025
Rosalía .vt se plantó con unas botas de tacos en una gala y le pedimos a que incluyera esta imagen en su serie ‘Diapositivas’ en :
Las botas de fútbol siempre han formado parte de mi particular galería de objetos de deseo. En los ochenta, casi todos los chavales jugábamos al fútbol sala. Aún no había llegado la hierba artificial ni el fútbol 7 y las liguillas del barrio se decidían sobre suelos asfaltados y espacios reducidos. Calzarse unos tacos era todo un privilegio, como ponerse la capa de superhéroe. Para llegar a ello había que dar el salto al futbol 11, el fútbol grande que le decíamos. En tierra, tacos de goma. En hierba, tacos de aluminio que no cataríamos jamás. La hierba sintética de los campos del Brunete, el Coslada o el Pozuelo eran auténticos oasis en una lista infinita de patatales.
Mis primeras botas fueron unas Marco porque decía mi padre que duraban mucho. Y doy fe de ello porque creo que aún siguen vivas en alguna bolsa del trastero de su casa. Eran recias como Castilla en la Vírgen de agosto, sin un mísero guiño a la ornamentación, más allá de aquel alzacuellos blanco que rodeaba la zona del tobillo y que las acercaba peligrosamente al look un cura de posguerra. Eran cualquier cosa menos algo cool. Intenté destruirlas en varias ocasiones aunque su jodida naturaleza era eterna. Ningún amigo las quería. ¿Quién c**o llevaba Marco en el fútbol profesional de aquella época? Los noventa eran los años de las Joma Butragueño, las Lotto de los italianos, las Umbro inglesas… Puma y Adidas andaban algo demodé y Nike o Reebok apenas se atrevían a entrar en el mercado. Probé varias, y en algún momento cometí el error de comprarme unas Julen Guerrero, probablemente las botas más nefastas que he tenido nunca. Cuando llegaron Beckham, Zidane y compañía anunciando las Questra ya estaba mayor para tonterías y no se las pedí ni a los Reyes. Las faltas no entraban por la escuadra con ni sin ellas. En los años de universidad colgué las botas, y me distancié de la mercadotecnia.
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