12/11/2025
En España, cada vez que se levanta una acera, se inaugura un puente o se reforma un edificio público… hay una historia detrás.
Y no es la historia del progreso, ni del servicio al ciudadano.
Es la historia de cómo se roba a la gente con corbata, con contratos, con facturas infladas y concursos amañados.
Nos hablan de impuestos, de responsabilidad, de cumplir con Hacienda.
Pero nadie te dice que parte de lo que pagas acaba en un sobre, en una cuenta en Suiza o en la reforma de algún despacho político.
Y lo peor no es solo el robo.
Lo peor es que todos lo saben.
Que el sistema entero lo permite.
Que los corruptos se pasean por los platós, sonríen, se presentan a elecciones… y hasta dan lecciones de moral.
Mientras tanto, la justicia mira para otro lado.
Porque aquí, si robas para comer, te cae el peso de la ley.
Pero si robas millones con traje y cargo público, te cae una condena simbólica… y a los dos días estás en tu casa, con la pensión intacta y los contactos de siempre.
Nos han hecho creer que la corrupción es inevitable, que todos son iguales.
Y esa es la mayor victoria de los corruptos: que la gente deje de indignarse, que vea el robo como algo normal.
Pero no lo es.
Cada sobre, cada mordida, cada euro desviado es dinero que falta en un hospital, en una escuela, en un salario digno.
Y mientras nos distraen con promesas, debates vacíos y banderas, ellos siguen repartiéndose el pastel.
Porque aquí no gobiernan los que ganan elecciones… gobiernan los que se reparten las comisiones.”