02/08/2025
LA MESA VACIA
En una terraza soleada de Palma, el camarero limpiaba una mesa por tercera vez en la mañana, aunque nadie se había sentado allí desde el lunes. El mantel, perfectamente estirado, y las copas brillantes parecían preparadas para una celebración que no llegaba.
Dentro, el dueño del restaurante —Jaume— revisaba, con el ceño fruncido, la hoja de reservas del día. Vacía. Como muchas otras desde que comenzó la temporada.
—Esto no puede ser —decía a quien quisiera escucharle—. Un 40% menos de clientela que el año pasado. ¡Y en plena temporada alta!
Su socia, Clara, se limitaba a asentir. No era el único que se quejaba. El grupo de restauradores del barrio hablaba de lo mismo: calles llenas de turistas, pero mesas vacías. Muchos paseaban, miraban la carta, y seguían caminando con un gesto de incredulidad.
—Treinta y cinco euros por un menú medio —se quejaba una pareja alemana en voz baja, frente al cartel del día—. Y sin bebida incluida.
—Wir können woanders essen —respondía él. Podemos comer en otro sitio.
El problema, pensaba Clara, no era solo el precio. Era la desconexión. Durante años, habían subido precios escudándose en la inflación, los costes laborales, los productos “km 0” y una experiencia “auténtica”. Pero el menú, aunque bueno, ya no era una experiencia. Era simplemente caro.
Mientras tanto, los locales apenas pisaban los restaurantes. “Ya vendrán los de fuera”, decían los empresarios cada año. Pero este año, los de fuera también empezaban a hacer cuentas. Y los de dentro, cansados de no permitirse comer en su propia isla, cocinaban en casa.
Así, Mallorca —y con ella, muchas otras zonas de Baleares— empezaba a ver cómo la burbuja del turismo gastronómico tocaba su techo. Y mientras las mesas seguían vacías, en los supermercados crecían las colas de quienes, con 35 euros, preferían llenar la nevera que un plato decorado con flores comestibles.
Jose María Mulet Torres
Agosto 2025