Atmósfera Literaria, S.L.

Atmósfera Literaria, S.L. Editorial española especializada en novela, poesía, NNNC y testimonio.

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30/06/2025

🌿 La poesía en Atmósfera Literaria no es ornamento, es necesidad.

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30/06/2025

¿Qué ocurre cuando alguien que creías conocer se convierte en un completo desconocido?
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12/06/2025

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05/06/2025

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Jacobo Machover : « La grande littérature cubaine d’aujourd’hui a été produite en exil »La gran literatura cubana de hoy...
30/05/2025

Jacobo Machover : « La grande littérature cubaine d’aujourd’hui a été produite en exil »

La gran literatura cubana de hoy se ha producido en el exilio. Entrevista a nuestro autor Jacobo Machover en Á Rebours, TRADUCIDA AL ESPAÑOL. A continuación:

Jacobo Machover :
“La gran literatura cubana contemporánea ha sido escrita en el exilio”

Escritor comprometido, intelectual intransigente y testigo incansable del exilio cubano, Jacobo Machover se ha afirmado como una de las voces más eruditas y valientes sobre Cuba. Nacido en La Habana, hizo del exilio una patria del pensamiento al servicio de los olvidados de la Historia. Combinando literatura, historiografía y política, sus ensayos han hecho huella y marcado autoridad en los estudios latinoamericanos en lengua francesa. A continuación, reproducimos una larga entrevista a la revista À Rebours.

À Rebours: Usted es un disidente cubano francófono famoso. ¿Podría presentarse a aquellos que no lo conocen y a aquellos que creen que lo conocen?

Jacobo Machover: Nací en La Habana en 1954, y salí de Cuba, en 1963, cuando tenía alrededor de nueve años. Mis padres, especialmente mi padre, eran simpatizantes comunistas. Después de la revolución, mi madre comprendió rápidamente que teníamos que abandonar el país. No había nada, ni siquiera comida, la represión estaba en todas partes. Entonces, ¿por qué Francia? Porque mi madre tenía la nacionalidad francesa. Mis padres son ambos de ascendencia judía polaca. Mi madre vivió la Segunda Guerra Mundial en Francia, donde se comportó heroicamente y donde parte de su familia fue deportada, entre ellos su hermano menor David y su padre Yankel. Mi padre había ido a Cuba en 1941, uno de los únicos lugares del mundo que aceptaba judíos fugitivos en ese momento. Eran 14.000 los que fueron allá, generalmente con la esperanza de luego cruzar a Estados Unidos, pero muchos terminaron quedándose, como mi padre. Así que en 1963 llegué con mi familia a Francia. Mi padre regresó luego a Cuba, pero en 1968 fue víctima de una de las innumerables purgas organizadas por los hermanos Castro, contra los “viejos” comunistas, los de antes del régimen castro-comunista que se implantó. A consecuencia de aquello, regresó a Francia, donde murió poco tiempo después. Por mi parte, aprendí muy rápidamente el francés, que hablaba (y escribía) perfectamente y sin errores y que me ayudó a “integrarme” en la sociedad, por utilizar una palabra de moda. Primero nos establecimos en el este del país, en Troyes, luego en París, donde fui alumno interno en un instituto del distrito 16 del que me echaron. Yo era muy rebelde. Luego me admitieron en otro instituto, del que también me botaron, pero aun así aprobé el bachillerato. Pasé a la universidad para licenciarme en Historia, pero todo cambió cuando me negué a hacer el servicio militar y deserté. Permanecí prófugo fuera de Francia durante cinco años, principalmente en España, pero también en México y otros lugares. Finalmente me detuvieron y me sentenciaron a tres años de prisión. Cumplí dos meses antes de ser liberado y regresé a vivir con mi madre, quien me protegió. Tengo una admiración ilimitada por ella. Reanudé mis estudios, obtuve la Licenciatura, defendí una tesis y finalmente llegué a ser profesor, primero en la enseñanza secundaria, luego en la universidad (Paris XII-Créteil y luego Avignon), donde accedí con grandes dificultades porque el ambiente académico francés estaba muy influenciado por el castrismo, especialmente en los estudios ibéricos y latinoamericanos.

Mi carrera universitaria fue complicada de principio a fin, pero la disfruté mucho. Al mismo tiempo, fui periodista y crítico literario, trabajando para el Magazine littéraire, el Cahier Livres de Libération y para otras publicaciones españolas, argentinas y en distintos medios de prensa cubano-americanos.

Poco a poco me fui especializando en la defensa de los disidentes cubanos. Debo decir que mientras tanto había regresado a Cuba. Cuando tenía veinte años, yo también era simpatizante del régimen. Una vez allí, mi simpatía duró dos días, el tiempo que me llevó leer el terror en los rostros de la gente. Entonces lo entendí. En ese momento comencé a escribir sobre escritores disidentes y ex presos políticos que habían pasado al menos veinte años en cárceles cubanas. Desde mediados de la década de 1980, mi objetivo ha sido crear conciencia sobre la situación en Cuba bajo el régimen de Castro, a través de la escritura y otros medios de expresión pública. Escribí una colección de testimonios de disidentes, publicada en español bajo el título El Libro Negro del Castrismo. Naturalmente, no soy el único que persigue el mismo objetivo; estamos dispersos por todo el mundo. Al mismo tiempo, continué escribiendo ficción, pero sin excesiva imaginación, permaneciendo mis escritos muy anclados en la realidad.

À Rebours: Su vida se centra alrededor de la tragedia del exilio. A los 70 años, en la era de las identidades asesinas, ¿cuál es su identidad?

No tengo ningún problema de identidad, soy muchas cosas a la vez. Soy descendiente de judíos polacos. Gracias a Dios soy ateo. Y por tanto no tengo identidad religiosa. Sin embargo, me siento profundamente cercano al pueblo judío. Soy cubano en cada poro de mi piel y de mi alma, y cualquiera que sea el dolor del exilio, no lo llamaría una tragedia, porque también es una oportunidad. En el exilio experimenté una libertad total, que probablemente no habría conocido en Cuba; sin duda bajo este régimen, pero quizá tampoco bajo otro. Aunque con Batista la libertad del niño que era fue total. Digamos simplemente que la dictadura de Batista no entraba en nuestras vidas. La de Castro, sí. Inmediatamente sentimos la diferencia. En el cine, antes de la proyección de las películas, a nosotros (¡los niños!) nos obligaban a ver documentales que mostraban a las personas que habían sido fusiladas. La barbarie absoluta. Teníamos que ver esos horrores y realmente me afectaron. Cuando era joven, viví en La Habana Vieja, el casco antiguo de La Habana, y luego en el balneario de Guanabo. Vi a mis amigos exiliarse uno tras otro. Hasta que un día yo también desaparecí. Pensábamos que nos mantendríamos en contacto, que nos enviaríamos cartas, pero luego se volvió peligroso para la gente de allí recibir correo del extranjero, así que dejamos de hacerlo. No creo que me quede ni un solo amigo de aquella época en Cuba. Encontré muchos de ellos cuando fui a Miami y otros en Facebook. Lo que quiero decir con todo esto es que nuestro exilio es, sin duda, un exilio compartido. Tenemos nuestro propio territorio. Fue el poeta judío ruso Joseph Brodsky, naturalizado estadounidense, quien pronunció una conferencia titulada "La condición que llamamos exilio". El exilio es más bien una condición específica del siglo XX, no del siglo XXI, donde los exilios políticos están demasiado mezclados con otros tipos de exilios, económicos o de otra clase. El exilio político del siglo XX fue más claro, más homogéneo. Así pues, por todas estas razones, no calificaría el exilio de tragedia. La Francia en la que crecí en los años 1970 era un país muy libre, en todos los niveles: político, literario y también sexual, y esta vida ha creado en mí una manera de pensar muy personal y muy libertaria. He aprendido a pensar por mí mismo, lo cual es muy difícil, la verdad, pero sin embargo interesante.

También existe en Francia esta libertad cultural, esta apertura al mundo, que es única, aunque con aspectos negativos. Por ejemplo, el universalismo del francés a menudo significa creer que lo sabe todo por encima de la gente que viene de otros lugares. Pero todavía existe esa curiosidad bastante positiva sobre el mundo. No obstante, en el caso específico de Cuba, la apertura francesa ha sido limitada. Durante mucho tiempo, fue imposible decir nada malo de la revolución, a pesar de las evidencias. Mis interlocutores no querían comprender, ni siquiera escuchar. Es por eso que mis identidades son múltiples, pero no tengo ningún problema con ello.

À Rebours: Usted es especialista en literatura latinoamericana, de la que ha sido profesor, y en literatura cubana, y más concretamente en la literatura cubana del exilio. ¿Cuál es su visión de esta escena literaria hoy? ¿Qué gran nombre de ayer o de hoy recomendaría a nuestros lectores?

La gran literatura cubana contemporánea ha sido escrita en el exilio. Incluso cuando los textos fueran elaborados en la isla, los autores generalmente partieron después al exilio. Tuve un maestro importante, Guillermo Cabrera Infante, uno de los más grandes escritores cubanos de todos los tiempos. A veces nostálgico, a veces muy divertido. Estuve cercano a él hasta el día en que descubrí, a finales de los años 1990, que había apoyado las ejecuciones al comienzo de la revolución y, peor aún, que había alentado los crímenes en un periódico del régimen. Es el autor de Tres tristes tigres, que tuvo mucho éxito, muy divertido, muy erudito, muy musical, muy cubano. No pude soportar lo que hizo, así que rompí con él e incluso lo critiqué públicamente. Otro autor que hay que citar es Severo Sarduy, exiliado en París. Un escritor muy barroco, muy integrado en el mundo parisino, amigo de Roland Barthes y de Philippe Sollers. A diferencia de Cabrera Infante, no era abiertamente disidente. Pero escribió algunas cosas interesantes. Murió de sida y fue una gran pérdida. Más conocido, Reinaldo Arenas, el más grande de todos. No a nivel literario (no establezco una jerarquía dentro de este trío), sino a nivel de simbolismo político y cultural. Encarcelado durante dos años, logró escapar a Nueva York en 1980, antes de morir diez años después. Encarnó la disidencia cubana, al mismo tiempo que fue un ícono gay. Éstos son los tres autores que yo colocaría en primer lugar. Hay muchos más, por supuesto. Un gran escritor que permaneció en la isla fue el novelista Alejo Carpentier, cercano al régimen, pero que paradójicamente produjo al menos dos novelas antirrevolucionarias (cosa que naturalmente negó). Está también el poeta Nicolás Guillén, afrocubano, defensor de la negritud, comunista, pero que fue muy popular, antes de hundirse en la escritura de panfletos de poco interés, que son objeto de burla por parte del pueblo cubano. Se habla mucho actualmente de Leonardo Padura, que vive en Cuba y está siendo promocionado por muchas editoriales, y a quien personalmente considero realmente malo y muy deshonesto. Había escrito un libro bastante interesante sobre Ramón Mercader, el asesino de Trotsky que murió en Cuba. Pero aparte de eso, el resto de su obra simplemente me repugna. Esto es realismo sucio. Así que realmente no entiendo el revuelo que hay en torno a él. Me gustaría añadir finalmente que hay muchos escritores talentosos que murieron en el exilio y que no fueron publicados adecuadamente. Unas cuantas editoriales en el exilio han salvado estos libros del olvido, pero el público sigue siendo muy limitado. Muchas de estas obras son verdaderamente de gran valor, escritas con dolor, y generalmente próximas al testimonio, incluso cuando son ficciones. Hay una elaboración literaria, a veces complicada de entender para un extranjero que no conoce esta región del mundo. Es muy orwelliano.

À Rebours: A menudo se dice que sólo se puede escribir bien sobre aquello que se ha experimentado. Sin embargo, el hombre no tiene la misma densidad en todas las épocas, por la sencilla razón de que todas las épocas no son iguales. Hoy vivimos en una época blanda en el Occidente liberal, lo que no es el caso de Cuba. ¿No es éste el origen de la calidad literaria de la que habla? Los autores cubanos tienen una vida densa y dura, terreno fértil para una gran obra, mientras que el típico parisino tiene pocos relatos interesantes que contar al mundo y a la humanidad.

No creo que sólo escribimos bien sobre lo que hemos vivido. No estoy tan seguro. Un buen contraejemplo es Michel Houellebecq, cuyos libros me gustan, especialmente Las partículas elementales y Sumisión, pero que probablemente no experimentó lo que él describe. En cuanto al testimonio de escritores cubanos, este estilo se ha vuelto raro. Mencioné a Reinaldo Arenas. Sus memorias fueron publicadas en 1992 después de su muerte, bajo el título Antes que anochezca. Este libro casi mató el testimonio disidente, tan difícil fue hacerlo mejor. Es una memoria o una novela picaresca, de gran dolor, magnífica, casi una revelación para el gran público occidental sobre lo que ocurrió y lo que todavía ocurre en Cuba. Después de eso la gente supo. Dicho esto, ¡una vez que lo saben, básicamente no les importa! Tengo que decir que lo que nos está pasando no interesa a mucha gente. Además, cabe señalar que eso afecta aún a menos personas desde la muerte de Fidel Castro. Lo que atrajo la atención del público fue el carácter de Fidel Castro más que su régimen. Existe una fascinación, admitida o no, por el dictador. Su figura atrae más que las historias de sus víctimas. Éste es, en cierto modo, el significado de mi lucha política y literaria. Tuve una discusión pública sobre esto con Mario Vargas Llosa, quien acaba de fallecer, a propósito de su libro La fiesta del chivo, en el que describe a Rafael Leónidas Trujillo, el dictador dominicano. Para ser honesto, aunque me encanta Vargas Llosa y su obra en general, este libro no me gustó, pues me pareció demasiado caricaturesco. Entonces le pregunté por qué no escribía sobre Fidel Castro, a quien había conocido en su juventud comunista y procastrista. ¡Me dijo que era mi responsabilidad escribir ese libro! Lo intenté, pero no pude. No logré colocarme en el lugar de Fidel Castro. Nunca he tocado ni me he acercado al poder. Permítame mencionar también a un cineasta, Néstor Almendros, que realizó dos documentales muy importantes sobre los disidentes cubanos y sus testimonios, Conducta impropia y luego Nadie escuchaba, que es un trabajo importante sobre el tema. Se aborda en particular la espantosa persecución de los homosexuales llevada a cabo por los hermanos Castro.

À Rebours: Usted anticipó mi pregunta sobre Mario Vargas Llosa. Éste último pasó de forma bastante radical del marxismo al liberalismo, lo que cambió por completo su posición hacia el régimen cubano. Pero en esta situación estaba bastante aislado. En general, y con excepción del uruguayo Eduardo Galeano, que se había distanciado de ella, la revolución parece seguir fascinando a los hombres de letras latinoamericanos. ¿Cómo explica esto?

Le encuentro muy indulgente con Eduardo Galeano. Se ha distanciado, pero sólo por poco tiempo. En realidad no se puede decir que haya renunciado al bando castrista. En cuanto a mi amigo Vargas Llosa, puede que haya estado solo, pero no fue el pionero. Antes de él, estuvo el inmenso poeta mexicano Octavio Paz, quien, después de haber coqueteado un poco con las ideas revolucionarias, las combatió con vigor, sobre todo en su revista de referencia Vuelta, que se convirtió en Letras libres, en la que colaboro con gran orgullo. La revista siempre ha publicado autores cubanos disidentes. Hubo muchos autores latinoamericanos, de todos los países, que expresaron su simpatía por la causa anticastrista. Podemos decir que hubo, a pesar de todo, una corriente de pensamiento favorable a nosotros y con nombres prestigiosos. En el bando contrario, si tuviéramos que recordar un solo nombre, obviamente sería el de Gabriel García Márquez, el innoble portavoz de Fidel Castro. Se podría discutir sobre su calidad literaria. Me gustan sus cuentos, pero odio Cien años de soledad, que se me cayó de las manos como todas sus novelas. Escribió textos de propaganda para el régimen de Castro. ¡Su discurso de aceptación del Premio Nobel suena como si se lo hubiera dictado el propio Fidel Castro! Por supuesto que no es así, porque Fidel nunca escribió una sola línea (contrariamente a lo que afirman algunos de sus admiradores). Cuando se trata del castrismo, los mayores aduladores no son los latinoamericanos sino los franceses. Empezando por Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, y antes que ellos Gérard Philipe y Gisèle Halimi. La pareja Sartre-Beauvoir viajó a Cuba en marzo-abril de 1960, invitada por el gobierno. Jean-Paul Sartre produjo una serie de dieciséis artículos titulados Huracán sobre el azúcar. Más tarde se dio cuenta de que había escrito tantas tonterías que nunca permitió que se volvieran a publicar. Pero la revista Les Temps Modernes acabó reeditándolos con textos inéditos, completamente delirantes, en los que comparaba a Fidel Castro con San Juan de la Cruz. Peor aún, cuando la pareja infernal fue a ver al Che, entonces presidente del Banco Nacional, éste les pidió que llegaran temprano, es decir, a medianoche. Sartre describió el encuentro y de repente el relato se detuvo... Por una buena razón: los llevó a ver ejecuciones en la prisión de La Cabaña. Más tarde, Simone de Beauvoir diría que nunca es agradable ver a un hombre ejecutado. Era una confesión. Esto no le impidió sentir mucha admiración por el psicópata que fue Ernesto Guevara de la Serna. Psicópata, tanto en sus acciones como en sus escritos, ¡que realmente hay que leer! Así, entre 1960 y 1971, Sartre fue un perfecto propagandista del régimen. Luego vino el caso de Heberto Padilla, un gran poeta que se vio obligado a hacer una autocrítica pública en un juicio estalinista después de cuarenta días de detención en los locales de la policía política, donde había sido muy maltratado. Sartre entonces tomó distancias. Ya era demasiado tarde. Hace dos años, un cineasta, Pavel Giroud, encontró imágenes de la autocrítica de Padilla. Hizo una película muy interesante sobre eso, que fue incluida en el concurso de español de enseñanza media, ¡lo cual fue un verdadero acontecimiento! Así que hay un desarrollo positivo. Pero desde hace mucho tiempo existe, una fascinación entre los intelectuales por la tiranía cubana. Personalmente, no puedo llamar a estas personas intelectuales, porque para mí el deber primordial del intelectual es dar testimonio de la verdad, y estas personas la niegan conscientemente.

À Rebours: En su libro Cuba, Totalitarisme tropical, usted ofrece un análisis decisivo del castrismo. Usted escribe que “la figura del tirano es parte integral de la historia y la imaginación literaria de América Latina”. Usted añade que Fidel Castro no es, sin embargo, un dictador como los demás que, de hecho, nunca figura en la lista de caudillos. ¿Puede usted explicar al lector este concepto, así como la originalidad de Fidel?

“Caudillo” es una palabra castellana que proviene del árabe, y que designa a un líder político y militar. Primero un militar, luego un dictador político de bajo nivel. Así se extendió, en España desde la época islámica, y luego en América Latina. Siempre ha habido pequeños dictadores en esta región, y algunos grandes. En la década de los años 1970, en pleno auge de las dictaduras sudamericanas, muchos escritores se exiliaron en Barcelona. Había allí una agente literaria muy influyente, Carmen Balcells, quien se ofreció a reunir a toda esa gente y sugirió (o mejor dicho, “impuso”) que cada uno de ellos escribiera un libro sobre un dictador. ¡Fue, por así decirlo, el peor libro de cada uno de estos autores respectivamente! García Márquez escribió El otoño del patriarca, el paraguayo Augusto Roa Bastos produjo el malísimo Yo el Supremo, Alejo Carpentier escribió El recurso del método. Pero hubo un buen libro, el de un ex diplomático cubano convertido en disidente, Ricardo Alonso, que se inspiró en Fidel Castro, El Supremísimo. Bueno, nadie le prestó atención, ni el régimen cubano ni los críticos occidentales, lo cual es una vergüenza. ¿La originalidad de Castro? En primer lugar, su longevidad, naturalmente, pero también, por supuesto, la mística comunista. Los demás no tenían esa dimensión, eran militares comunes y vulgares. Grandes o pequeños. Pinochet fue un gran dictador, otros fueron más pequeños, pero ninguno puede compararse con Fidel Castro.

À Rebours: Usted dijo: "La dictadura de Batista no entró en nuestras vidas, la de Castro, sí". ¿No es ésta precisamente la diferencia entre el caudillismo y la dictadura totalitaria?

La dictadura de Batista fue muy complicada. Yo mismo escribí un libro sobre ella. En la imaginería popular cubana, Batista es la figura misma del tirano. Esta imagen está cambiando. Fue un personaje complejo, primero un presidente electo democráticamente, con ministros comunistas en su gobierno. Él era muy popular entonces. Luego, en 1952, regresó al poder tras un golpe de Estado, volviéndose anticomunista y dictador. Para ser honesto, no fue un gran dictador. Después de la revolución, la prensa comentó que se habían producido 20.000 mu***os durante su mando. Hoy en día, cualquier investigación histórica seria establece, para todo el período 1952-1958, alrededor de mil mu***os en ambos bandos. No era lo que se puede llamar un “dictador sanguinario”. A diferencia de Castro, que nunca produjo nada, Batista escribió cinco o seis libros en su vida, de cierta calidad. Su libro de memorias Respuesta, testimonio de su caída, es una obra extraordinaria. Un poeta exiliado llamó a Castro un "dictador aburrido". Creo que esto es lo que sentimos profundamente los cubanos. ¡Imaginemos cincuenta años de presencia diaria! Es el Gran Hermano, Big Brother. Lo único que cambió para mejor después de su muerte es que ya no lo veremos más. Quisiera citar entre los opositores a los hermanos Castro a José Daniel Ferrer, un hombre valiente, que fue enviado a la cárcel, "liberado", entre comillas, porque salir de su celda y encontrarse en Cuba no es realmente una liberación, y luego reencarcelado un poco antes del 1° de mayo. Niños, escolares, desfilaron frente a su hogar, para gritar delante de su familia: “¡Fidel! ¡Fidel!” Esta anécdota da una idea de la naturaleza de este sistema.

À Rebours: Su libro más famoso sigue siendo La cara oculta del Che. En ella, deconstruye punto por punto el mito de Ernesto Guevara, un falso médico sin dinero que se convirtió en un verdugo sanguinario. La lectura de su libro da la medida del engaño, sin duda uno de los mayores del siglo XX, y que sobrevivió incluso al colapso del marxismo-leninismo, al igual que el régimen cubano. ¿Es este éxito y esta persistencia obra exclusiva del aparato de propaganda de los hermanos Castro o hay algo más profundo?

Creo que ayudé a bajarlo de su pedestal. Ya no hay mucha gente que lo vea como el mito romántico que alguna vez fue. Incluso sus partidarios se ven ahora obligados a hablar de los fusilamientos en La Cabaña. Ya no pueden ignorarlo, pueden intentar explicarlo, pero ya no pueden guardar silencio sobre ello. Es un mito que ha sido desbancado y me siento muy orgulloso de ello. En cuanto a Guevara, hay que recordar que inicialmente fue marginado. Era demasiado estrecho de miras y demasiado tonto, políticamente hablando, para el genio malvado que era Fidel Castro. Luego fue elevado a la categoría de mito pocos días después de su muerte. Cada mañana los niños cubanos todavía gritan: "Pioneros por el comunismo, ¡seremos como el Che!". Así que el mito es una doctrina de Estado. Fuera de Cuba todavía hay unos cuantos ingenuos que siguen apegados a su figura, sin haberlo leído jamás. Guevara escribió mucho, y una vez más sus escritos son edificantes y, si bien a lo largo de las décadas ha habido críticas al castrismo, ha habido muy pocas al guevarismo. Cuando salió mi libro, muchos ciegos profesionales quedaron atónitos. Pero aún quedan algunos. Así, recientemente, una prestigiosa institución católica, Notre-Dame-de-Sion en Évry-Courcouronnes, organizó una exposición en torno al Che, en colaboración con la embajada de Cuba. ¡Es el colmo!

À Rebours: En su libro ha resaltado la indigencia política y filosófica de Guevara. ¿No llena este vacío mejor que cualquier otro contenido? ¿No podríamos decir que es un personaje nacido de una cierta forma de nihilismo, un fenómeno propio de nuestra modernidad, lo que explicaría por qué todavía fascina, más allá de la esfera comunista?

Al principio de su pregunta iba a decir que no, pero luego, reflexionando, sí. Fue un pionero. Escribió que quería degollar a sus enemigos. Un yihadista podría haber escrito esto. Por cierto, para que conste, una de las hijas del Che, Aleida, trabaja en el Líbano para un canal de televisión de Hezbolá. Es igual que Mariela, la hija de Raúl Castro, su íntima amiga. Pero aun así, estas dos son especiales. Hay otros hijos de Guevara por los que siento lástima. No debe ser fácil todos los días sabiendo que su padre los había abandonado. Guevara no era religioso, pero el lado fanático, tal como lo define Cioran, está plenamente presente en él. Básicamente creo que tuvo suerte de morir joven y Fidel Castro supo explotar eso a la perfección.

À Rebours: ¿Es esto el síndrome James Dean?

Prefiero a James Dean…

À Rebours: Cuba no es el único régimen de la Guerra Fría que continúa vigente hoy en día. Al otro lado del Mediterráneo, mientras hablamos, su amigo Boualem Sansal sigue encarcelado. Le rinde usted un homenaje vibrante en su texto El pueblo de los prisioneros (que se publicará en francés en el próximo número impreso de À Rebours).

Boualem Sansal no es solo un amigo, es un hermano. En la literatura, y más. Me gusta mucho su novela 2084, pero también sus ensayos. Es sumamente relevante para definir el fenómeno totalitario islamista y también critica el sistema cubano. Lo conocí en París, cerca de mi casa, y tan pronto como le dije que era un exiliado cubano, inmediatamente nos hicimos amigos. Me encanta su dulzura y también su persistencia en atacar todo lo que no es democrático, ya sea en Argelia, en Francia o en cualquier otro lugar. Él cree en el poder de la palabra. Lo admiro en su lucha contra el régimen argelino y los islamistas. Es un librepensador, en el sentido estricto de la palabra, y eso es muy raro. ¡Me sorprende mucho que hoy le acusen de reaccionario! Eso está muy alejado de quién es y de lo que piensa. No hablaré de su edad ni de su enfermedad porque, como decía Stefan Zweig, las grandes mentes pueden curarse con el espíritu, incluso de la enfermedad.

À Rebours: Nos recibe hoy en su apartamento parisino; ¿Digamos la próxima vez en una terraza de La Habana?

No lo creo y por así decirlo no quiero. Por supuesto que me gustaría ver a mi país libre. Tuve un sueño recientemente, donde regresaba a Cuba y me encontraba con mi gente, cantando canciones de libertad. Pero o me importa volver, porque creo que he hecho lo suficiente por la liberación de Cuba. Sé que tengo un lugar en una Cuba Libre, pero un lugar del espíritu, no del cuerpo. Creo que he contribuido a decir la verdad y, como todos los judíos del mundo, a mantener viva la memoria del terror. En mi caso, del terror castrista.

Entrevista realizada por Nabil Kenana

© Traducción del francés por Luife Galeano

A continuación, adjuntamos el enlace a la revista Hypermedia del texto “El pueblo de los prisioneros”, publicado en español, que saldrá próximamente en francés en la revista À Rebours:

Se adjunta:

Me encargaría de devolverles visibilidad. Iría en su búsqueda, la de ellos y la de muchos otros. Recogería sus testimonios, los haría revivir…

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