24/05/2025
—Mamá, necesito que me ayudes.
—Lo siento, hija… pero no te debo nada.
Esas palabras quedaron flotando como un eco incómodo. Del otro lado del teléfono, el silencio se volvió espeso.
—¿Cómo que no me debes nada? ¡Eres mi mamá!
Ella respiró hondo y miró por la ventana. Las hojas secas caían lentamente, como recordatorio de que todo cambia… incluso lo que parece eterno.
—Estás vendiendo la casa. ¡La casa que construiste con papá! Toda tu vida está ahí, y ni siquiera me avisaste.
Se sentó en el sillón que había sido de su esposo, ese donde él leía cada tarde. Aunque ya no estaba, su ausencia pesaba como una presencia constante.
—¿Y por qué tendría que consultarte? —respondió con voz serena—. Es mi casa. Fue de tu papá y mía. Ahora… es solo mía.
—¡Pero es nuestra herencia! ¡El futuro de mi hija y el mío! ¿Y la vas a vender solo para irte a un departamento?
Bajó la mirada hacia la foto en la pared. Su esposo le sonreía desde ahí, como cuando empezaron a levantar esa casa con sus propias manos.
—Mi niña… me estoy ahogando aquí. Esta casa me queda demasiado grande. Me pesa la soledad.
—¡Pues vente con nosotros! ¡Ya te lo hemos dicho!
Sí, se lo habían dicho… pero también había escuchado:
“El espacio ya no alcanza”,
“El carro no da para más”,
“La niña necesita su propio cuarto”…
—No, ya tomé una decisión. Voy a vender la casa y mudarme cerca del centro…
—¿Y el resto del dinero? —interrumpió la hija.
Ahí fue cuando algo se rompió. ¿De verdad eso era lo que le importaba?
—¿Por qué te interesa?
—¡No te hagas! —explotó—. ¡Mi esposo necesita un carro nuevo! Íbamos a pedir un préstamo, pero si tú vendes la casa…
—Ah… ya entiendo —dijo, levantando la cabeza con una calma firme—. Quieres que use ese dinero para resolverles la vida.
—¡Podrías ayudarnos! ¡No necesitas tanto! Nosotros tenemos una familia, un hijo, gastos…
Cada palabra dolía como una piedra lanzada al pecho.
Y entonces, por primera vez en mucho tiempo, algo se iluminó dentro de ella.
—Tienes razón —dijo con claridad—. Estoy sola. Y por eso, es hora de pensar en mí. He vivido más de cuarenta años para los demás: para tu papá, para ti… y ya fue suficiente. Ahora quiero vivir para mí.
—¿Qué estás diciendo?
—Que voy a vender la casa. Y sí, voy a usar ese dinero. Siempre quise viajar. Tu papá y yo lo soñamos, pero nunca pudimos. Ahora es mi momento.
Se escuchó un golpe seco. Tal vez la hija golpeó la mesa…
Después, el silencio.
Moraleja:
Una madre no deja de amar por poner límites.
A veces, amarse a una misma es el acto más valiente… y también el más necesario.
-Susana Rangel 🏠☕️✍️💬