02/06/2025
La calor llegó en femenino para poder vestirse de gitana y no perderse ni un segundo de feria. El cielo de farolillos alumbró una vez más esa calle que siempre ha brillado con la luz que sale de sus socavones. La música que hace un hielo al caer en un vaso de plástico silenció la rutina decadente y animó a sonreír sin pensar los porqués. Las heridas de los talones crecieron hasta que la resaca tomó la decisión de curarlos. El esparto preso del polverío que, tras un lavado cauto, quedará en libertad condicional hasta la próxima temporada de sevillanas. Las monedas volando en forma de dardo, caña, corcho y boleto. Gotas de oro derramado por los mostradores mientras se vierte sobre su recipiente original. Catavinos efímeros, copas a la que nos aferramos como si nos diera la vida hasta que deja de sernos útiles y desechamos para no volverlos a ver. Cientos de tiritos pegados en las tómbolas y en los baños durante siete días de intensidad. Los besos que nacen con una risa bajo un toldo de franjas verdes y blancas, pero que estalla en la recogida. Los niños con la ilusión en forma de globo. Una foto. Un reencuentro. Quedar a la fresquita. Montaditos que destruyen o reviven. Un libro de historia con dos portadas: Al mar y al albero, al día y a la noche. Se acabó la feria, con lo bueno y con lo malo. Mil detalles para los que habrá que esperar otro año para volver a vivir. O mejor, volver a crear.