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Un espacio para pensar, sentir y mirar la vida desde otro lugar. Si una frase te habla, no la ignores: quizá es justo lo que necesitabas leer hoy. Más información: https://www.ankorinclan.es/sesiones/

“JAVIER GÓMEZ NO TENÍA UN TALLER… LLEVABA SOLUCIONES A PEQUEÑOS DESASTRES DOMÉSTICOS SOBRE DOS RUEDAS”Javier Gómez, un c...
02/08/2025

“JAVIER GÓMEZ NO TENÍA UN TALLER… LLEVABA SOLUCIONES A PEQUEÑOS DESASTRES DOMÉSTICOS SOBRE DOS RUEDAS”

Javier Gómez, un carpintero jubilado de 68 años, no soportaba la idea de que la gente tirara las cosas solo porque no sabían cómo arreglarlas. Una silla coja, un cajón atascado, un cuadro torcido… Para él, eran problemas con solución, no basura.

Así que equipó su vieja bicicleta de reparto con todo lo necesario: un ma****lo, destornilladores, clavos, pegamento, cinta métrica. Se convirtió en un taller ambulante.
Cada sábado por la mañana, recorría las calles de su barrio, haciendo sonar una pequeña campana. No buscaba trabajo. Ofrecía ayuda.
En el cesto de su bicicleta, un cartel pintado a mano lo dejaba claro:

“¿ALGO ROTO? DÍMELO Y LO ARREGLAMOS JUNTOS. TU APORTACIÓN: UN CAFÉ Y UNA BUENA CHARLA. NO ACEPTO DINERO.”

No era un negocio.
Era una declaración de guerra contra la cultura de usar y tirar.

—"Saber arreglar algo con tus propias manos te devuelve el poder"— decía Javier mientras ajustaba la pata de una mesa en la acera.

Había heredado el oficio de su padre, quien le enseñó que “cada objeto tiene una segunda oportunidad”. Le entristecía ver cómo sus vecinos más jóvenes llamaban a un costoso servicio técnico por un tornillo suelto o, peor aún, compraban algo nuevo.
Decidió que su misión era enseñar, no solo reparar.

Al principio, la gente se sorprendía. “¿De verdad que no cobra?”, le preguntaban.
Poco a poco, se corrió la voz. “El manitas de la bici” le llamaban. Los niños salían a la calle cuando oían su campana, curiosos por ver qué arreglaba ese día. Los mayores le esperaban con una silla en la puerta y un café listo.
Javier no solo arreglaba objetos, enseñaba a hacerlo. “Tú sujetas aquí, yo aprieto allá. ¿Ves? Ya lo tienes.”

Un día, el periódico local le dedicó una página en su sección de comunidad: “El hombre que repara el barrio, un tornillo a la vez”.
La historia inspiró a otros. En barrios vecinos, empezaron a aparecer iniciativas similares: una “costurera ambulante”, un “experto en plantas a domicilio”.

Javier sigue pedaleando cada sábado. Ya no solo arregla cosas, también recoge objetos rotos que la gente deja en la calle y los repara para donarlos.
Cuando le preguntan de dónde saca la energía, él se ríe, da un sorbo a su café y dice:
—"Porque no hay nada que te haga sentir más útil que arreglar lo que otros dan por perdido. Y eso sirve para las sillas, y también para las personas."

“ELENA SUÁREZ NO TENÍA UNA FLORISTERÍA… SEMBRABA PEQUEÑOS GESTOS DE VERDE EN UNA CIUDAD DE CEMENTO”Elena Suárez vivía en...
02/08/2025

“ELENA SUÁREZ NO TENÍA UNA FLORISTERÍA… SEMBRABA PEQUEÑOS GESTOS DE VERDE EN UNA CIUDAD DE CEMENTO”

Elena Suárez vivía en un quinto piso sin balcón, en un barrio donde el gris de los edificios parecía comerse el cielo. A sus 65 años, su mayor tesoro era una colección de plantas que se amontonaban en el alféizar de su única ventana.

Un día, se dio cuenta de que tenía demasiados brotes, demasiados esquejes para su pequeño espacio.
No los tiró. No los vendió.

Bajó a la calle con una pequeña estantería de madera que pintó de color turquesa y la llenó de pequeños botes de yogur reciclados, cada uno con un brote tierno.
Puso un letrero de cartón con letras cuidadas:

“SIEMBRA ALGO VERDE EN TU VIDA. TOMA UN BROTE, DEJA UNA SONRISA. ES GRATIS.”

No pedía dinero.
No tomaba encargos.
Solo ofrecía un pedacito de vida.

—"A esta ciudad le faltan raíces y le sobran prisas"— explicaba Elena mientras regaba sus pequeñas creaciones.

De niña, su abuela le enseñó que cuidar una planta era cuidar la esperanza. En un entorno tan urbano, sentía que la gente se olvidaba de ver crecer las cosas.
Decidió que, si la gente no podía ir al campo, ella traería un trocito de campo a la acera.

Al principio, los vecinos pasaban con desconfianza.
“¿Quién regala algo hoy en día?”, se preguntaban.
Pero una mañana, una niña tomó un pequeño geranio. Semanas después, volvió para enseñarle a Elena la primera flor que había salido.

Un fotógrafo aficionado, que documentaba la vida del barrio, capturó la imagen: la estantería turquesa contrastando con el asfalto, llena de vida, con Elena al lado, observando con orgullo.
La foto circuló por blogs de urbanismo y ecología con una frase:
“A veces, la mejor forma de cambiar una ciudad no es con grandes obras, sino con pequeños brotes.”

Ahora, en la calle de Elena, es común ver ventanas con botes de yogur reciclados de los que asoma algo verde.
Cuando le preguntan si no le da pena que algunas plantas no sobrevivan, ella siempre sonríe.
—"Porque una hoja es un recordatorio de que, hasta en el cemento más duro, la vida siempre encuentra la manera de nacer."

“ISMAEL ROJAS NO ERA UN SASTRE CON TIENDA… REMENDABA LA DIGNIDAD DE LA GENTE, HILO A HILO, EN LA CALLE”Ismael Rojas, a s...
02/08/2025

“ISMAEL ROJAS NO ERA UN SASTRE CON TIENDA… REMENDABA LA DIGNIDAD DE LA GENTE, HILO A HILO, EN LA CALLE”

Ismael Rojas, a sus 78 años, había sido el mejor sastre de su calle. Pero la ropa de usar y tirar cerró su pequeño local hacía una década. Su vista ya no era la de antes, pero sus manos aún recordaban el oficio.

Viendo a la gente con ropa rota, con la vergüenza de un descosido o un botón perdido, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados.
Sacó su vieja silla de madera, su caja de costura llena de hilos de todos los colores, y se instaló en una esquina.

No puso un precio. Puso una filosofía en un trozo de cartón:

“UN HILO NO CUESTA NADA. UN ROTO ARREGLADO LO VALE TODO. REPARACIONES GRATIS PARA QUIEN LO NECESITE.”

No era un negocio.
No buscaba clientes.
Ofrecía un arreglo, una pequeña reparación a la vida.

—"Tirar algo solo porque tiene un pequeño defecto es una costumbre muy triste"— decía mientras enhebraba una aguja con paciencia infinita.

Ismael creció en una época donde todo se arreglaba, desde los zapatos hasta las promesas. Le dolía ver cómo la gente desechaba las cosas y, a veces, sentía que también se desechaban a sí mismos.
Un botón caído en una entrevista de trabajo, un roto en el uniforme del colegio… Sabía que esos pequeños detalles importaban.

Una trabajadora social que pasaba por allí todos los días lo vio arreglar gratis el bajo del pantalón de un hombre que iba a una entrevista. Le tomó una foto discreta y la compartió en un grupo de ayuda comunitaria.
El texto era simple:
“Este es Don Ismael. No solo cose ropa, también cose la autoestima de nuestro barrio. Un héroe anónimo.”

El post se compartió cientos de veces. Empezaron a llegar donaciones: no de dinero, que él no aceptaba, sino de cajas de hilos, agujas y botones.

Hoy, la esquina de Ismael es un punto de encuentro. La gente va a que le cosa un ojal o simplemente a charlar.
Cuando los más jóvenes le preguntan por qué no cobra por su tiempo y su arte, él deja de coser un instante, levanta la vista por encima de sus gafas y dice:
—"Porque arreglar lo que está roto, sea una tela o la confianza de una persona, es el único trabajo que de verdad te hace rico."
-Ankor Inclán

“MATEO ARIAS NO DABA CONCIERTOS… REGALABA MELODÍAS A QUIEN LAS NECESITARA, UNA TECLA A LA VEZ”Mateo Arias tenía 72 años ...
02/08/2025

“MATEO ARIAS NO DABA CONCIERTOS… REGALABA MELODÍAS A QUIEN LAS NECESITARA, UNA TECLA A LA VEZ”

Mateo Arias tenía 72 años y un piano vertical que ya no sonaba como antes. Sus dedos, torpes por la edad, ya no podían volar sobre el teclado en los teatros donde una vez fue aplaudido.

Así que hizo algo que nadie entendía:
Sacó el viejo piano a la plaza del barrio.

Cada tarde, se sentaba en su banqueta gastada junto al instrumento. No tocaba para nadie, simplemente estaba ahí.
Colocó un pequeño cartel de madera pintado a mano:

“TOCA UNA TECLA, LLÉVATE UN RECUERDO. CADA NOTA ES UN REGALO. NO SE PIDE NADA.”

No era una lección de música.
No era un espectáculo.
Era una invitación.

—"La música no debe vivir encerrada en una sala"— decía Mateo a quien se acercaba con curiosidad.

Él había aprendido a tocar para su esposa, que había perdido la memoria en sus últimos años. La única forma de verla sonreír era tocando las canciones de su juventud.
Cuando ella se fue, el silencio se volvió insoportable.
Decidió entonces que esas melodías no podían morir con él.

Al principio, la gente solo miraba.
Luego, un niño se atrevió a tocar una nota aguda que resonó en toda la plaza. Mateo le sonrió.
Una mujer mayor, con la bolsa del mandado en la mano, se sentó y tocó con un solo dedo los acordes de una vieja canción de cuna. Lloró en silencio.

Un estudiante de música, frustrado con sus exámenes, subió una foto del piano y el cartel. Escribió:
“Este hombre no enseña música, enseña por qué la música importa.”

La publicación se llenó de corazones.
Hoy, la plaza ya no es silenciosa. Siempre hay alguien, un oficinista apurado, una pareja de enamorados, un turista perdido, que se sienta y toca una melodía.

Mateo a veces cierra los ojos y escucha. Cuando alguien le pregunta por qué lo hace, siempre responde:
—"Porque una canción no se posee, solo se comparte. Y la memoria de los que amamos vive en cada nota que alguien se atreve a regalar al aire."

-Ankor Inclán

“TRABAJABA COMO CAMARERO EN LA PLAYA Y CADA TARDE LE GUARDABA UN HELADO A UN NIÑO QUE YA NO VOLVÍA”Iván Ríos, 33 años, e...
01/08/2025

“TRABAJABA COMO CAMARERO EN LA PLAYA Y CADA TARDE LE GUARDABA UN HELADO A UN NIÑO QUE YA NO VOLVÍA”

Iván Ríos, 33 años, era camarero de un chiringuito frente al mar.
Una tarde de julio, un niño de unos 6 años se le acercó con una sonrisa tímida:

—“¿Tienes helado de vainilla?”

Iván le dijo que sí.

El niño venía solo, pero al fondo se veía a su madre observando desde la sombrilla.
Pagó con monedas contadas.
Se sentó en la orilla del chiringuito, comió en silencio, y se despidió con la mano.

Al día siguiente volvió.
Y al otro también.
Siempre lo mismo: un helado de vainilla, las monedas justas, y la sonrisa.

Hasta que un martes dejó de venir.

Pasaron días. Semanas. Agosto entero.

Iván seguía dejando un helado de vainilla apartado en el congelador.
Marcado con cinta: “Para el niño de la playa”.

—“¿Por qué no lo vendes?”, le preguntó un compañero.

—“Por si vuelve”, respondió Iván. “A nadie le gusta que no lo esperen.”

En septiembre, ya sin turistas, Iván cerraba por temporada.
Antes de apagar la máquina de frío, tomó el helado apartado y se lo llevó al mar.

Lo dejó sobre una roca, bajo la sombra, como si alguien aún fuera a buscarlo.

Una chica que lo vio desde lejos sacó una foto.
La subió a redes con este texto:

“Hoy vi a un camarero dejarle un helado al mar. Dijo que era para alguien que prometió volver.”

La imagen se volvió viral.

Y entre los comentarios, una cuenta anónima escribió:

“Era mi hijo. Murió ese agosto. Me parte el alma ver que alguien todavía lo recuerda.”

Iván no respondió.
Solo publicó una frase dos días después:

“Nunca supe su nombre. Pero me alegró 7 tardes. Y eso merece que lo espere una más.”

EL VIGILANTE QUE ESCUCHABA LOS SUEÑOS DE LOS DEMÁSTrabajaba de noche, en un edificio de oficinas.Tenía 58 años y una lib...
01/08/2025

EL VIGILANTE QUE ESCUCHABA LOS SUEÑOS DE LOS DEMÁS

Trabajaba de noche, en un edificio de oficinas.
Tenía 58 años y una libreta llena de frases escritas a mano.
Cada madrugada, mientras hacía sus rondas, pasaba por escritorios vacíos, mesas con papeles olvidados, y ventanas que reflejaban su propia soledad.

Pero lo más curioso era lo que hacía entre las 3 y las 4 a.m.
Se sentaba en el vestíbulo, abría su cuaderno…
y escribía cosas como:

— “Ella quiere abrir una floristería, pero aún no se atreve.”
— “Él guarda dibujos de su hija en el segundo cajón.”
— “El de contabilidad escucha música clásica para no llorar.”

No era espía.
Era observador.
Y su libreta no era para juzgar, sino para recordar que todos los que trabajan allí tienen una vida más allá del uniforme.

Una vez, un ejecutivo olvidó su carpeta.
Al volver a buscarla, encontró un post-it en su escritorio:
“Ese poema que escribiste no es malo. No lo tires. —N.”

Nunca supo quién era “N”.
Hasta que un día bajó al vestíbulo…
y vio al vigilante escribiendo en su cuaderno.

— ¿Por qué haces eso?

— Porque nadie escucha los sueños de quienes trabajan en silencio.

El ejecutivo sonrió, se sentó a su lado y le dijo:
— Cuéntame lo que has escuchado sobre mí.

Y así empezó una costumbre.
Cada semana, alguien bajaba a contarle algo al vigilante.
Algo que no podía decir en voz alta en ningún otro sitio.

Porque a veces, el que menos habla…
es el único que escucha de verdad.

EL CABALLO QUE ESPERÓ BAJO LA LLUVIAEn un pequeño pueblo de m***aña, donde las casas tienen tejados de teja roja y el ti...
01/08/2025

EL CABALLO QUE ESPERÓ BAJO LA LLUVIA

En un pequeño pueblo de m***aña, donde las casas tienen tejados de teja roja y el tiempo parece ir más lento, vivía don Ernesto, un hombre mayor que apenas hablaba… excepto con su caballo, Relámpago.

Durante más de 20 años, fueron inseparables.

Cada mañana, don Ernesto abría el portón de madera, m***aba a Relámpago y juntos recorrían el bosque, los caminos de tierra, los atajos que solo ellos conocían. Relámpago no necesitaba riendas. Solo bastaba con el silbido suave de Ernesto para saber a dónde ir.

Los vecinos los llamaban “el hombre y el trueno”.

Un día, el portón no se abrió.

Ni ese, ni los siguientes.

Relámpago no se fue. Se quedó frente a la casa, bajo la lluvia, bajo el sol, bajo la nieve. A veces relinchaba. A veces solo esperaba, con la cabeza baja, como si esperara que su amigo saliera a decirle que era hora de cabalgar.

Pasaron tres semanas.

Una mañana, la hija de don Ernesto llegó al pueblo. El anciano había fallecido en la ciudad, en silencio, sin hacer ruido… pero había dejado una nota.

Decía: “Por favor, cuiden de Relámpago. Es el último guardián de mis pasos.”

Esa tarde, la hija abrió el portón.

Relámpago no dudó.

Entró, fue directo al árbol donde siempre dormía, y por primera vez en muchos días, se echó.

No lloró. Pero su silencio decía todo.

Desde entonces, la hija de Ernesto lo cuida. No lo m***a. No lo fuerza. Solo lo acompaña. Porque hay vínculos que no mueren. Hay lealtades que no se rompen con el tiempo.

¿Alguna vez sentiste que un animal te esperó más allá de lo lógico? ¿Te ha pasado algo parecido? Cuéntamelo.

LA ÚLTIMA GALLETA QUE ME DIO MI ABUELATenía siete años cuando corrí al hospital con una pequeña bolsa en la mano. Dentro...
01/08/2025

LA ÚLTIMA GALLETA QUE ME DIO MI ABUELA

Tenía siete años cuando corrí al hospital con una pequeña bolsa en la mano. Dentro, una sola galleta de mantequilla que me había guardado en su famosa lata azul, esa que antes tenía hilos y agujas, pero que en mi mente infantil siempre fue un cofre del tesoro. No era cualquier galleta. Era su galleta. La que ella me daba solo en días especiales, con leche caliente y una sonrisa que olía a hogar.

Ese día, la galleta era para ella.

Mi abuela estaba débil. Muy débil. Su voz era un susurro entre las sábanas blancas del hospital. Pero al verme entrar, con mi pelo revuelto y los ojos llenos de esperanza, sonrió. No necesitó preguntar nada. Extendí la bolsita y le dije:

—Te la guardé, como tú hacías conmigo.

Ella la tomó con sus manos temblorosas, la partió por la mitad y me ofreció un trozo. Apenas un gesto, pero uno que todavía me rompe por dentro. Luego murmuró:

—Lo importante no es lo que se da… sino que nunca olvides hacerlo con amor.

Nos quedamos en silencio. Solo se oía el pitido suave de la máquina. Me senté a su lado. Le sostuve la mano. Me pareció que el tiempo se detenía, como si el mundo comprendiera que algo sagrado estaba ocurriendo.

Esa fue la última vez que la vi con los ojos abiertos.

Días después, cuando mi madre me abrazó fuerte en el pasillo y dijo “la abuela se fue tranquila”, yo no lloré. Solo apreté la bolsita vacía entre mis dedos. Esa que había llevado con tanto cuidado. Esa que ya no contenía la galleta, pero sí algo que duraría para siempre.

Desde entonces, cada vez que huelo mantequilla derretida o veo una lata azul, vuelvo a ese instante. A esa media galleta. A esa media despedida. Nunca supe si se la comió. Pero sí sé que en ese pequeño gesto me regaló algo mucho más grande: la certeza de que el amor no se acaba cuando alguien se va. Solo cambia de forma.

A veces toma forma de galleta partida. Otras, de un silencio que te abraza. O de una frase que se queda contigo toda la vida. Mi abuela ya no está, pero me acompaña cada vez que regalo algo sin esperar nada. Cada vez que abrazo con intención. Cada vez que elijo amar sin medida.

La última galleta no fue un adiós. Fue una promesa.
De las que saben a mantequilla… y a eternidad.

“Cada noche, antes de dormir, le contaba un cuento inventado. Aunque él ya no podía escucharlo.”Doña Eugenia tenía 89 añ...
01/08/2025

“Cada noche, antes de dormir, le contaba un cuento inventado. Aunque él ya no podía escucharlo.”

Doña Eugenia tenía 89 años y una voz suave que parecía arrullar al tiempo.
Durante más de seis décadas, su esposo, Manuel, la escuchaba leer.
Primero eran poemas. Luego novelas. Después cartas que él ya no podía escribir.
Y, al final, cuentos inventados al vuelo, porque a Manuel el Alzheimer le había borrado el mundo… menos el sonido de su voz.

Cada noche, con la lámpara tenue encendida, ella le tomaba la mano y le decía:

—Hoy te voy a contar una historia distinta. Esta se llama: “El hombre que olvidó todo, menos el amor”.

Y entonces empezaba.
Historias de dragones ancianos, de jardines que crecían al ritmo de un piano, de una pareja que se perdía todos los días, pero siempre volvía a encontrarse.

Él la miraba en silencio. Sin palabras.
A veces pestañeaba como si entendiera.
A veces sonreía sin saber por qué.

Y cuando, una noche, Manuel ya no estuvo…
Doña Eugenia siguió contando historias en voz baja, como si él todavía la escuchara desde algún rincón del mundo.

Porque hay amores que no mueren. Solo se transforman en susurros.

Dijo una vez Michael J. Fox: “El Parkinson no es solo una enfermedad, es un maestro inesperado. Me enseñó a valorar cada...
01/08/2025

Dijo una vez Michael J. Fox: “El Parkinson no es solo una enfermedad, es un maestro inesperado. Me enseñó a valorar cada momento, a encontrar fuerza en la vulnerabilidad y a transformar el miedo en propósito. Aunque la enfermedad limita mi cuerpo, no puede tocar mi espíritu ni mi determinación. He aprendido que aceptar lo que no podemos cambiar es el primer paso para cambiar lo que sí está en nuestras manos.”

Michael J. Fox nos regala una luz en medio de la oscuridad, un mensaje de esperanza y resiliencia. Su batalla con el Parkinson nos recuerda que los desafíos pueden ser regalos disfrazados, que al enfrentarlos con coraje y aceptación, transformamos el dolor en crecimiento. Su vida es un ejemplo de que la verdadera fortaleza no está en la ausencia de dificultades, sino en la capacidad de seguir adelante con dignidad y optimismo. Que su historia inspire a quienes luchan a encontrar sentido y luz en cada paso del camino.

Dijo una vez Harrison Ford: “Los ricos se hacen más ricos y los pobres, más pobres. Y eso no es del todo justo. Hollywoo...
01/08/2025

Dijo una vez Harrison Ford: “Los ricos se hacen más ricos y los pobres, más pobres. Y eso no es del todo justo. Hollywood refleja ese desequilibrio, donde el poder y la política a veces olvidan las verdaderas necesidades de la gente común. Creo que el arte tiene un papel vital: mostrar esa realidad, cuestionarla y, sobre todo, inspirar cambios. En tiempos difíciles, la empatía y la conciencia social son nuestras mejores armas para construir puentes, no muros.”

Ford nos llama a no cerrar los ojos ante la desigualdad que crece incluso en los espacios más brillantes. Su mensaje nos desafía a usar la creatividad y la voz para luchar por un mundo más justo. Porque el verdadero valor del arte está en despertar conciencia y sembrar empatía. Que su reflexión inspire a cada uno a ser puente entre diferencias, y a trabajar por un futuro donde la justicia social sea más que un ideal, una realidad palpable.

LA ZORRA QUE REGRESABA CADA INVIERNODurante más de una década, la vida de Aurora siguió el mismo ritual: cada invierno, ...
01/08/2025

LA ZORRA QUE REGRESABA CADA INVIERNO

Durante más de una década, la vida de Aurora siguió el mismo ritual: cada invierno, una zorra pelirroja aparecía en el bosque tras su casa.

No era una mascota. Nunca lo fue. Pero desde aquel día en que Aurora la encontró herida junto a una trampa oxidada y la curó con vendas y trozos de pollo hervido, nació un lazo que no necesitaba palabras.

La zorra se fue en cuanto pudo caminar… y volvió justo al año siguiente.

Cada diciembre, Aurora dejaba comida cerca del roble viejo. Y como una promesa silenciosa, la zorra llegaba. A veces sola. Otras veces, con crías que observaban desde la distancia. Nunca se acercaba del todo, pero la miraba. Siempre la miraba.

Pasaron los años. Las manos de Aurora envejecieron. Las piernas dejaron de responder con la misma firmeza. El pelo se volvió blanco.

Un invierno particularmente frío, los vecinos notaron que Aurora no había salido a dejar comida.

La encontraron en su silla, con una manta y una taza aún tibia entre las manos, como si el sueño la hubiera alcanzado sin hacer ruido.

Frente al roble, esa mañana, la zorra no se fue. Se quedó ahí. Horas. Mirando la casa.

Y cuando la ambulancia se la llevó, la zorra dio media vuelta y desapareció entre la nieve.

Nadie volvió a verla.

Solo quedaban huellas frente a la casa. Como si la vida misma hubiera venido a despedirse.

¿Conoces alguna historia parecida? ¿Tú también crees que algunos animales saben más de lo que parecen?

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TESTIMONIOS

Conoce los testimonios que han tenido una sesión online conmigo o curso online.

Javier.C (Curso online » 21 preguntas que pueden cambiar tu vida»: «En el curso Ankor nos invita a reflexionar sobre 21 aspectos que solemos pasar por alto en nuestro día a día y nos abre los ojos a muchas cosas fundamentales para lograr una vida plena y feliz. Un buen punto de partida como primer diagnóstico de uno mismo, desde luego lo recomendaría a cualquiera que quisiera dar un cambio en su vida»

Eva Maria M (Cuso online «21 preguntas que pueden cambiar tu vida»): Para mí también ha sido un formato nuevo, muy fácil de llevar con la escasez de tiempo que andamos. Las preguntas y audios muy interesantes para la reflexión. A tod@s gracias por compartir vuestras emociones y pensamientos

Lucía M (Cuso online «21 preguntas que pueden cambiar tu vida»): El curso me ha parecido perfecto en la forma. La primera vez que hago algo en este formato, pero me ha generado cosas dentro de mi. Y bastante generoso por tu parte por responder. Gracias