
13/07/2025
La revista ¡Hola!, en uno de sus aciertos editoriales, ha sabido recordarnos lo obvio: no todas las novias tienen que parecerse a Grace Kelly. Algunas, como Gala González, ya vienen con estilo de fábrica. No necesitan aparentar ni disfrazarse con tul ni referencias ajenas. Gala no quiso parecerse a nadie. Y eso, es lo más parecido a la verdadera elegancia: ser tú, aunque moleste.
Su boda en Cadaqués, ese rincón que huele a sal, a Dalí y a lino lavado con nostalgia, fue exactamente lo que una boda debe ser cuando se tiene pedigrí estético: íntima, precisa y medida al milímetro. Que se celebrara en una isla privada dentro de un parque natural no es un capricho de influencer; es una declaración, como quien lleva un perfume que solo existe en el recuerdo de su abuela vienesa. Lo verdaderamente chic habla por sí solo.
Los tres vestidos no fueron un capricho, sino un manifiesto de identidad bien entendida. Montenegro, para marcar el prólogo. Sybilla, para consagrarse como musa contemporánea, con un diseño que lograba ser, al mismo tiempo, erótico y espiritual. E Isabel Marant, para decir que también se baila con pedrería y transparencias, sin caer en lo vulgar.
El gusto se demuestra en los detalles: un ramo de jazmines, aunque las hortensias broten en cada esquina de nuestra tierra gallega; un tocado de Betto García que no adorna, sino que flota; y Caribbean Blue como hilo musical, recordándonos que lo onírico, si está bien hecho, es más real que lo evidente.
Hay novias que se visten para parecerse a alguien y, luego están las otras, las de raza, que lo hacen para no parecerse a nadie.
En esta era de bodas clonadas, casarse con autenticidad no solo es raro, sino valiente. Especialmente si consideramos que hay novias que se casan para parecerse a alguien… y otras, como Gala, que lo hacen para no parecerse a nadie.
Ilustración: Charlotte Abbey