22/05/2025
LA DAMA DE AZUL
Tomás se encontraba en uno de sus viajes de descubrimiento. Como buscador que era, tan solo le importaba encontrar algo diferente. No perseguía un objetivo en concreto.
En el pequeño pueblo que había visitado el día anterior, le habían hablado sobre las ruinas de un castillo. Con la idea de un nuevo hallazgo, ahora se encontraba en el bosque, cerca de las ruinas nombradas; sin embargo, como el atardecer estaba llegando a su fin, Tomás decidió improvisar su pequeño campamento. Montó la tienda de campaña, pequeña, pero práctica, y encendió una hoguera.
Mientras acababa de preparar todo, notó un movimiento en la maleza. Observó en aquella dirección y al momento vio salir un cazador.
- Pero, hombre. ¿Qué hace aquí? – le preguntó el cazador, visiblemente sorprendido.
Tomás se presentó y le contó el motivo de su visita, a lo que el cazador respondió:
- Yo de usted me iría cuanto antes de aquí. Hoy habrá luna llena, y cuando eso pasa, se pueden escuchar las risas de la bruja que quemó el castillo.
Ante la mirada de incertidumbre de Tomás, el cazador supuso que no conocía la historia que allí había ocurrido.
- Aún tenemos algo de tiempo hasta medianoche – dijo el hombre – Si está interesado en la leyenda, se la contaré encantado.
Tomás se lo agradeció y le ofreció una taza de café del termo que siempre llevaba con él. Su interlocutor aceptó gustoso y se sentó al lado de la lumbre que empezaba a prender.
- La historia ocurrió hace 500 años. Cuentan que ahí delante había un castillo, aunque ahora, viendo los restos que hay, nadie podría asegurarlo. El caso es que los nobles del lugar eran muy ricos y, una vez al mes ofrecían una fiesta a puertas abiertas. Incluso los campesinos podían acudir. Esa noche, nadie pasaba hambre.
El cazador sorbió un poco del café caliente antes de continuar.
- Una noche en la que se celebraba la velada, acudió una joven campesina muy hermosa. Tanto, que hasta los propios nobles la invitaron a subir a la primera planta, dónde nadie sin invitación podía ir. No se sabe muy bien que fue lo que sucedió, pero la historia que yo siempre escuché, decía que la joven, verde de envidia por la riqueza que otros tenían, empezó a reírse como una loca e incendió el castillo con ella misma dentro para así quedarse con todo.
El hombre bebió otro trago de café. Como se demoraba en continuar, Tomás preguntó:
- ¿Murieron todos?
- Mmm. Sí y no. Ese día solo la mujer falleció. Contaban que el fuego no había sido normal y que había quemado hasta las mismísimas piedras, y que la mujer era una bruja. A pesar de que los anfitriones y el resto de invitados lograron huir de aquel incendio, todos los nobles fueron muriendo en los siguientes días, uno a uno. Lo sorprendente fue que todos sufrieron horribles dolores y vomitaban algo verde y viscoso.
A Tomás le temblaban las piernas. Él no era miedoso, pero escuchar aquella historia en el medio de un bosque y sabiendo que iba a pasar la noche solo, le erizaba el vello.
- Desde entonces – prosiguió el cazador – algunas personas dicen que se puede escuchar la risa de la mujer en noches como esta, y que nadie está a salvo. Como comprenderá, nunca me he molestado en comprobarlo, y hoy tampoco lo haré – el hombre se incorporó para despedirse – Si estuviese en vuestro lugar, me iría de aquí ahora mismo.
Tomás le agradeció la historia y el hombre se fue. Él no creía en esos cuentos, pero tampoco era capaz de engañar al miedo que se había asentado en su cuerpo al notarse a solas en el bosque. Torpemente, apagó la hoguera y se introdujo en la tienda. Mañana, a la luz del sol, seguro que el castillo no le provocaba miedo.
Tardó en dormirse y, justo cuando empezaba a conciliar el sueño, se sobresaltó al escuchar un quejido siniestro, como de ultratumba. Tomás intentó cubrirse los oídos, pero aquel extraño sonido persistió en el ambiente. Cuando empezó a acostumbrarse a ello, pensó en qué podría ser, y si la historia era cierta o alguien le estaba gastando una broma. En ese momento, se dio cuenta de que el sonido no era una risa, sino que parecía el llanto de una mujer. A pesar del temor que sentía, Tomás no podía dejar a una mujer en esas condiciones, por lo que abandonó la tienda y caminó tratando de no hacer ruido.
Desde detrás de unos arbustos, pudo ver la figura de una mujer que resplandecía con un color azulado y flotaba al tiempo que lloraba. El espectro no tenía piernas y vestía un largo vestido con una falda tipo campana de épocas pasadas. Como Tomás era incapaz de resistirse a las lágrimas de una mujer, se atrevió a mostrarse, a pesar de que su cuerpo no dejaba de temblar.
- ¿Puedo ayudarte de alguna manera? – preguntó Tomás con tristeza.
Sin saber por qué, él mismo había empezado a llorar. De alguna manera, sentía parte del dolor de aquella alma en pena.
La figura se giró hacia él y, con un chillido estridente, se abalanzó al tiempo que las uñas de una mano se volvían largas y afiladas.
- ¡Un hombre!
Tomás no pudo cerrar los ojos. El rostro de aquella mujer estaba deforme y era terrorífico, como si hubiese sido quemado. Una nueva lágrima de dolor brotó de sus ojos. El espectro, viendo las lágrimas de Tomás y, percibiendo algo en él, se detuvo justo antes de hacerle daño. Ambos se observaron fijamente. Tomás no sabía qué le iba a suceder. Le costaba mantenerse en pie. Aun así, se preguntaba por qué el cazador le había dicho que “la bruja” se reía. Claramente, agonizaba de tristeza.
- Tú no eres como los otros hombres – dijo el espectro.
Lo que antes había sido una voz aguda y horripilante, ahora se había vuelto suave y dulce. Sin saber por qué, Tomás se sintió a salvo y repitió su pregunta:
- ¿Puedo ayudarte en algo?
El rostro de la mujer observó la luna llena. Una lágrima brotó del único ojo que tenía sano y, volviendo la mirada a Tomás, respondió:
- Baila conmigo.
Una hermosa melodía empezó a sonar y Tomás, a pesar de la repulsión que le producía aquel rostro, le ofreció sus manos suavemente. Ella respondió y se colocó a su altura. A medida que la música sonaba, Tomás y la mujer bailaban y giraban. El tiempo parecía haberse detenido como si estuviesen en un sueño y, a pesar de que pasaba y pasaba, Tomás era incapaz de saber cuánto tiempo llevaban bailando. Sin embargo, no notaba cansancio alguno y se sentía en paz.
De repente, la mujer apoyó la cabeza en su hombro mientras seguían danzando. Sollozó suavemente, y le susurró su historia:
- Bailar en un gran salón. Ese era mi sueño. Me había preparado para la fiesta y soñaba con bailar con un príncipe. Uno de los anfitriones se me acercó con una sonrisa. Él era joven y guapo. Parecía mi príncipe soñado. ¡Ilusa de mí! Me invitó a subir a la primera planta, prometiéndome que después bailaríamos el resto de la noche. Yo lo seguí con la esperanza de cumplir mi sueño. Me llevó a una habitación, y allí me tomó a la fuerza.
La mujer incrementó sus sollozos y el llanto acudió. Tomás se llenaba de ira ante la impotencia de la situación, pero ahora tan solo podía seguir bailando para consolarla. Cuando se hubo tranquilizado, continuó:
- No solo él. Todos los anfitriones me cubrieron, forzándome. Eso era lo que hacían aquellos desalmados en las fiestas que celebraban una vez al mes. Recuerdo sus rostros. Yo lloraba y suplicaba, pero ellos se reían y me golpeaban. Me decían que me pagarían y que me estuviese quieta, pero yo no deseaba nada de aquello. ¡Solo quería bailar!
Un nuevo torrente de lágrimas acudió a sus ojos. Tomás siguió bailando al son de la música que parecía no acabar nunca. Durante lo que parecieron horas, escucho la melodía mezclada con lloros. Tomás no sabía qué hacer ni como tranquilizarla. ¡Le daba igual su rostro! ¡Ella había sido una víctima! Pero ahora no era capaz de hablar. El único consuelo que le quedaba era seguir bailando.
- Cuando acabaron conmigo – prosiguió cuando se vio capaz – apenas podía moverme y no sentía mi cuerpo. Solo me sentía sucia y quería morirme. Me tiraron monedas encima mientras se reían. ¡Los odié a todos tanto…! Me dejaron en la habitación y continuaron su velada como si nada. En cuanto fui capaz de moverme, quemé todo. Solo las llamas me podían limpiar esa suciedad. Los culpables escaparon. No solo eso. Me difamaron y dijeron que era una bruja. El dolor y el odio me hicieron volver en la forma que soy ahora. Así pude vengarme. Uno por uno, les hice sufrir lo que me hicieron sufrir a mí.
El sol empezó a mostrarse y la música cesó. La mujer detuvo el baile y Tomás pudo ver que empezaba a desvanecerse poco a poco. Observándolo con ternura, el espectro le cogió la mano y le colocó un pequeño aro quemado en su anular.
- Gracias, mi príncipe azul – dijo ella esbozando una sonrisa y dándole un beso en la mejilla al tiempo que desaparecía del todo.
De repente, el cansancio de toda la noche se acumuló en el cuerpo de Tomas y cayó agotado.
Lo despertó horas más tarde el cazador de la noche anterior.
- ¿Qué haces durmiendo aquí? Bueno, lo importante es que estás bien.
Tomás miró a su alrededor y vio los restos del viejo salón de baile. Todo aquello le había parecido un sueño. Sin querer, se llevó la mano al dedo anular y pudo ver un viejo anillo. No parecía tener valor alguno, pero Tomás lo mantendría con él. Era su prueba de que la realidad y lo sobrenatural estaban más cerca de lo que se creía.
Los relatos de Nyx Umbrosa, " El hacedor de Mundos".
Autor: Daniel Ares Blanco.
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