28/11/2025
***LA ÚLTIMA CARACHITA***
Dicen que los caminos de tierra son testigos mudos de innumerables pasos, y que las casas de adobe guardan viejas historias.
Así vivía Doña María Eugenia, una ancianita nacida en un siglo que ya había expirado y que parecía haber surgido de las páginas de un cuento. Curtida como el papel amarillento de un libro antiguo, su vida comenzaba a extinguirse como las doradas hojas de un árbol en otoño.
Descalza, andaba por las calles empolvadas, dejando que la tierra y el sol acariciaran sus pies. A ella no le importaban las miradas curiosas ni los murmullos de los niños que cuchicheaban al verla pasar. Solo anhelaba una apreciada carachita, y cuando la gente se la ofrecía, ella extendía delicadamente su brazo, ese que terminaba en robustos y torcidos dedos como troncos de roble. Las carachitas, monedas que caían en su mano, eran tesoros de un mundo que giraba velozmente mientras su corazón latía al ritmo de tiempos pasados. Con cada limosna recibida, Doña María Eugenia sonreía, porque ese dinerito entre sus dedos era como si tejiera sueños en el aire, hilados con el polvo de las estrellas.
Los bramidos de las reses en el desgolladero eran su despertador mañanero. "Las dos de la mañana" no era hora de levantarse, pero sí de rezar el rosario y ofrecerle a Santa Rosalía, La Patrona, unas cuantas ave marías por favores recibidos. "Santa Rosalía, rogad por nosotros". A las cinco de la mañana, cuando el campanario iniciaba labor, ella ya estaba parada en el atrio, esperando que el cura abriera la puerta de la iglesia.
Sus pasos lentos la habían conducido por ese camino reconocido; la llevaban desde su casa cerca del matadero, pasando por la iglesia y, con frecuencia, terminaban en la casa de los Gualy, amigos entrañables y cómplices en su travesía. Allí, entre risas y recuerdos, Doña María Eugenia se desnudaba de la tristeza y vestía su alma de versos. Ayudaba a barrer y trapear con movimientos torpes pero armoniosos, como si danzara en un escenario privado, y mientras lo hacía, sus palabras brotaban como manantiales en primavera. Versos que se prolongaban hasta 30 minutos, donde orgullosa hablaba de su padre, "El Notario de Iquira", un prestigioso hombre de letras y firmes convicciones, cuyo legado, aún después de tantos años, reverberaba en los ecos del pueblo.
Ella había sido una señorita de la sociedad, y el amor por su progenitor la llevaba a recordar todos esos momentos bonitos, pero también... el día que él se despidió del mundo con la misma calma con la que se apagaba una llama en la penumbra. Y Doña María Eugenia, con la mirada sabia y profunda que marcan los 102 años bien vividos, evocaba recuerdos que dormitaban en sus ojeras y las palabras encarceladas que por mucho tiempo habían permanecido en el silencio de su boca sellada. Pero "mis muchachos", como ella les decía a los Gualy: José, con esos crespos alborotados que ella amaba, y Abelito, que se deleitaba tocando la hoja para que ella bailara, le traían a la vida esos hermosos recuerdos, como si el viento quisiera evocarle historias pasadas.
Los Gualy la escuchaban hipnotizados, mientras en sus corazones florecía la admiración por esa ancianita que, descalza y soñadora, convertía el presente en poema y el recuerdo en canto. Y en cada carachita que caía en su mano, un eco de eternidad resonaba, recordando a todos que, aunque los años transcurren, el espíritu se mantiene vivo en las huellas que dejamos tras nuestros pasos.
Así transcurrían sus días, trenzando melancolías y risas entre el polvo de las calles. Ella tenía familia que la quería y la cuidaba, pero ya se había enseñado a su callejera costumbre de ser la "Doña Carachita del Pueblo", la consentida. En cada casa, además del tabaco y el cafecito, le tenían un lugar favorito, y en cada calle se había hecho a un rincón escondido.
Y así, en su complicado andar por el pueblo, Doña María Eugenia era más que una anciana: era la esencia misma de la vida, una flor silvestre que se marchitaba entre las grietas de la cotidianidad, mientras esperaba pacientemente esa visita que, a su edad, lo más seguro era que en cualquier momento llegaría.
Autor: copyright © Aldana Cortes Madeleynen ✍🏻
Fotografía: Jorge E Solano
Reseña Histórica: Jose Luis Gualy Camero
(Todos los derechos reservados Londres 28 de
Noviembre 2025)
CON ALMA De Mujer Editorial Planeta Palermo (Huila) Neiva Activa Secretaría de Cultura del Huila destacados
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La historia de Doña María Eugenia nos enseña que la verdadera riqueza no se mide en monedas o posesiones materiales, sino en los recuerdos y las relaciones que cultivamos a lo largo de la vida. A pesar de su precariedad, ella encuentra alegría y significado en las pequeñas cosas: en la compañía de sus amigos, en la belleza de sus recuerdos y en la conexión con lo espiritual. La vida puede ser efímera y los momentos pueden desvanecerse como el polvo en el viento, pero el amor, la memoria y la historia que compartimos con los demás son tesoros eternos que perduran más allá del tiempo. Así, cada paso que damos deja una huella, y es importante atesorar esos instantes, por humildes que sean, ya que son la esencia de lo que somos.
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Con mucho cariño a todos aquellos que se han ido, pero han dejado huella en el corazón de quienes le conocieron.
Y con respeto a cada uno de los amigos y familiares de La Señora María Eugenia Ardila: q.e.p.d
Abrazos, Madeleynen Cortes
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Algunos fragmentos del escrito no están basados en
la realidad de los personajes. Es realismo mágico en
una inspiración fotográfica.