El callejón de los Mitos, historias y leyendas.

El callejón de los Mitos, historias y leyendas. Venta de souvenirs en modo online.

Espacio para abordar temas históricos, folclóricos, así como mitos y costumbres de la cultura latinoamericana, especialmente las tradiciones orales que se transmiten de generación a generación a través de historias, cuentos y leyendas.

Con esta vela encendida, el Callejón completa su ritual de renacimiento. Tres imágenes, tres atmósferas, tres memorias. ...
06/09/2025

Con esta vela encendida, el Callejón completa su ritual de renacimiento. Tres imágenes, tres atmósferas, tres memorias. Gracias por caminar conmigo. Lo que viene ahora es expansión, provocación y legado

Cada callejón guarda secretos. Cada sombra, una historia. ¿Qué representa para ti este espacio de memoria? Escribe tu re...
06/09/2025

Cada callejón guarda secretos. Cada sombra, una historia. ¿Qué representa para ti este espacio de memoria?

Escribe tu respuesta, comparte tu visión. Este ritual es de todos.”

06/09/2025

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El Callejón no es una página. Es un ritual.  Aquí las sombras cuentan historias,  los mitos caminan entre nosotros  y la...
06/09/2025

El Callejón no es una página. Es un ritual.
Aquí las sombras cuentan historias,
los mitos caminan entre nosotros
y la memoria se convierte en imagen.*

Cada publicación es una ofrenda,
cada atmósfera, un fragmento de alma.
Aquí no se viene a mirar,
se viene a recordar.

Bienvenidos al Callejón,
donde lo invisible se vuelve visible.

LA ENFERMERA FANTASMA DE QUETZALTENANGOFernanda fue ingresada de emergencia en el hospital público de Quetzaltenango. La...
04/09/2025

LA ENFERMERA FANTASMA DE QUETZALTENANGO

Fernanda fue ingresada de emergencia en el hospital público de Quetzaltenango. La hemorragia que padecía no cedía, y los médicos decidieron dejarla en observación. El reloj avanzaba lento, la noche caía pesada, y cada ruido del pasillo retumbaba como si las paredes mismas respiraran.

A las dos de la madrugada, cuando apenas podía resistir el dolor, la puerta de su sala se abrió. Una enfermera de mediana edad entró en silencio. Llevaba un uniforme blanco tan impecable que parecía nuevo, los pasos apenas tocaban el suelo, y su mirada… su mirada era de ternura infinita, pero también de algo que Fernanda no supo nombrar.

—El dolor es fuerte, hija —susurró la mujer con voz cálida—. Ya he girado instrucciones para que te apliquen morfina. Tu cáncer irá avanzando, pero estas pastillas te harán descansar.

Fernanda se quedó helada. Con un hilo de voz, protestó:
—Yo… no tengo cáncer. Estoy aquí por una hemorragia.

La enfermera le sonrió, y ese gesto fue tan dulce como perturbador.
—Ya vi tus resultados, y sé lo que tienes. El dolor no es de ahora… es de siempre. Pero no te preocupes, yo estaré aquí.

La mujer depositó unas pastillas en su mano. Fernanda, desesperada por el dolor, las tomó sin pensar. Y entonces ocurrió: la enfermera se alejó hacia la puerta, pero en lugar de abrirla, atravesó la madera y desapareció.

El dolor cedió en cuestión de minutos. Fernanda se hundió en un sueño inquietante, aunque consciente de que lo vivido no era un sueño.

A las tres y media de la madrugada, entró la jefa de enfermeras. Fernanda, con el alivio aún en el cuerpo, le agradeció por haber enviado a su compañera.
—Me ayudó mucho, pero me asustó lo que me dijo del cáncer… —murmuró.

La jefa se quedó inmóvil.
—Fernanda… —dijo con voz baja—. Yo soy la única de turno esta noche. Aquí no hay nadie más.

La sangre se le heló en las venas.

Al día siguiente, otra enfermera, al escuchar la historia, se acercó con el rostro sombrío.
—La mujer que viste… la conocemos. Fue enfermera aquí hace muchos años. Estaba por jubilarse, pero no quería dejar su vocación. Murió de un infarto, en plena guardia, justo en este hospital. Algunos dicen que no lo sabe… por eso sigue cuidando pacientes, con el mismo amor que tenía en vida.

Fernanda se quedó sin palabras. El silencio del hospital le pareció más denso que nunca.

Horas después, el resultado de la tomografía confirmó lo inevitable: cáncer avanzado.

Esa noche, cuando las luces se apagaron en el pasillo, Fernanda juró haber escuchado otra vez esos pasos suaves, flotando, acercándose a su cama.

Y entre el murmullo del viento, le pareció oír la voz de la mujer:
—Ya estoy aquí, hija… no tengas miedo…

Desde entonces, cuentan que en el hospital de Quetzaltenango, cuando las madrugadas son demasiado largas, una enfermera de uniforme blanco, impecable y antiguo, aparece en silencio. Atiende a los pacientes, les da alivio… y les susurra verdades que ni los médicos saben aún.

Pero no todos sobreviven después de verla.

Porque la enfermera de la sala oscura siempre elige a quién visitar.

El consejo de un padreMateo tenía diecisiete años y el fuego en la sangre. Creía que el mundo era suyo y que los caminos...
21/08/2025

El consejo de un padre

Mateo tenía diecisiete años y el fuego en la sangre. Creía que el mundo era suyo y que los caminos se abrían solo con el deseo de andarlos. Su padre, Don Julián, lo observaba en silencio, con esa mezcla de orgullo y preocupación que solo un padre conoce.

Una tarde, mientras el sol se hundía en el horizonte y teñía de oro los campos de maíz, Don Julián llamó a su hijo:
—Hijo, recuerda que la prisa puede hacerte tropezar donde la calma te habría dejado pasar.

Mateo sonrió con desdén. En su corazón ardía la idea de que su padre lo quería detener, que su consejo era cadena y no guía. Partió sin mirar atrás, decidido a probar que no necesitaba más brújula que su propio ímpetu.

El tiempo pasó, y Mateo conoció las piedras del camino: amigos que no eran amigos, promesas que se disolvieron como humo, noches frías donde el orgullo no abrigaba. En esas horas, recordó los silencios firmes de su padre y comprendió que en ellos no había dureza, sino amor.

Un día, agotado, regresó al pueblo. Encontró a Don Julián en el mismo banco de madera, esperando. No hubo reproches, solo un gesto sencillo: su padre abrió los brazos. En ese abrazo, Mateo descubrió la verdad: un padre no busca cortar las alas, sino enseñar a usarlas sin caer al abismo.

Desde entonces, cada vez que Mateo escuchaba un consejo, lo guardaba en el corazón como quien guarda agua en medio del desierto. Porque entendió que lo que parecía un límite era, en realidad, un mapa secreto hacia una vida más plena.

La voz de un padre no es un obstáculo, es un faro. Solo cuando la tormenta llega, entendemos que esa luz era lo único que nos mantenía a salvo del naufragio

EL REFLEJO QUE NO DEBERÍA ESTAR AHÍEl Callejón… testigo mudo de pasos extraviados, de voces que nunca encontraron reposo...
17/08/2025

EL REFLEJO QUE NO DEBERÍA ESTAR AHÍ

El Callejón… testigo mudo de pasos extraviados, de voces que nunca encontraron reposo.
Aquí no hay certezas, solo miedo.
Porque cuando las sombras reclaman lo que les fue arrebatado… ninguna casa vuelve a ser hogar.

Dicen que a Mariana el terror la encontró en lo más cotidiano: su baño.
Entró una noche, y en el espejo no vio su rostro… sino el de alguien más.
Un semblante pálido, de ojos hundidos, que la miraba desde detrás de su hombro.

Quiso gritar. No pudo.
La garganta se le hizo piedra.
Sus perros, fieros siempre, solo gemían bajo la cama como criaturas pequeñas.

Cuando por fin desgarró un alarido, su cuñada acudió corriendo.
Y lo único que alcanzó a ver fueron unos dedos largos, blancos,
deslizándose por el marco de la puerta…
como arañas que nunca debieron existir.

Desde entonces, la casa dejó de ser casa.
Pasos en el techo, voces que rezumaban en la madrugada, sombras fugaces que cruzaban el pasillo.
Mariana, vencida, decía para consolarse:
—Al menos… no hacen daño.

Pero un día llegó Laura, su prima.
No se veían desde la muerte de la abuela.
Al poner pie en la sala, se detuvo.
—Yo ya sentí esto antes… —murmuró, pálida—. En Mazatlán… en la casa de la abuela.

Mariana la miró, sin entender.
Laura tragó saliva.
—Esa maldita casa… me persiguió en sueños.

Y contó lo que nadie había querido escuchar.
Que de niña había visto a otra niña, de cabello largo, de mirada rota,
que la jalaba del vestido y le suplicaba en voz quebrada:
—Ven… ayúdame… ven conmigo al patio. Allí fue la última vez… allí los perdí…

Nadie más la veía.
El padre, la abuela, los tíos, comían tranquilos su arroz blanco y seco,
su jugo de maracuyá que a Laura le sabía a muerte.
Ella tragaba lágrimas, con la manita invisible aferrada a su falda.

Pasaron los años. La abuela murió.
Y al remover la tierra del patio, la verdad salió a la luz:
tres esqueletos… un hombre, una mujer y una niña de cabello largo.
A su lado, una maletita infantil vacía.

Laura bajó la mirada y susurró como quien se confiesa:
—Era ella. La niña que me pedía ayuda… era ella.

Mariana la escuchaba con los ojos fijos, el aire corto.
—Entonces… —dijo con la voz apenas audible— lo que yo vi en el espejo… esos dedos que me querían tocar… ¿eran los suyos?

El viento sacudió la casa.
Los perros lloraron igual que aquella primera noche.
Y entonces se escuchó:

Toc, toc.
Toc, toc.

Un llamado en el baño.
El aire se hizo espeso, denso como humo.
Abrieron la puerta.

El espejo estaba empañado.
Y en el centro, escrito con un dedo huesudo, se leía:

“¿Me ayudas ahora?”

El sollozo de una niña rompió el silencio.
Fue creciendo… creciendo…
hasta volverse un grito que quebró la bombilla.

La oscuridad lo cubrió todo.
Y nadie volvió a dormir allí.

Si en el silencio de tu casa escuchas golpes, voces o pasos en el techo, no intentes explicarlo.
Recuerda… lo que reclama compañía no siempre es de este mundo.

“LA CABAÑA MALDITA DE SURUTATO”Nadie en el pueblo pudo decirle exactamente por qué aquella cabaña incrustada en medio de...
15/08/2025

“LA CABAÑA MALDITA DE SURUTATO”

Nadie en el pueblo pudo decirle exactamente por qué aquella cabaña incrustada en medio del bosque en las hermosas montañas de Surutato, Sinaloa, llevaba años vacía.
Elena lo había sabido por boca de una vecina: “ahí no se queda nadie más de tres noches”. Ella sonrió incrédula, convencida de que eran historias de borrachos y supersticiones, y aun así, cuando llegó con su familia una tarde nublada de octubre, sintió en la garganta un peso que no pudo explicar.

La cabaña era preciosa: madera vieja, olor a pino, un riachuelo seco a unos metros y un silencio tan espeso que casi se podía tocar. Su hijo, Daniel, corría por el jardín mientras su madre guardaba provisiones. La primera noche, él dijo que unos niños lo llamaban desde fuera, invitándolo a jugar. Elena cerró las persianas y las puertas, pero el niño insistía: “Están ahí… mirándome”.

Al día siguiente, cuando fueron al pueblo por suministros, el estéreo y la cámara de reversa de la camioneta dejaron de funcionar. En cuanto regresaron, todo volvió a la normalidad. No había vecinos, no había señales de vida… salvo por la figura que, esa tarde, Elena vio descender hacia el río seco. Bajaba rápido, sin romper ramas ni hacer ruido.

El miedo empezó a crecer como la neblina que, al caer la noche, cubrió la cabaña. Alrededor, se escuchaban susurros… voces pequeñas, como de niños cuchicheando, y pasos que parecían dar vueltas al inmueble. Daniel se aferró a ella, llorando.

El segundo día, mientras preparaba la cena, Elena dejó a su bebé en la cama, rodeada de almohadas. Apenas cruzó la puerta, un grito desgarrador la hizo volver corriendo: la niña lloraba sin consuelo, con la ventana abierta y la brisa fría entrando desde el bosque. Las oraciones de las tías lograron calmarla, pero esa noche, la pequeña despertó con moretones en los brazos y ojeras profundas, balbuceando: “Dice esa cosa que te pegue… pero yo no quiero”.

La tercera noche, la familia intentó distraerse con música, pero los gritos que se escucharon desde el bosque cortaron cualquier alegría. Elena y su hermano salieron a investigar. Entre los árboles, las voces parecían alejarse y acercarse, jugando con ellos. Luego llegó la neblina, espesa como leche podrida. Piedras comenzaron a caer a su alrededor. Risas. Pasos detrás… y de pronto, su hermano ya no estaba.

Elena gritó su nombre, pero solo recibió de vuelta su propia voz distorsionada. Cuando por fin salió del bosque, sus familiares juraron que no había neblina, que todo estaba despejado.

Al amanecer, empacaron sin mirar atrás. En la carretera, el estéreo del auto se encendió solo. No hubo música… solo el sonido de niños riendo, cada vez más fuerte, hasta que la señal se cortó.

Dicen en el pueblo que la cabaña está maldita, que los duendes del bosque se llevan lo que aman. Y que Elena, desde aquel viaje, aún escucha risas al otro lado de la ventana cuando el viento viene del norte.

Escrito original, basado en relatos reales.
Escrita y adaptada para el Callejón de los Mitos, Historias y Leyendas por Adrian Rivera

LA LAMPARA NUMERO TREINTA Y TRES“En las bodegas, lo más peligroso suele ser el silencio… hasta que escuchas a alguien qu...
14/08/2025

LA LAMPARA NUMERO TREINTA Y TRES

“En las bodegas, lo más peligroso suele ser el silencio… hasta que escuchas a alguien que no debería estar allí.”

Rafael, trabajaba como velador en unas bodegas en la Ciudad de Puebla, juraba que el turno de domingo era el mejor: nadie en la nave, solo el eco de sus pasos entre los pasillos metálicos y el olor a polvo y aceite viejo.
Esa noche, la lluvia golpeaba los ventanales altos como si quisiera entrar. Al girar por el pasillo central, la vio.
Una niña, de unos cinco años, estaba de espaldas, quieta, con el cabello negro cayéndole a los hombros.

¿Dónde están tus papás? preguntó.

Ella no se movió.
Él llevó la radio a la boca para reportar… pero cuando bajó la vista, ya no estaba.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Caminó rápido hasta la salida. El vigilante de la garita lo miró con calma y dijo:
Ya la viste… No le hables.

Al día siguiente, mientras revisaba inventario en la zona de lámparas industriales, lo notó: de las cien lámparas alineadas en el techo, solo una —la número treinta y tres— se balanceaba como un columpio invisible. Nadie más en la nave. Ningún aire. Y sin embargo, el vaivén continuó más de una hora, hipnótico, como si algo jugara en lo alto.

Esa noche, Rafael fue al hospital a visitar a un amigo del turno nocturno. A medianoche, sintió la urgencia de ir al baño. Entró, cerró la puerta del cubículo y, de pronto, otra puerta se cerró con un golpe seco. Se escuchó el arrastre de pasos, el chirrido de la cisterna… y nada bajo la puerta.
Salió rápido, las manos temblando, y mientras se lavaba, el espejo vibró con un golpe hueco detrás de él. Giró… la puerta abierta de par en par. Nadie.

La tercera vez que la vio fue en el segundo piso de la nave. Estaba sentada sobre una caja, las piernas balanceándose, y lo miraba fijo mientras él subía con un paquete.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz que no reconoció como suya.
La niña sonrió, apenas, y señaló hacia la ventana que daba al viejo puente.
A Rafael se le encogió el estómago. Sabía lo que había pasado allí años atrás: cuerpos arrojados al río, en noches sin luna.
Al parpadear, ella ya no estaba.

Desde entonces, cada domingo, la lámpara número treinta y tres vuelve a moverse. A veces, en la superficie metálica se refleja algo pequeño, columpiándose… y mirando hacia el puente.

¿Te atreverías a mirar qué se columpia esta noche en la lámpara treinta y tres?

Relato basado en testimonios reales
Escrito, editado y tejido por El Callejón de los Mitos, Historias y Leyendas donde las paredes escuchan y las puertas nunca se cierran del todo.
© Adrian Rivera – 2025

CUANDO LA NIEBLA TOCA A LA PUERTA....En el Callejón, la noche no es solo ausencia de luz: es una piel húmeda que respira...
13/08/2025

CUANDO LA NIEBLA TOCA A LA PUERTA....

En el Callejón, la noche no es solo ausencia de luz: es una piel húmeda que respira detrás de las paredes.
He escuchado voces aquí que no deberían conocerse, historias que, aisladas, son advertencias… pero cuando se tejen juntas, forman un mapa hacia algo que espera.
Hoy no vengo a inventar nada, vengo a juntar dos susurros que llegaron desde esquinas distintas, y que, al encajarse, me dejaron con una sola pregunta:
¿qué pasa cuando abrimos la puerta a quien no debería entrar… y no la volvemos a cerrar?

Dicen que fue una noche antes del Día de Mu***os.
Una familia ya estaba en casa, segura, cuando tocaron la puerta.
El hijo menor, sin pensarlo, giró la llave y abrió… y no vio a nadie. Cerró tranquilo, como si la ausencia fuera prueba de que no había peligro.
Pero esa noche, los padres no durmieron. Desde la escalera subían pasos pesados, arrastrados, acompañados por un crujir que no era de madera, sino de huesos quebrándose al doblarse.
El aire se espesó hasta que respirar dolía, y cuando el padre fue a revisar a las niñas, algo gritó: un alarido hueco, como si cayera desde un abismo que no estaba ahí.
El niño no escuchó nada. En la mañana, mientras la madre intentaba olvidar, él confesó:
—Sí tocaron. Yo abrí. No había nadie.
Y la casa, desde entonces, quedó con un hueco invisible que ni el sol del mediodía llenaba.

Pero en otra casa, lejos o quizás al lado, alguien se acostaba exhausta. Eran las tres de la mañana cuando escuchó una voz en su cabecera: era la de su hijo… pero al segundo latido se dio cuenta de que no era él. Era su hermano mu**to hacía dieciséis años.
Algo le tocó el cabello, suave, como si jugara. Ella gritó, reprendiendo con palabras de fe, pero sintió que no estaba despierta del todo. Se veía a sí misma, desde un rincón, luchando contra una figura que no se dejaba ver.
La cama se movía, como si burbujas invisibles estallaran debajo, rebotando contra su espalda. Y entonces, un rayo de luz salió disparado por la ventana, dejando un silencio imposible.

Si fueran dos historias distintas, terminaría aquí.
Pero no lo son.
Porque la mujer, antes de dormir, había soñado con una puerta. La misma puerta que el niño abrió. Y en su sueño, cuando ésta se cerraba, quedaba una grieta, una línea fina como una sonrisa, por donde algo oscuro respiraba.
Y ahora sé que esa grieta no estaba en ninguna casa en particular.
Está aquí, en el Callejón.
Anoche tocaron.
No abrí.
Pero hoy, mientras escribo esto, escucho pasos subiendo la escalera detrás de mí… y no hay ninguna escalera.

Relato basado en testimonios reales.
Escrito y tejido por El Callejón de los Mitos, historias y leyendas — donde las paredes escuchan y las puertas nunca se cierran del todo.
© Adrian Rivera – 2025

NO PIERDE EL QUE DA AMOR....PIERDE EL QUE NO SABE RECIBIRLO.Entre  los  callejones  de un pueblo perdido entre las siemb...
12/08/2025

NO PIERDE EL QUE DA AMOR....PIERDE EL QUE NO SABE RECIBIRLO.

Entre los callejones de un pueblo perdido entre las siembras, en el norte de Sinaloa, las sombras se arrastraban como los secretos de sus habitantes. Allí vivían Antonio y Noelia, un matrimonio que, en apariencia, había sido un refugio. Pero las apariencias mienten.

Antonio, un ejecutivo de ventas, llevaba el peso del mundo en los hombros. Mientras tenía empleo, entregaba cada pedazo de su esfuerzo para mantener a su familia, con la esperanza de que su amor bastara para sostener el hogar. Noelia, ama de casa, tenía en sus ojos una ambición que el dinero no alcanzaba a llenar. Menospreciaba a Antonio con pequeñas palabras venenosas, heridas que se clavaban poco a poco.

El día que Antonio fue despedido, un golpe invisible pero mortal para su orgullo, todo cambió. Noelia no vio al hombre cansado y dolido, vio un fracasado, un lastre. Lo empujó con palabras duras, con desprecio frío, hasta que él, por desesperación y amor, aceptó su cruel mandato: viajar a Estados Unidos como ilegal para buscar lo que en casa se había roto.

Cinco años de sacrificio. Antonio enfrentó la soledad del exilio, el frío de un país que no lo esperaba, y el dolor de una salud que se quebraba por el trabajo excesivo. Cada centavo que enviaba era un hilo de esperanza que ella tomaba para tejer su propia red... pero no para el hogar, sino para sí misma.

Noelia gastaba el dinero en caprichos, en amantes que llenaban su vacío de poder y deseo. Primero fue el instructor del gimnasio donde se inscribió, luego el del béisbol de su hijo. Él, con la fuerza y la energía que Antonio ya no tenía, era el héroe de sus días, la nueva fuente de su ego insaciable.

Cuando Antonio volvió, con el cuerpo cansado pero el corazón aún latiendo por su familia, encontró un hogar helado. Noelia no solo le negó un lugar en la cama, le negó la dignidad. Hablaba de él con desprecio en cada esquina del pueblo, decía que el dinero era escaso porque Antonio nunca había sido suficiente. Lo usó para sus amantes, para regalos excesivos y olvidos profundos.

Antonio intentó rescatar lo que quedó. Cada intento era un choque contra el muro de indiferencia y odio que Noelia levantó. Finalmente, el hombre que había dado todo, que había perdido salud, se dio cuenta que el verdadero vacío no estaba en su bolsillo, sino en el alma que lo rodeaba.

Se apartó, curó sus heridas con trabajo y tiempo, y volvió a levantarse. Noelia, envejecida y sin el brillo de sus amantes, sin dinero ni poder, quedó sola y expuesta en el pueblo, un espectro de lo que quiso ser. Ahora, lloraba su soledad, rogando que Antonio regresara. Pero él ya no era aquel hombre que se fue; él era un hombre de éxito, que había aprendido que no pierde el que da amor, sino el que no sabe recibirlo.

En el callejón, las sombras guardaban su historia, un eco amargo que advertía a quien quisiera escuchar: el amor verdadero no se fuerza, no se compra, no se mendiga. O se recibe, o se pierde.

Historia original de Adrian Rivera para El callejón de los Mitos, historias y leyendas.

RELATO VIMARIO Y EL CALLEJON DE LOS DESEOS.En el callejón sin nombre, donde la penumbra bordaba las paredes con trazos d...
11/08/2025

RELATO VI
MARIO Y EL CALLEJON DE LOS DESEOS.

En el callejón sin nombre, donde la penumbra bordaba las paredes con trazos de deseo y secretos apenas susurrados, la noche parecía respirar con la lentitud de un amante que sabe esperar. El aire, espeso y tibio, contenía el rumor de cuerpos que se rozan sin tocarse, de ausencias que pesan más que las presencias.
Él llegó sin saber que entraba en un ritual antiguo, una danza de sombras y piel, un lenguaje sin palabras que sólo la noche entiende. Ella, dueña de la penumbra y de una quietud magnética, lo recibió sin un gesto, dejando que su cuerpo hablara en el silencio, en la tensión contenida que se filtraba por cada poro.

Su confesion.....
No esperaba que el tiempo se deshiciera en un instante, que el mundo se concentrara en la curva de sus labios, en la promesa tácita de su cuerpo. Sus ojos eran un espejo líquido donde se reflejaba un deseo que no pedía permiso, que se deslizaba como un secreto al oído, suave y urgente.
Ella se instaló en mi piel con la delicadeza de una brisa que arde, con el tacto invisible de un roce que desata tormentas. Cada gesto suyo era una caricia a la espera, un aviso contenido que se extendía en el espacio entre nosotros, como un preludio imposible.
La amé con la lentitud de un bolero que se sabe eterno, con la precisión de una danza que quema sin consumirse. Su cuerpo fue un mapa de promesas no pronunciadas, un territorio de silencios y susurros donde perdí la noción de mí mismo.
La bebí sin prisas, dejando que su aroma y su sombra penetraran en cada rincón de mi piel y mi memoria, sabiendo que era un fuego que no podía apagar, un espejismo que ardía en la distancia.
No hubo palabras, sólo el lenguaje íntimo de la entrega sin ataduras, de la posesión sin cadenas. La vi partir como se va el sueño antes del amanecer, con la piel marcada por la ausencia y la necesidad...

El callejón guardó la historia como un secreto bien guardado, entre luces titilantes y el perfume húmedo de la noche. Una frase quedó suspendida en el aire, como un eco que se niega a morir:
"Hay amores que se sienten en la piel antes que en el corazón, que queman sin dejar cenizas."
Y aunque nadie lo supo, él dejó su sombra allí, atada a la memoria de una mujer que es un enigma, una llama inalcanzable que solo se puede anhelar.

Mario se marchó con el peso dulce y amargo de haber amado un cuerpo que era también un espejismo. Y aunque la ciudad nunca recordará su nombre, él dejó un rastro imposible de borrar: un perfume en el aire, una herida invisible y el rumor de una mujer que no pertenece a nadie… pero que sabe quedarse en todos.

En la penumbra, el callejón sonríe. Porque sabe que pronto, otro corazón vendrá a dejar su sombra entre sus muros.

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Texto original de Adrian Rivera para el callejon de los mitos, historias y leyendas.

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