27/06/2025
El arte como lenguaje político
No todo arte es político. Pero todo arte que cuestiona, que interpela, que desestabiliza lo establecido, es profundamente político.
Cuando uno empieza a escribir, no lo hace para comunicarse, sino para expresarse. Se escribe muchas veces sin intención de ser leído. Pero cuando la expresión se convierte en comunicación, ahí nace la literatura. Ese tránsito de lo íntimo a lo colectivo es el acto fundacional del arte comprometido.
Crear no es solo imaginar: es posicionarse. Es tomar partido, aunque no se diga de forma directa. Es proponer otra mirada sobre el mundo o sobre la historia que nos han contado. Incluso el silencio es una forma de discurso. Callar también es elegir un lado.
El arte que solo entretiene, que esquiva el conflicto, puede ser bello, pero es inofensivo. El arte que incomoda, que toca lo sagrado, que interfiere en los discursos oficiales, es arte que importa. Que molesta. Que deja marca.
No escribimos para decorar los márgenes de un sistema enfermo. Escribimos para rasgar sus paredes. No pintamos para embellecer el dolor, sino para hacerlo visible. No cantamos para entretener a quien domina, sino para acompañar la voz de quienes resisten.
El arte comprometido no es panfleto: es conciencia transformada en forma. No se trata de adoctrinar, sino de revelar. Lo que el poder oculta, lo que la historia oficial silencia, lo que la costumbre adormece.
Y, sin embargo, vemos una paradoja: hay quienes ocupan hoy altos cargos en instituciones culturales sin haber producido nunca una obra viva, sin haber escrito una línea que atraviese, sin haber arriesgado jamás el cuerpo ni la palabra. Su gestión florece en discursos vacíos, en eventos oficiales, en lo decorativo. Pero no hay en ellos una visión ni una raíz. No hay pensamiento. No hay arte. No hay pueblo.
Pero acá estamos. Y seguimos escribiendo. Porque, mientras exista un pueblo que resiste, habrá arte verdadero. Aunque no provenga de los palacios.
No se puede dirigir el arte cuando no se ha escrito ni una sola verdad propia.
Porque quien nunca ha creado no puede inspirar.
Y, cuando no hay pensamiento, no hay cultura: hay decoración.
Esta revolución no necesita más flores de papel.
Necesita raíces.
Esta revolución no se hará con metáforas, sino con verdades.
Porque el arte no se dirige: se encarna.
Porque ¿cómo podría alguien guiar el arte si nunca sangró por una idea?
No queremos más ministerios de ideas vacías.
Queremos verdad con nombre propio, aunque no tenga cargo.