11/11/2025
*LA GUERRA OLVIDADA DE SUDÁN*
No es casual que casi nadie hable de Sudán.
No es casual que su tragedia quede fuera de los titulares, porque la vida de 12 millones de desplazados vale menos que los intereses de las potencias.
La guerra es entre el ejército Oficial Las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF) y el grupo paramilitar conocido como Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF).
Pero detrás de los nombres, de las siglas, hay algo más hondo: una empresa global basada en oro.
La pregunta correcta no es “¿qué está pasando en Sudán?”, sino
¿a quién le conviene que Sudán siga ardiendo?
*El oro que sostiene la guerra*
Desde hace más de una década, cuando Sudán perdió gran parte de sus ingresos petroleros, el oro se convirtió en su principal fuente de riqueza.
Y ahí empezó el saqueo sistemático.
Hoy, se estima que hasta el 90% de ese oro sale del país de forma irregular, y su destino más constante es el mismo: los Emiratos Árabes Unidos (EAU).
Para los EAU, el oro sudanés representa miles de millones de dólares cada año.
Ese dinero alimenta un circuito de poder estratégico: financia a quienes controlan las minas, ofrece influencia geopolítica en África y asegura al Golfo una vía barata y continua de riqueza.
A cambio, el RSF recibe armas, munición, vehículos y logística para mantener viva la guerra.
Y así, el oro fluye hacia Dubái…
mientras la sangre queda en Darfur.
Nada de esto es un accidente:
*es un negocio.*
Y como todo negocio, necesita producir.
Esta guerra produce oro y cadáveres.
*Las mujeres y los niños como botín*
El precio de ese oro no se mide solo en dólares:
se mide en cuerpos.
En cuerpos de mujeres sudanesas violadas, torturadas, marcadas como territorio conquistado.
La violencia sexual no es un daño colateral.
Es una estrategia.
Su función es quebrar comunidades, sembrar terror, expulsar familias de sus tierras para que las milicias controlen las minas.
Niñas, adolescentes, madres, abuelas: nadie está a salvo.
Las que sobreviven cargan no solo los golpes, sino el silencio.
Porque en Sudán —como en tantas otras guerras— el cuerpo femenino es el campo de batalla donde los hombres disputan poder.
Y mientras esto ocurre, el mundo mira hacia otro lado.
Los grandes medios casi no lo mencionan.
Europa y América se escandalizan por otras guerras, pero Sudán es tratado como un simple conflicto “lejano”, casi folklórico.
Lo que no se ve, no existe.
Lo que no se nombra, no duele.
Pero las imágenes son reales.
Las mujeres golpeadas, arrastradas, violadas.
Los niños torturados frente a sus madres para quebrar su espíritu.
Los desplazados que caminan días enteros sin agua.
Todo eso está pasando ahora.
¿Por qué no se habla de Sudán?
Porque incomoda.
Porque revela que los discursos de “derechos humanos” se olvidan cuando quien muere no es blanco, o europeo, o útil.
Porque desnuda la hipocresía global:
se condenan las guerras que no benefician,
y se silencian las que sostienen negocios.
En Sudán hay un genocidio fragmentado, lento, constante.
Una guerra en la que mujeres y niños son mercancía humana,
y el oro, la moneda con que se paga su dolor.
El mundo no puede decir que no sabía
Hoy, aunque muchos no quieran verlo, la verdad está frente a nosotros.
El oro sudanés se lava en centros financieros del Golfo.
El RSF recibe armas que no fabrica.
Las víctimas no tienen refugio ni justicia.
Y los países que podrían presionar para detener la masacre,
guardan silencio porque están comprando la riqueza que la guerra produce.
Sudán no está lejos.
Sudán está aquí, en nuestras manos, en nuestra indiferencia.
Mientras el oro siga saliendo, la guerra seguirá entrando.
La humanidad no se mide por las veces que lloramos,
sino por las veces que decidimos NO callar.
Visibilizar es un acto político.
Nombrar es romper el negocio del silencio.
Hagamos que Sudán no vuelva a ser borrado.
Que el mundo sepa que detrás del oro hay sangre, y que detrás de la sangre hay nombres, familias, historias.
“No hay futuro posible si se paga con genocidio.”