
20/01/2025
🧤 ¿Qué misterio puede esconder una dama que nunca se quita los guantes?
Carlota Pérez, abogada implacable, es conocida por su inteligencia, su estilo impecable... y un secreto que nadie ha logrado descubrir.
Hoy les comparto un relato creativo sobre curiosidad, astucia y las sorpresas que nos llevamos al querer mirar más allá. 🌟
✍️ Lee la historia completa aquí abajo y dime: ¿alguna vez te ha ganado la curiosidad como al chofer de Carlota? 💬
Espero tus comentarios. ¡Me encantaría saber qué opinas! 🖋️✨
Relato:
Carlota Pérez: La Dama de los Guantes
Carlota Pérez, abogada de profesión, tenía una reputación impecable. Era conocida por ganar siempre sus casos, sin importar lo complejos que fueran. Su presencia era imponente: regordeta, de cabello rubio, y con una autoestima tan alta que nadie podía ignorarla. Sin embargo, Carlota tenía un pequeño defecto que, en secreto, la avergonzaba: se mordía las uñas.
Su hábito era tan compulsivo que sus uñas habían quedado completamente arruinadas. Para disimularlo, Carlota recurría a una solución peculiar: usaba guantes. Pero no cualquier tipo de guantes. Los suyos eran vistosos, brillantes y siempre a juego con cada uno de sus elegantes atuendos. Estos guantes, más que un accesorio, se convirtieron en su sello distintivo, añadiendo un aire de misterio a su figura.
Pronto, la curiosidad comenzó a rodearla. ¿Qué ocultaban sus manos? ¿Por qué nunca las mostraba? Entre los más intrigados se encontraba su propio chofer, un hombre pragmático que, día tras día, la llevaba a sus compromisos. Sin embargo, detrás de su semblante profesional, ocultaba una obsesión casi enfermiza: descubrir qué había debajo de esos guantes.
Un día, llevado por su desbordante curiosidad, decidió organizar un pequeño accidente para desenmascarar el misterio. Al recoger a Carlota de su casa, conspiró con un desconocido que, según el plan, debía arrojarle un balde de agua justo cuando ella se dirigiera al auto.
El plan se ejecutó a la perfección. El agua empapó a Carlota de pies a cabeza. Sus guantes, ahora mojados, se volvieron incómodos y pesados. A regañadientes, comenzó a quitárselos, mientras el chofer y los transeúntes cercanos miraban con expectación.
Y entonces, la gran revelación: sus manos. Pero, para sorpresa de todos, eran… normales. No había nada fuera de lo común en ellas.
Lo que nadie había considerado era la astucia de Carlota. Consciente de que algún día alguien intentaría tenderle una trampa para ver sus manos, había tomado precauciones. Bajo los guantes, llevaba uñas postizas perfectamente cuidadas. Así, su secreto permaneció a salvo y la curiosidad de los demás se desmoronó, como un castillo de naipes.
Carlota, con su sonrisa segura y una mirada de complicidad, se acomodó en el asiento del auto. Aún empapada, pero victoriosa, murmuró para sí misma:
—Que hablen, que imaginen… pero jamás descubrirán lo que yo no quiera