12/07/2025
El chiste/realidad se cuenta solo...
La escena es casi surrealista, pero no es un sketch de humor: Barbados, una isla de apenas 300 mil habitantes, acaba de donar leche en polvo a Cuba, ese país que durante décadas se proclamó potencia médica, faro del Caribe y ejemplo de soberanía.
¿Cómo es posible que un país tan pequeño y sin grandes recursos naturales esté ayudando al que decía alimentar y curar al mundo entero? Porque mientras uno se adaptó al siglo XXI, el otro sigue atrapado en la nostalgia soviética, sobreviviendo a base de parches, consignas y caridad internacional.
La donación de leche en polvo desde Bridgetown a La Habana no es solo un acto de solidaridad. Es también un símbolo incómodo y revelador: demuestra hasta qué punto Cuba depende de la subsistencia internacional, incluso de países vecinos que no tienen ni la mitad de su tamaño, pero sí el doble de valentía para cambiar.
Barbados no tiene petróleo, ni nikel, ni un ejército de médicos para exportar a conveniencia. Lo que tiene es visión, voluntad política y un modelo económico que pone en el centro el bienestar real de su gente.
En los últimos 30 años, Cuba ha involucionado. Pasó del “Período Especial” a un presente aún más especial: apagones constantes, inflación desbocada, un éxodo de proporciones bíblicas y una cúpula gobernante que ni sabe, ni quiere, ni puede cambiar. Las reformas llegan tarde, mal, y con miedo.
El modelo cubano ha hecho de la resistencia un culto, y de la dependencia un estilo de vida. Se resiste a la inversión extranjera que no pase por el control militar, se resiste a liberalizar su economía de verdad, se resiste a respetar libertades individuales, y por eso está donde está: esperando donaciones de leche en polvo para los niños de la capital.
Mientras tanto, Barbados tomó decisiones difíciles y asumió riesgos políticos reales. Rompió con la monarquía británica, apostó por la democracia, atrajo talento tecnológico, promovió la educación digital, y construyó una economía basada en turismo de calidad y servicios financieros modernos.
No lo ha tenido fácil —la pandemia golpeó fuerte—, pero la respuesta fue transparencia, gobernabilidad y reformas valientes. Hoy es uno de los países más estables del Caribe, y aunque no nada en riqueza, vive de pie y no de rodillas.
El contraste es doloroso. Cuba, con 9 millones de habitantes, una población altamente educada y un enorme capital cultural, es mantenida a flote por países que, como Barbados, demostraron que se puede salir adelante sin discursos eternos ni miedo al cambio.
Lo que debería dar vergüenza no es aceptar leche en polvo, sino vivir atrapados en una ideología que criminaliza la iniciativa privada, la crítica, el éxito individual y la libertad económica. Mientras Cuba siga prefiriendo el control político al progreso colectivo, la dependencia será su único destino.
Barbados no salvó a Cuba con una donación. Le mostró el espejo. Uno donde se ve que la pobreza en Cuba no es solo culpa del embargo, ni del “imperialismo”, ni del clima. Es culpa de un sistema político que no quiere soltar el poder, aunque eso implique ver a su pueblo tomar leche prestada mientras los hijos se le van por mar o aeropuerto.
Barbados eligió el riesgo. Cuba, el estancamiento.
Y hoy, una manda leche. La otra pide.