24/05/2025
La habitación número 20 del hotel Nacional.
Todas las mañanas a la 8,30h sonaba el telefonillo para avisarme de que me subían el desayuno.
El café en su punto, unos croissants, mantequilla, mermelada, miel y el zumo de naranja era lo que Fátima la encargada a esas horas me dejaba para desayunar.
Casi siempre resacoso pues las noches en el bar del hotel eran largas ese desayuno me sentaba de maravilla
Tantos Bourbons con unas gotas de angostura y naranja me dejaban algo remolón y las charlas con el barman todas tan locuaces e interesantes terminaban por cansarme.
A esas horas los primeros rayos de sol se dejaban ver y esa luz de Tetuán es la que me terminaba de despertar .
Era mi segundo año en el hotel y la habitación, la número 20 era la más grande, tenía las mejores vistas, un cuarto de baño con bañera, era la suite del hotel o casi.
Después del desayuno me gustaba bajar al patio acristalado a leer el periódico mientras me fijaba en los clientes la mayoría turistas que se preparaban para conocer ese Tetuán morisco.
Callejear, medinear que llaman algunos es una de las mejores cosas que se pueden hacer, a mí, desde luego me resulta reconfortante y de alguna manera me lleva al pasado.
Me siento un ancestro rodeado del bullicio, del griterío de los mercados, de los bazares y bakalitos como imagino que eran cientos de años atrás.
He dejado mis apuntes en la mesa de la habitación, tengo que volver y seguir escribiendo, la mañana se deja ver, algún ruido sube desde la calle, algún coche que pasa y poco más .
Pensar que en esta habitación pasaron otros antes que yo me parece tan interesante, quien serían los que durmieron aquí.
Hoy hablé con el intérprete, Mohamed Ben Abdelah, es un tipo especial casado con una alemana Marta Baumann, ya no sé los idioma que habla, diría que todos, al menos los principales.
Según me ha contado estuvo preso en Ceuta en la prisión monte Hacho, fue allí donde aprendió más de una lengua al estar con otros presos.
Lleva en el hotel más de diez años y ha visto pasar por mi habitación a muchos clientes.
Las últimas huéspedes fueron ya hace dos años y eran dos ancianas mexicanas que tuvieron que quedarse varias semanas, todavía recuerda como se llamaban, Doña Margarita y la pobre Doña Rebeca que casi se muere en la misma cama donde yo duermo .
A las pobres al pasar la frontera de Tánger, en la frontera del Borch, la policía les incautó todas sus divisas, se quedaron sin sus dólares y sus pesetas, sin dinero no podían hacer más que esperar a que el Consulado las repatriaran y a causa de este percance Doña Rebeca del disgusto estuvo a punto de irse al otro lado.
A veces de madrugada puedo percibir sus lamentos y quejidos, no sé si a causa del Bourbon o por los sueños de Tetuán y su luz.