
03/09/2025
Ya no soy su mujer.
Soy su ex.
Y bendito sea ese nombre.
Porque detrás de él no hay derrota.
Hay fortaleza.
Hay valentía.
Hay una mujer que dijo: “hasta aquí”.
Durante años giré a su alrededor.
Sus deseos eran ley.
Sus antojos, órdenes disfrazadas.
Sus errores, excusas bien contadas.
Mis lágrimas, invisibles.
Mi vida… siempre en pausa.
Dormía con miedo.
Callaba para no encender su furia.
Mentía para no molestarlo.
Sostenía lo insostenible solo para aparentar una “familia feliz” que existía solo de puertas para afuera.
Hasta que un día, algo dentro de mí rugió más fuerte que el temor:
“Se acabó.”
No fue fácil decidirlo.
No por amor —ese ya se había apagado hacía mucho—,
sino por esas cadenas invisibles hechas de culpa, del qué dirán, del juicio social.
Por los hijos, los suegros, la iglesia, los vecinos…
Por todos, menos por mí.
Hasta que, por fin, pensé en mí.
Pensé en recuperar el aire.
En hablar sin miedo a ser callada.
En dormir tranquila, sin revisiones ni vigilancias.
En criar a mis hijos enseñándoles que el amor no se mezcla con gritos, amenazas ni humillaciones.
Y entonces lo hice.
Firmé.
Cerré una puerta.
Abrí otra: la mía.
Hoy no me pesa.
Me divorcié.
Y no porque fracasé, sino porque me elegí.
Hoy mis hijos tienen a una madre fuerte, presente, valiente.
Hoy mi vida me pertenece.
Hoy mi paz no depende de nadie.
Y si alguien se aleja por no entender mi elección…
que se vaya.
Ya pasé demasiados años rodeada de gente que me quería sumisa y rota.
Hoy solo quiero a mi lado a quienes me aplauden libre, entera, viva.