10/04/2025
Las ballenas, a pesar de ser criaturas completamente acuáticas en la actualidad, conservan en su anatomía evidencia de un pasado terrestre. En el interior de sus cuerpos, específicamente cerca de la región pélvica, poseen pequeños huesos vestigiales que corresponden a lo que fueron patas traseras. Estos huesos no están conectados a la columna vertebral ni tienen una función locomotora en el presente, pero su existencia es un claro indicio de que las ballenas descienden de mamíferos terrestres que caminaban sobre cuatro patas.
Hace aproximadamente 50 millones de años, los ancestros de las ballenas formaban parte de un grupo de mamíferos conocidos como artiodáctilos, que incluyen animales como los ciervos y los hipopótamos. Uno de los primeros eslabones en esta transición es el Pakicetus, un mamífero terrestre que vivía cerca del agua y que ya mostraba algunas adaptaciones para nadar. Con el paso del tiempo y mediante procesos evolutivos graduales, sus descendientes se fueron adaptando cada vez más al entorno acuático, modificando sus extremidades, órganos y sentidos para convertirse en los cetáceos que conocemos hoy.
Este tipo de evidencia fósil y anatómica es fundamental para comprender la evolución. Los huesos vestigiales de las ballenas no solo nos cuentan una historia de cambio y adaptación, sino que también respaldan la teoría de la evolución por selección natural. Son una prueba tangible de que los seres vivos actuales son el resultado de millones de años de transformaciones, y que incluso en sus cuerpos se conservan recuerdos de un pasado muy distinto.