18/10/2025
Título: El omega y él príncipe
Capitulo 3
Capitulo anterior: https://www.facebook.com/photo/?fbid=122262823154073411&set=a.122262788204073411
La casa Midoriya, en antaño estaba llena de luz y libros, de historias y del poder y riquezas que poseia, pero ahora se había convertido en un mausoleo de apariencias. Kaina mantenía el estatus de nobleza con uñas y dientes, sin siquiera trabajar o hacer algo para que haya entrada de dinero, lo único que hacía era vender discretamente los objetos más valiosos de la propiedad, aunque todos se los vendía a la misma persona Kai Chizaki un noble médico, con poder económico y una reputación de cuestionable, pero que por alguna razón amaba coleccionar las riquezas de la casa Midoriya. Candelabros de plata, tapices bordados, vajillas heredadas… todo desaparecía poco a poco, sin que nadie se atreviera a preguntar.
Izuku lo notaba. Cada vez que limpiaba el salón principal, había un hueco más en la repisa. Cada vez que servía la cena, faltaba una copa. Pero no decía nada. Sabía que cualquier palabra podía volverse en su contra y aunque pudiera decir algo, ante la sociedad no era más que un huérfano, porque su padre no se había casado legalmente con Kaina y por ende él no tenía la “protección” de ella.
Así que aquel día, Kaina se había enojado porque vio a Izuku reír con un nombre recién llegado, al que había ayudado en el mercado cuando este se tropezó con el puesto que atendía, y no podía permitir que ese don nadie, consiguiera un mejor partido que sus hijos.
Asi que esa mañana, mientras el sol apenas se filtraba por los vitrales, Kaina irrumpió en el comedor con el rostro crispado de furia. En sus manos sostenía una caja vacía, de terciopelo rojo.
—¿Dónde está? —rugió, haciendo temblar la porcelana sobre la mesa.
Toga levantó la vista con una sonrisa torcida. Denki se encogió en su asiento, incómodo.
Izuku, que estaba sirviendo el té, se giró con cautela.
—¿Dónde está qué, señora?
—¡La pulsera de rubíes! —exclamó Kaina, alzando la caja—. Estaba aquí anoche. Hoy ha desaparecido y tú eres el único que ha estado en esa sala.
Izuku palideció. Nunca había tocado esa joya, sabía que era una de las pocas piezas que aún quedaban de la primera familia de Kaina, y que ella la mostraba con orgullo en las reuniones sociales.
—Yo no la he tomado —respondió con firmeza, aunque el miedo le cerraba la garganta.
—¿Y quién más podría haberlo hecho? —intervino Toga, con tono venenoso—. Siempre estás husmeando, siempre mirando lo que no te pertenece. Quizás pensaste que podrías venderla y escapar con el dinero.
—¡Eso no es cierto! —replicó Izuku, dando un paso atrás.
Denki bajó la mirada. Sabía que su madre había vendido la pulsera días antes, pero no se atrevía a hablar. Kaina lo había amenazado con enviarlo al mercado de esclavos si la desobedecía.
—¡Silencio! —gritó Kaina, avanzando hacia Izuku—. ¡Eres un ladrón! ¡Un omega sin vergüenza! ¡Y ahora pagarás por tu insolencia!
Antes de que pudiera defenderse, Kaina lo tomó con fuerza del brazo, tan fuerte que le dejaría marcas en la piel y lo arrastró hasta el sótano, donde lo aventó sin piedad para después cerrar la puerta, el lugar estaba oscuro, no se veía nada, no había ventana, luces, solo una manta raída en el suelo.
—Si alguien se atreve a sacarlo, tendrá un peor destino que ese asqueroso omega, no saldrá hasta pasado mañana, no quiero que le pasen agua ni comida, necesita mano dura para que entienda — sin mas se marchó hasta su habitación.
Izuku se dejó caer en el rincón más alejado, abrazando sus rodillas, dejando que las lagrimas bañaran su hermoso rostro, no podía hacer nada, solo esperar a que algún día pueda deshacerse de su cruel madrastra.
—No soy un ladrón… —susurró, con la voz quebrada—. No soy lo que ellos dicen.
Las horas pasaron lentas, como gotas de cera cayendo sobre su piel. El hambre le retorcía el estómago, no sabía que hora era cuando la puerta se abrió por con cierta lentitud, los ojos de Izuku intentaron enfocar, pero la linterna de leña que traía aquella persona solo lo encandiló un poco.
—¿Izuku? — la voz de Denki sonó suave, casi como un susurro.
Denki bajó un par de escalones mas antes de cerrar la puerta y continuar su trayecto, Izuku estaba acostado en el piso, pero se había alzado al ver a su hermanastro, Denki llegó hasta él, colocó la lampara cerca y luego Izuku notó la canasta que tenía, ahí había una manta más decente para el frio del sótano y también comida.
—Si te descubre, terminaras igual o peor que yo. — Susurró Izuku
—Siempre he pesado que cuando tu te vayas, yo tomaré tu lugar — respondió Denki, al mismo tiempo que sacaba la comida y se la daba a Izuku — Además sabes que madre tiene el sueño muy pesado y no se dará cuenta que vine o que alguien te dio algo.
Izuku tomó el pan con manos temblorosas, el aroma cálido le hizo doler el estómago aún más. Asi que comenzó a comer todo lo que el omega rubio había traído. Denki lo observaba en silencio, con una mezcla de culpa y resignación en los ojos.
—Deberias irte —murmuró Izuku, después de unos bocados—. Si Kaina te encuentra…
—Lo sé —interrumpió Denki, bajando la mirada—. Pero no puedo seguir fingiendo que no veo lo que te hace. Aunque… tampoco puedo detenerla.
Izuku tragó con dificultad. El pan se le atascaba en la garganta, como si las palabras de su hermanastro pesaran más que el castigo.
—No se cómo le haces —Denki se giró hacia la puerta, con los hombros encogidos—. Por más intentos que ha hecho por quebrarte aun así sigues de pie.
Izuku lo miró con tristeza. No había odio en su corazón, solo una pena profunda por lo que todos habían perdido en esa casa.
—Porque si me quiebro, ella gana. Y mi padre… mi padre no me crió para rendirme, además este lugar es el ultimo recuerdo de mi padre, si muero seré feliz de morir aquí.
Denki asintió, sin decir más. Dejó la canasta a un lado y se levantó.
—Mañana por la noche te traeré mas comida, intenta no hacer mucho ruido, te dejaría la lampara, pero con el humo, no creo que sea buena idea.
Izuku lo observó con sorpresa, pero no preguntó. Solo asintió, con una gratitud silenciosa que no necesitaba palabras.
Denki se marchó, y el sótano volvió a sumirse en la oscuridad. Pero esta vez, Izuku tenía una manta, comida, y una promesa.
Cuando el encierro finalmente terminó, Kaina lo sacó tal y como había dicho Denki horas antes, ella no bajaría, simplemente le gritaría que tenía cierto tiempo para salir o sino lo encerraba una semana más.
—Será mejor que te bañes — comentó Kaina con desprecio — Apestas, espero que hayas aprendido tu lección o sino la próxima te arrojare con los cerdos
Izuku no respondió, en su lugar Torino lo ayudó, estaba un tanto débil, y lo llevó al baño de la servidumbre para que se duchara.
—Iremos al mercado hoy — comentó Torino mientras le pasaba ropa limpia — Te diría que te quedes en casa a descansar, pero Kaina…. — suspiró — ¿Por qué no finges que vienes con nosotros y vas al bosque, cerca del lago?
Izuku se vistió con ropa sencilla, pero limpia. Torino le había dejado una camisa de lino verde y pantalones de tela gruesa, junto con una capa ligera para cubrirse del sol. El omega se recogió el cabello con una cinta oscura y salió del baño de sirvientes.
En el establo, acarició el hocico de Rubí, una yegua de pelaje rojizo y ojos suaves. Era la única criatura a parte de los sirvientes que lo trataban bien dentro de la casa Midoriya.
—Vamos, Rubí —susurró, ajustando la montura—. Hoy necesito respirar.
Izuku tomó el camino del bosque, el sendero que serpenteaba entre los árboles hasta llegar al lago escondido.
El aire era fresco, y el sol filtraba sus rayos entre las hojas, creando dibujos dorados sobre el suelo. Rubí avanzaba con paso tranquilo, como si supiera que su jinete necesitaba paz.
Al llegar al claro, Izuku desmontó y dejó que la yegua pastara cerca. El lago se extendía frente a él como un espejo de cristal, rodeado de árboles altos y flores silvestres. Era un lugar secreto, casi mágico, donde el mundo parecía detenerse.
Se sentó en una roca cerca del agua, cerró los ojos y respiró hondo. Por primera vez en días, disfrutó del murmullo del viento y el canto de los pájaros.
Hasta que un chillido agudo lo sacó de su calma.
Izuku se levantó de inmediato y siguió el sonido. Cerca de un árbol alto, vio a un pequeño pajarito revoloteando en el suelo, con las alas abiertas y el cuerpo tembloroso. Había caído de su nido, que colgaba en una rama alta, justo sobre el borde del lago.
—Tranquilo… —murmuró Izuku, arrodillándose con cuidado.
Tomó al pajarito entre sus manos, sintiendo el latido acelerado de su pequeño corazón. Luego miró hacia arriba, calculando la distancia. La rama más baja estaba a su alcance si se trepaba por el tronco, pero era delgada, y colgaba justo sobre el agua.
Aun así, no dudó.
Izuku comenzó a trepar, su padre le había enseñado a escalar cuando era niño, cuando aún creían que los omegas podían hacer lo que se propusieran. Al llegar a la rama, se sostuvo con una mano y colocó al pajarito en su nido, entre hojas y ramitas.
—Ahí estás, pequeño —susurró, sonriendo.
Pero al intentar bajar, la rama que lo sostenía crujió. Izuku apenas tuvo tiempo de mirar hacia abajo antes de que se venciera bajo su peso.
—¡Ah! —gritó, cayendo al agua con un chapoteo brusco.
El lago lo recibió con frialdad, era una tarde de otoño por lo que el agua estaba helada, Izuku salió a la superficie con rapidez, nadando hacia la orilla lo más rápido que podia. El agua le pesaba en la ropa, y el cabello se le pegaba al rostro.
—¡Maldita rama! —masculló, saliendo del agua y sentándose en la orilla.
Se quitó la capa empapada y la dejó sobre una roca. Su camisa se pegaba al cuerpo, revelando la hermosa silueta de su cuerpo. El sol comenzaba a secar la tela, pero él sabía que tendría que esperar un buen rato antes de poder montar a Rubí sin empapar la silla.
—Perfecto… —susurró, molesto consigo mismo—. No fui cuidadoso. Ahora tendré que quedarme aquí como un trapo mojado.
Entonces, una voz grave y familiar rompió el silencio.
—¿Estás bien?
Izuku se giró de inmediato, con el corazón acelerado. En la entrada del claro, montado sobre un caballo negro, estaba el príncipe Katsuki. Su capa carmesí ondeaba con el viento, y sus ojos rojos lo observaban con intensidad.
—Te vi caer desde el sendero —continuó Bakugo, desmontando con agilidad—. Pensé que te habías golpeado.
Izuku se puso de pie de inmediato, intentando recuperar la compostura. El agua goteaba de su cabello, y sus botas hacían ruido al pisar el barro.
—Estoy bien, alteza —respondió, bajando la cabeza en una reverencia
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Izuku al final como trágame tierra.
La imagen fue tomada de pinteres si conoces al creador déjamelo en los comentarios
Skadi