02/06/2025
Apuntes de Nati sobre los misterios del mar… y III
Toda la mar
Dicen que la vida comenzó en el mar. ¿Comenzó en el mar?
La playa es una tierra de nadie, que las aguas pierden y reconquistan. Regidos por el ciclo de las mareas, los bichos que pueblan esta frontera y que en el origen fueron habitantes del mar, hace mucho aceptaron la ingrata condición de seres disputados por los mundos marítimo y terrestre. Si algunos perforan galerías para eludir la invasión de la pleamar, otros se adhieren a los guijarros, se inmovilizan entre las piedras húmedas o se acogen a las pozas. Están los que absorben una reserva de agua y que, morirían resecos si permanecieran al sol por demasiado tiempo.
Bichos que viven en conchas en las que se encierran; muchos penetran en la arena húmeda. Sube la marea, invade las galerías y desespera a sus habitantes, trae a los peces grandes, ágiles, devastadores, de ojos vigilantes y dientes voraces. Todo revuelto, sobreviene la vaciante, se aleja el fragor de la resaca, se van los peces. Descienden entonces sobre las anémonas ocultas entre los peñascos, sobre los moluscos y crustáceos pequeños, abrigados en las muertas aguas de la playa, sobre los fugitivos de las innumerables galerías que reaparecen temerosas entre seres y fragmentos arrojados por el mar; descienden, mas voraces que los peces, las sombras de las aves costeras –grandes picos, ojos terrestres.
Dicen que la vida comenzó en el mar. ¿Comenzó en el mar?
A todo lo largo del periodo cambriano, la Tierra estaba desierta: la vida confinada a las aguas sin peces. Ningún vertebrado, moluscos, esponjas, medusas, largos trilobites azotaban las espesuras marinas, a la deriva. No habían surgido los bichos nadadores. Después del cambriano, grandes como hombres, y hasta mayores, surgieron los escorpiones marinos. Se multiplicaron e instauraron en las saladas espesuras su reinado.
Nadaban lentos, con las patas abiertas, semejantes a grandes serafines agresivos. Millones de años más tarde, consumado el ciclo de su tránsito flagelante, se trasladaron hacia aguas dulces o salobres y se refugiaron, ya sin gran poder, en estuarios, ríos, lagunas y lagos. En el Permiano habían desaparecido, pero aún en el ciclo anterior, cuando la fauna marina se había diversificado y los peces y anfibios se arrastraban en los pantanos, ellos dominaban.
Grandes escorpiones con varias palmas de tamaño y aguijón airado, similares a Ángeles de alas secas.
Verdaderos escorpiones, ancestros de los que existen hoy y precursores de la vida en los continentes desiertos, aparecieron en el Siluriano. Entonces, de mica, cieno, luz refractada, oscuridad y sal, se forman los peces, voraces desde el comienzo. Se devoran entre ellos y a cada milenio son más numerosos. Grandes convulsiones modifican la Tierra; promontorios que se hunden, lagos que se secan, mares que se vacían.
(La claridad emergió del océano, como un gran anfibio salido del abismo. Un cinturón existe, bordeando la tierra de nadie, nunca descubierto por las aguas, por mayor que sea la vaciante del mar. Lo habita, hace millones de años, una fauna de seres indolentes, temerosos de aventuras y ajenos a los cambios, indecisos entre bicho y planta, entre los continentes y los mares. Un pez invade ese país arcaico y mortal, cubierto de largos cilios vibrantes, de tentáculos iguales a helechos y de cabezas semejantes a cálices.
De repente alcanzado por flechas ya no puede moverse. Tampoco el matador sale del lugar: espera a que las aguas traigan a la víctima al alcance de su apatía y se la lleva sin prisa a la abertura que hace las veces de boca. Suelen acudir a esa zona triste, ahí multiplicándose, animales otrora diligentes. Pierden la agilidad, el color, la decisión, el esqueleto. Se complacen en imitar la inercia de las anémonas y de las medusas urticantes, se hacen con el tiempo semejantes a ellas, con ellas se confunden. De casi todo se despojaron, no buscaron nada más.)
Las plantas de la Tierra, preparando el terreno para el arribo de los bichos, aparecen en el Devoniano. Se formaron, en aquella época, lagos profundos y grandes lagunas. Los primeros insectos, semejantes a las purgas, saltaban en el silencio, reyes del espacio sin aves. En el Carbonífero, crecen los árboles y los insectos gigantes; se multiplican los escarabajos, las hormigas, los bosques; las mariposas de alas grandes como abanicos liban en las campiñas. El mar volvía a cubrir la tierra que había perdido, los peces venían a nadar entre las ramas de los árboles, otros bosques eran conquistados, morían ahogados, se petrificaban. Los peces eran los pájaros de aquellos bosques negros... Los hielos y los desiertos. Evolucionan los reptiles en el Permiano.
En el Permiano se desarrollan los reptiles; gruesas capas de hielo cubren el sur de África. En el apogeo de los reptiles, los moluscos protegidos por conchas se propagan. Se acomoda el diseño de las conchas, con rigor creciente, a un ritmo preciso. Los dinosaurios, a lo largo de cien millones de años, imperan sobre la Tierra, unos sobre dos pies, otros sobre cuatro, variadas especies, dueños de la llanura. Cocodrilos, tritones, tortugas, serpientes y dragones vuelven al mar. (Son tantos, que las aguas suben de nivel).
En el Cretaceo, se abren las flores, los Pirineos, las Montañas Rocosas, el Caucazo, el Himalaya, el armonioso esqueleto de los peces. Se rasga en el Coceno una alforja negra y fría, y de ella saltan con las largas piernas traseras, los ojos de borracho, la piel viscosa, todos los sapos y ranas que habitan pesadillas, pantanos y troncos huecos. Algunos, como gusanos de seda, hibernaron; luego rompen el capullo, se convierten en murciélagos y se alzan en las alturas de la noche.
Como los murciélagos, también los fantasmas se aventuran. Se hacen más leves los huesos de algunos entes, plumas cubren sus cuerpos, cruzan el aire. Peces temerarios se yerguen sobre las aguas. Algún ave, aterrada con su propia voz, se pone a cantar. Los continentes se unen y desunen, viene el hielo y el fuego, piedras que se transforman en rinocerontes, vientos en caballos, jícaras en armadillos, sombras de ramajes en tigres, auroras en leones, esponjas en perezosos, ramas entrelazadas en renos y venados; se llena la tierra de bramidos, rugidos, silbidos, relinchos y mugidos, y de repente hay un silencio, es la hora del hombre.
Los tiempos desaparecidos, los fósiles de ciclones, de explosiones, los hielos y los incendios, los éxodos, las montañas sumergidas, el golpear de la sangre, la flecha disparada, la simiente en el suelo, el fruto madurando. Tal como la Tierra en el espacio, en el fondo de los espacios, nacen en el océano las islas de coral, con su llamamiento de paz y sus naufragios. A cuatrocientos metros de profundidad comienza la oscuridad y las únicas luces son las de los animales fosforescentes. Alcanzan aún a esas tinieblas el flujo y reflujo de las aguas superiores. Seiscientos metros abajo cesan los movimientos; en la médula de ese universo inmóvil, pesado y tenebroso, seres de cuerpos cilíndricos, no muy grandes, se acechan entre sí. Sus ojos torvos, situados a los lados, ven al mismo tiempo en todas direcciones.
Algunos deshilacharon los ojos ciegos; con largos filamentos táctiles sondean las negras espesuras. Todos son carnívoros, provistos de acerados dientes. Si es el destino de los peces, en otras profundidades, ser tragados por enemigos más poderosos, en estos abismos se invierte la ley: los seres pelágicos, con las desmesuradas bocas, los cuerpos dilatables, devoran presas cuatro veces mayor que ellos.
Al poco tiempo se organizan las formaciones de coral, acompañando a la línea del Ecuador, nunca sobrepasando la franja demarcada por los trópicos, y siempre construidas donde las aguas son menos profundas, se esparcen por los mares, las madréporas. Atraídos por aquella especie de ciudad que se torna cada vez más definida, resuelta y feroz, muchos animales se dirigen hacia ella.
(Aquí estábamos, venidos de todos los puntos del planeta, planicie fluvio-marina, demarcada por lomas de arena y arcilla, dejadas por el mar en el Plioceno, cuando reculó el continente)
Segregan los pólipos, en las aguas calientes, sus duros esqueletos. Los esqueletos se unen en arrecifes, con sus dones opuestos; refugio y amenaza. Muchos de los arrecifes de coral se cierran formando una laguna, bahías, ensenadas, erizadas trampas al acecho de los navíos; muchos de los arrecifes de coral se extienden en cordones y franjas, imitando o alterando la orilla continental; muchos de los arrecifes de coral toman la forma de islas circulares, exuberantes atolones, refugios de verdor, de sombras y paz, con su lago central respondiendo en silencio a las pulsaciones del mar.
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