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RENACIENDO EL TELAR DE CINTURA. Un relato ayuuk de Juventino Santiago Jiménez en la serie CUENTOS DE MU***OS Y DE VIVOS,...
14/11/2025

RENACIENDO EL TELAR DE CINTURA. Un relato ayuuk de Juventino Santiago Jiménez en la serie CUENTOS DE MU***OS Y DE VIVOS, Ojarasca 343, noviembre de 2025

A medida que crecíamos nos dimos cuenta de que nuestra mamá se dedicaba a moldear ollas y comales. Un día nos ordenó: –Irán a cargar barro al lugar sagrado de El Demonio. Se quedarán en casa de su abuela. Quizá les dé para cenar un durazno o chilacayota cocida, para que no tengan hambre. Aquí no tenemos maíz ni tortilla, y por eso haré comales. Antes de escarbar, limpien bien el lugar; después echen el barro en la canasta, pero no la llenen demasiado porque pesa mucho. Yo vivo del barro: siempre me he dedicado a hacer utensilios, y todo lo que comemos y tomamos sale de su venta.

Siguiendo sus indicaciones, salimos de Cuatro Palos. Pasamos la noche con la abuela y, al día siguiente, ella nos acompañó al lugar sagrado. Al regresar cargando la canasta, caminamos casi todo el día hasta llegar a casa. Descansamos y, al despertar, comenzamos a desmenuzar el barro en trozos pequeños, que quedaron como granos de maíz. Luego extendimos un petate en el patio para secarlos durante dos días. Después los echamos en una olla, agregamos agua tibia para que fermentara y, con el tiempo, la arcilla se convirtió en una especie de masa. Entonces nuestra mamá nos dijo:

–Esta vez llevarán un palo para golpear las capas de una roca cerca del río y las colocarán sobre una piedra y volverán a golpearlas. Golpeábamos una y otra vez hasta convertirlas en polvo. Después, pasamos la arena por un colador para separar las piedritas y sólo quedaba arena fina, tan fina como el cemento.

–Ahora tendrán que ir a cortar leña para cocer las ollas y los comales —fue la siguiente orden.

Mientras tanto, el barro ya llevaba una semana fermentando, tiempo necesario para moldear bien los comales, y con un olote torcido dejábamos rasposa la superficie para que las tortillas no se pegaran. Una vez terminada la cocción, íbamos a venderlos a Cacalotepec, donde casi nunca nos pagaban con dinero, sino que intercambiábamos los comales por café, frijol, chile y plátanos.

De vuelta en casa, empezábamos de nuevo y al cabo de un tiempo, fuimos a Zacatepec, un lugar bastante lejano, pues caminábamos más de un día. Salíamos los miércoles y dormíamos en Tierra Blanca, Mixistlán. De allí, partíamos temprano porque los jueves era día de plaza y vendíamos los comales, recibiendo a cambio café y frijol.

Cuando ya éramos grandes, nuestro papá nos llevó a conocer sus terrenos.

–¿Podrían trabajar aquí? —nos preguntó.

Nosotros, sin dudar, respondimos:

–¡Sí! Pronto nos dimos cuenta de que la tierra era muy fértil, ya que cada vez que sembrábamos obteníamos muy buena cosecha y llenábamos la casa de maíz. Con el tiempo, me pidieron matrimonio, pero poco después mi esposo murió en un accidente, quedando yo viuda. Durante esa época, tomaba mucho mezcal e incluso fui tentada por la idea del suicidio. Sin embargo, cuando veía a mis cuatro hijos jugando, me inyectaban energía para seguir caminando. Ellos cursaron los primeros tres años de primaria en El Duraznal y luego continuaron en Tamazulápam Mixe. Los inscribí a ambos en el albergue: uno en cuarto grado y el otro en quinto. Allí, una de las cocineras les preguntó:

–¿En qué trabaja tu mamá? ¿A qué se dedica?

–Mi mamá hace rebozos y blusas en telar de cintura —respondió.

Entonces le dijeron a mi hijo:

–Tengo familiares en Estados Unidos y a ellos les vendo ropa. ¿Podrías preguntarle a tu mamá si puede tejer más?

Él me contó:

–Mamá, una señora te dará varios paquetes de hilo que ella misma comprará, para que tú tejas bolsas. Las mandará a Estados Unidos y después te pagará, cuando hayas hecho muchas.

Acepté e inicié largas jornadas de trabajo entre los hilos y colores del lienzo rectangular que colgaba del tronco de un aguatal. Pero no sólo comencé a tejer bolsas y rebozos de mil colores, sino que, poco a poco, fui tejiéndome de nuevo a mí misma, renaciendo en el telar de cintura.

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Juventino Santiago Jiménez, narrador ayuuk originario de Tamazulápam Mixe, Oaxaca.

https://ojarasca.jornada.com.mx/2025/11/07/renaciendo-en-el-telar-de-cintura-7378.html

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Luz Jiménez en el telar. Por Diego Rivera

UN HOMBRE EN TIEMPOS DE LA REVOLUCIÓN DE INTERVENCIÓN / TLACATL ICUAC OPANO REVOLUCION INTERVENCION . Un relato de Luz J...
13/11/2025

UN HOMBRE EN TIEMPOS DE LA REVOLUCIÓN DE INTERVENCIÓN / TLACATL ICUAC OPANO REVOLUCION INTERVENCION . Un relato de Luz Jiménez, escrito en náhuatl originalmente, hacia 1940. Transcrito y traducido por JAVIER GALICIA SILVA (ERRATA: en nuestra edición dice "García" Silva, debe decir Galicia Silva).

Es “una de las personas más conocidas de Milpa Alta”, reconoce Javier Galicia Silva al presentar y traducir al español el siguiente relato, parte del libro colectivo Doña Luz Jiménez. Una historia extraordinaria, reseñado en este mismo número de Ojarasca (pp. 24 y 25). Luz Jiménez (1898-1965) modeló para los artistas más importantes del muralismo y la escuela mexicana del siglo XX, y con ello estableció desde 1919 un audaz paradigma de libertad para mostrar el cuerpo y representar la dignidad indígena. Bordadora y artista ella misma, fue también precursora de la escritura moderna en náhuatl. “Un hombre en tiempos de la Revolución de Intervención”, ambientado en tiempos de la intervención francesa, bajo una ola de cólera y fiebre amarilla, es un relato sobre la vida después de la muerte.

Galicia Silva documenta que la narración fue contada en dos ocasiones distintas y distantes en el tiempo, a Anita Brenner y Fernando Horcasitas. Ambos publicaron éste y otros relatos bajo sus nombres. En 1979, Horcasitas reeditó su libro, destacando al fin la autoría de Luz. La presente versión, hasta ahora inédita, fue escrita a mano por ella en náhuatl. Galicia Silva realizó la paleografía, y luego la adaptó al náhuatl estandarizado de la actualidad.

EL RELATO DE LUZ JIMÉNEZ
Ye huecauhtica, upaco in mitohua mach omic ce tlacatl; ihcuac opanoc in Revolucion Francesa, imman otlanotzaloya mach huei oyec onenecuecuepozaloyo. One mimictilohuaya, mach otlayaya, coza inin otecocoltiaya.
Ye immanon omocacau cocoliztli oquitocayotic tipatihquez, mach coleracoztic. Coza itla mimictiaya ipan Mehxico caltin, ican ahmo huelcua cocoli. Otemacac momatlanicohualoya, nica tetlapaloloz, one mamahualoya otlamiquiya.
Tlacayo ihuan momoztla otetocaya. Achi tlacayo omic ohualaya zan cuanpresto micomiloya netoco. Unca cuan acmo memauloya icaun axcan netoco ipan cempualli tepoztlamacholiloni. Inin tlacatl oquitocaque tlanonzatli.
Ce tlacatontli yopano cana cempualli ihuan caxtolli ihua ce xihuitl omic. Ihuan ahmo omonequite temahuaz oquitocaque can itlacoyoc.
Opano cana ome xihuicuitl (xihuicaitl), imanon otlapotaya tepozpozpuerta ica xihuitenanco oncuan one otilohuaya tla tianquizoquez. Ihcuac opano hualoya omocaquia quetlalan, ohualtlahtohuaya, ihquin oquitohaya: ¡zan huelyolic ximopanolti, coza timochayahuilia tlalli nopan.
Opano cana ce xihuitl omomaihuitoloya. Oquimolhuiliqueh topixque:
Tlen omopaquilia, topixque oquimotitlani?
Teopanpixque tla xipanotican mitohua micaqui.
Tlahtolli tlalan melahuac,
quitohua zan huel matcatzin:
Ximopanolti chayahui tlalli nopan, notlacoyol. Tinopampa ximotlatlauhtili mah xinechtlatquixtican. Ahmo nicnequi nian niez yonicxico quezqui xihuitl. Xicmotlatlauhtili mah nechmomaquixtili.
Topixque otelhuili intlauc altepeme. Ixpan altepeme ihuan topixque otlahtaco: ihuan ihcuac ce ompa oyeya. Tlacatl otlahtoco za huelmate ocasion nican.
Ye nican xinechmoquixtilican. Ihquin omochiuh, oquiquixtique. Micque ihuan oquitlahtol Angel, ¿tlahun ticcuaya? tlen otiquila? Otamiquiya ihtic tecochitl itiyec?
Tlen oticcuaya? nian niuh nitlanonotzatz: inon ahmo neneltoco ipampa miccailhuitl. Neh onixico nian imman opapanti, momanan ilhuit topilia oncuan tixihui, quixtizqueh tamalli, xochicualli inon metequetza y canela. Motliquechia, ye omtictocualtia nozo tomasehuia. Ica onnon tlatlahuilia mah neneltoco que ahuilohuatz. Zan otlanotz.
Ihua omic ayomo occe tonalli omozcalli.

*

Hace mucho tiempo, se comentaba que murió un hombre cuando se dio la Revolución Francesa, entonces se platicaba que era muy fuerte el tronido de las armas. Se mataba gente, apestaban a mu***os, por eso se enfermaban las personas.
Por ese tiempo llego la epidemia nombrada por los médicos cólera amarilla. Causó mucha mortandad en los hogares de México. Con ella no se duraba mucho tiempo enfermo. La gente lo absorbía por la boca, sólo con saludarse se contagiaban y morían.
Todos los días se sepultaba gente. Muchas personas que fenecieron, venían por acá y pronto les llegaba la muerte, de inmediato las sepultaban en el panteón. Y cuando morían y no eran sepultados de inmediato, los iban a buscar una veintena de hombres armados con fierros.
Un hombrecillo pasó cerca de una sepultura. Ya tenía 36 años de enterrado el mu**to. Para entonces, las personas ya no se podían contagiar por los sepultados en las tumbas.
Por ese tiempo estaba abierta la puerta de fierro, allá por Xihuitenanco, por ahí cruzaban los comerciantes. Cuando venían pasando, se escuchaba del foso de la tumba una voz que decía:
–¡Muy despacio pase usted, que riega la tierra sobre mí!
Hacía un año que sucedían esos susurros. Por lo que el sacerdote dijo:
–¿Qué es lo que quiere?
–Pregúntele —expresó el padre (al sacristán).
El mu**to le dice al sacristán en palabra muy clara:
–¡Pase por favor!
En verdad que hablan desde dentro de la tierra, se escucha muy quedito.
–¡Pase usted!, ya cae la tierra sobre mí, en mi tumba. Hable por mí, suplique usted para que me saquen, por favor. Ya no quiero estar aquí, ya aguanté muchos años. Suplique usted, para que me saquen de aquí, por favor.
El sacerdote les comentó lo sucedido a la gente del pueblo. En presencia de la comunidad y del sacerdote, (el mu**to) vino a decir de cuando él estuvo allá (en el Mictlan). El hombre (mu**to) vino a decir de lo que sentía estando mu**to.
–¡Ya sáquenme de aquí!
Y así lo hicieron, lo sacaron. Y Sr. Ángel le preguntó al mu**to qué comía, qué bebía, qué tomaban, en lo profundo de la tumba.
–¿Qué comíamos?, ahora lo voy platicar a esos que no se creen de la fiesta de mu***os. Me aguanté por donde pasé. Nos juntamos cadaYe huecauhtica, upaco in mitohua mach omic ce tlacatl; ihcuac opanoc in Revolucion Francesa, imman otlanotzaloya mach huei oyec onenecuecuepozaloyo. One mimictilohuaya, mach otlayaya, coza inin otecocoltiaya.
Ye immanon omocacau cocoliztli oquitocayotic tipatihquez, mach coleracoztic. Coza itla mimictiaya ipan Mehxico caltin, ican ahmo huelcua cocoli. Otemacac momatlanicohualoya, nica tetlapaloloz, one mamahualoya otlamiquiya.
Tlacayo ihuan momoztla otetocaya. Achi tlacayo omic ohualaya zan cuanpresto micomiloya netoco. Unca cuan acmo memauloya icaun axcan netoco ipan cempualli tepoztlamacholiloni. Inin tlacatl oquitocaque tlanonzatli.
Ce tlacatontli yopano cana cempualli ihuan caxtolli ihua ce xihuitl omic. Ihuan ahmo omonequite temahuaz oquitocaque can itlacoyoc.
Opano cana ome xihuicuitl (xihuicaitl), imanon otlapotaya tepozpozpuerta ica xihuitenanco oncuan one otilohuaya tla tianquizoquez. Ihcuac opano hualoya omocaquia quetlalan, ohualtlahtohuaya, ihquin oquitohaya: ¡zan huelyolic ximopanolti, coza timochayahuilia tlalli nopan.
Opano cana ce xihuitl omomaihuitoloya. Oquimolhuiliqueh topixque:
Tlen omopaquilia, topixque oquimotitlani?
Teopanpixque tla xipanotican mitohua micaqui.
Tlahtolli tlalan melahuac,
quitohua zan huel matcatzin:
Ximopanolti chayahui tlalli nopan, notlacoyol. Tinopampa ximotlatlauhtili mah xinechtlatquixtican. Ahmo nicnequi nian niez yonicxico quezqui xihuitl. Xicmotlatlauhtili mah nechmomaquixtili.
Topixque otelhuili intlauc altepeme. Ixpan altepeme ihuan topixque otlahtaco: ihuan ihcuac ce ompa oyeya. Tlacatl otlahtoco za huelmate ocasion nican.
Ye nican xinechmoquixtilican. Ihquin omochiuh, oquiquixtique. Micque ihuan oquitlahtol Angel, ¿tlahun ticcuaya? tlen otiquila? Otamiquiya ihtic tecochitl itiyec?
Tlen oticcuaya? nian niuh nitlanonotzatz: inon ahmo neneltoco ipampa miccailhuitl. Neh onixico nian imman opapanti, momanan ilhuit topilia oncuan tixihui, quixtizqueh tamalli, xochicualli inon metequetza y canela. Motliquechia, ye omtictocualtia nozo tomasehuia. Ica onnon tlatlahuilia mah neneltoco que ahuilohuatz. Zan otlanotz.
Ihua omic ayomo occe tonalli omozcalli.

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Hace mucho tiempo, se comentaba que murió un hombre cuando se dio la Revolución Francesa, entonces se platicaba que era muy fuerte el tronido de las armas. Se mataba gente, apestaban a mu***os, por eso se enfermaban las personas.
Por ese tiempo llego la epidemia nombrada por los médicos cólera amarilla. Causó mucha mortandad en los hogares de México. Con ella no se duraba mucho tiempo enfermo. La gente lo absorbía por la boca, sólo con saludarse se contagiaban y morían.
Todos los días se sepultaba gente. Muchas personas que fenecieron, venían por acá y pronto les llegaba la muerte, de inmediato las sepultaban en el panteón. Y cuando morían y no eran sepultados de inmediato, los iban a buscar una veintena de hombres armados con fierros.
Un hombrecillo pasó cerca de una sepultura. Ya tenía 36 años de enterrado el mu**to. Para entonces, las personas ya no se podían contagiar por los sepultados en las tumbas.
Por ese tiempo estaba abierta la puerta de fierro, allá por Xihuitenanco, por ahí cruzaban los comerciantes. Cuando venían pasando, se escuchaba del foso de la tumba una voz que decía:
–¡Muy despacio pase usted, que riega la tierra sobre mí!
Hacía un año que sucedían esos susurros. Por lo que el sacerdote dijo:
–¿Qué es lo que quiere?
–Pregúntele —expresó el padre (al sacristán).
El mu**to le dice al sacristán en palabra muy clara:
–¡Pase por favor!
En verdad que hablan desde dentro de la tierra, se escucha muy quedito.
–¡Pase usted!, ya cae la tierra sobre mí, en mi tumba. Hable por mí, suplique usted para que me saquen, por favor. Ya no quiero estar aquí, ya aguanté muchos años. Suplique usted, para que me saquen de aquí, por favor.
El sacerdote les comentó lo sucedido a la gente del pueblo. En presencia de la comunidad y del sacerdote, (el mu**to) vino a decir de cuando él estuvo allá (en el Mictlan). El hombre (mu**to) vino a decir de lo que sentía estando mu**to.
–¡Ya sáquenme de aquí!
Y así lo hicieron, lo sacaron. Y Sr. Ángel le preguntó al mu**to qué comía, qué bebía, qué tomaban, en lo profundo de la tumba.
–¿Qué comíamos?, ahora lo voy platicar a esos que no se creen de la fiesta de mu***os. Me aguanté por donde pasé. Nos juntamos cada año para la fiesta (de mu***os), en ella se pone la (ofrenda) con fruta, y canela. Sacan tamales, se ofrece lo que comíamos (en vida) y lo que merecemos. Se enciende (la cera), con ellas se alumbraba por donde se camina, por donde se va a ir.
Sólo lo platicó y el mu**to nunca más revivió.
año para la fiesta (de mu***os), en ella se pone la (ofrenda) con fruta, y canela. Sacan tamales, se ofrece lo que comíamos (en vida) y lo que merecemos. Se enciende (la cera), con ellas se alumbraba por donde se camina, por donde se va a ir.
Sólo lo platicó y el mu**to nunca más revivió.

https://ojarasca.jornada.com.mx/2025/11/07/un-hombre-en-tiempos-de-la-revolucion-de-intervencion-tlacatl-icuac-opano-revolucion-intervencion-343-4136.html

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La ofrenda de Janitzio. Por Diego Rivera

Diez años que se fue EUGENIO BERMEJILLO, compañero de Ojarasca. Un abrazo a su familia, con cariño
12/11/2025

Diez años que se fue EUGENIO BERMEJILLO, compañero de Ojarasca. Un abrazo a su familia, con cariño

U BEEJIL JUUNTO CHÁAK / EL CAMINO A JUNTO CHÁAK. Relato bilingüe de Luis Antonio Canché Briceño (español-maya peninsular...
12/11/2025

U BEEJIL JUUNTO CHÁAK / EL CAMINO A JUNTO CHÁAK. Relato bilingüe de Luis Antonio Canché Briceño (español-maya peninsular), en Ojarasca de noviembre. La foto es de Elí García Padilla

Eran los últimos días de octubre, tiempo de finados, cuando veníamos de arrear el ganado desde Junto Cháak. Teníamos que atravesar varios ranchos para llegar a nuestro destino: nuestro natal Ch’e’en Santo. Cabalgamos varias leguas monte adentro hasta que la noche nos alcanzó. La finada de mi mamá siempre me había dicho que en tiempos de finados hay que respetar las altas horas de la noche y la madrugada, pues las ánimas están llegando a recorrer sus lugares de origen. Le dije a mi compadre Amalio que mejor nos regresáramos a Junto Cháak y esperáramos a que amaneciera, pero me insistió en que hiciéramos el recorrido para llegar hasta Che’en Santo, pues a galope rápido nos llevaría cuando mucho un par de horas.

Tomamos una brecha de un k’ank’abal extenso. Esa noche era muy extraña, soplaba un viento del norte y una capa de neblina cubría todo el camino; lo demás era oscuridad acompañada del intermitente canto del xtojkanuuk. La luz de la luna iluminaba el sendero hasta que llegamos a un trayecto de terracería, luego nos tocó un camino de extensa laja y allá fue donde los caballos comenzaron a ponerse inquietos. Nos detuvimos porque no podíamos controlar a los caballos. Le dije a mi compadre Amalio que mejor tomáramos un descanso. Quitamos las monturas de los caballos y los amarramos. Aquella noche había fresco, la neblina ya había calmado. Juntamos algunos troncos para poder hacer un poco de leña y prender candela, y saqué mis utensilios que cargaba para preparar café. De pronto, una fuerte ventisca comenzó a soplar por todo este rumbo y a lo lejos se escuchaba un murmullo de voces.

–¿Qué será esto, compadre? —le pregunté a Amalio.

–Pues no lo sé. Estamos a quince leguas de distancia y la gente del poblado de Ch’e’en Santo no suele cruzar por este camino, así que no creo que sea gente del pueblo —me respondió mi compadre.

Los dos nos persignamos, un temor nos invadió, sentíamos que detrás de los arbustos alguien nos observaba. De pronto, a lo lejos vimos que en el camino de terracería comenzó a acercarse un numeroso grupo de personas. Todas estaban vestidas de ropa blanca y las mujeres se cubrían el rostro con sus rebozos. Mi compadre Amalio y yo nos fuimos a esconder detrás de un cerco que separaba al monte de la vereda, cargando mi rifle por si acaso se requería. No pronunciamos palabra alguna mientras observábamos este extraño desfile. Todos los que pasaban cargaban velas encendidas, algo muy extraño pues ni la ventisca que soplaba esa medianoche las apagaba. La multitud se fue saliendo del camino para internarse en el tupido monte; aunque la maleza estaba llena de espinos de tsalam y chukúm que hacían el lugar intransitable, estas personas atravesaban esos arbustos como si no hubiera nada que los detuviese.

–¿Será una procesión? ¿O alguna peregrinación de la gente de las haciendas de estos rumbos? —le pregunté a mi compadre.

–Puede ser… ¿Pero por qué no siguen el camino? Esto que estamos viendo no está nada bien —contestó agitado y con voz temblorosa.

La gente seguía y seguía pasando, se atravesaban hacia lado del monte y se perdían entre la espesa hierba. Comenzamos a acercarnos para ver hacia dónde se dirigían, pero los caballos forcejeaban y no querían seguir, con trabajo los jalábamos del bozal. Pero al fin llegamos hasta el punto donde la procesión se terminó; una última persona, mujer de alta estatura con hipil blanco y luminoso, se quedó parada observándonos. La luz de la vela que tenía cargada iluminó su rostro y, para nuestra sorpresa, sus ojos eran cadavéricos. Nos hizo una señal con la mano de que no continuáramos. Enseguida, nos montamos en los caballos y salimos huyendo de ese sitio.

Al fin llegamos a nuestro destino, asustados y sudorosos por lo que habíamos visto. Al día siguiente, mi compadre Amalio amaneció con harta fiebre, y mucho dolor de cabeza. Mientras desayunábamos atole nuevo y elotes sancochados le platicamos a don Facún, el encargado de la hacienda Che’en Santo lo que sucedió, y nos contó que en esa medianía del camino hace muchos años hubo un rancho donde vivieron varias familias. Ese lugar está cerca de un p’uus but’un o montículo y allá tenían ellos su propio cementerio. Las personas murieron a causa de la peste de hace años y esos territorios quedaron en el abandono.

Desde esa ocasión, por la noche en época de finados, jamás volvimos a salir a hacer diligencias, arrear ganado o hacer algún recorrido.

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Versión en ambas lenguas:
https://ojarasca.jornada.com.mx/2025/11/07/u-beejil-juunto-chaak-el-camino-a-junto-chaak-9823.html
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Luis Antonio Canché Briceño nació en Mérida y creció en Chumayel, Yucatán, donde aprendió la lengua maya. Es licenciado en Enseñanza de las Matemáticas. En 2022 obtuvo el Premio de Literaturas Indígenas de América (PLIA) por su libro de cuentos: K’i’ixib máako’ob / Los hombres espinados. Este relato pertenece al libro bilingüe U yuumilo’ob kaláant múul / Los cuidadores del cerro (Editorial Kóokay, Mérida).

DESCARRILAR UN INSTANTE. Una meditación de la fotografía por Ramón Vera en Suplemento Ojarasca de noviembre.Comenzar con...
11/11/2025

DESCARRILAR UN INSTANTE. Una meditación de la fotografía por Ramón Vera en Suplemento Ojarasca de noviembre.

Comenzar con un poema-plegaria de adivinación cotidiana, pero que invoca aristas del tiempo, de la luz, de lo oscuro y la aparición, sirve para invocar todo lo que la fotografía nos brinda en la vida como herramienta de la memoria y como dispositivo para entender cómo funciona el tiempo de la imaginación, el tiempo interior “tejido de esperanza” donde nuestra creatividad y nuestra emoción pueden ser una con nuestra historia, nuestros sueños y recuerdos, sean volátiles o de permanencia, eróticos, y de plenitud mutua con alguien.

La autora del poema ha logrado mantener desde 2006 un espacio donde entreteje poesía, reflexión, historia, relatos, música, y el correlato de meditación, ciencia e imaginación, y así en su sitio, The marginalian, conviven Nick Cave o Pati Smith con Emily Dickinson, el físico Heisenberg, Oliver Sacks, Beethoven, Mary Shelley o Jean-Luc Godard, Pasolini o Hannah Arendt, Freud o Bachelard, por citar parte de la diversidad de rincones que visita estableciendo puentes etéreos con quienes nos asomamos a su blog, y nos maravillamos con las grietas por donde nos asomamos.

Su blog es cual cámara fotográfica que fuera capturando instantes y los tendiera sobre una sábana en el piso de alguna calle urbana o rural en los rincones del planeta.

Entonces, en una era donde todo está metido en pantallas transportadoras de rincones, y donde esos “rincones” se hacen más frecuentes y más artificiales conforme la IA se torna más autoritaria e invasiva, qué significado, qué sentido tiene que sigamos insistiendo en hablar de la fotografía, ese oficio tan artesanal y con tanto cuidado. En la contundencia de lo breve y lo fugaz, está la maravilla de los instantes que son irrepetibles. El fin último de la fotografía es volverlos permanentes.

Hace algunos treinta años, en uno de mis primeros encuentros con la obra de John Berger, se abrieron estas vastas reflexiones que hoy son fundamento de mucho del pensamiento en colectivo con que la gente defiende lo humano contra lo digital, lo alterado y ajeno a la experiencia profunda de los pueblos y comunidades, permanentes puntales de la vida planetaria.

Se abre el diafragma. Quién puede calcular el número de fotografías procesadas en el mundo todos los días. Se reproducen geométricamente. Los medios son muy sofisticados o muy simples y sin duda, día a día, más baratos e instantáneos. Cuántas de estas fotos son manipuladas en un sistema que niega un amplio margen de la otredad y ofrece “pruebas irrefutables”, convirtiendo a la imagen en sinónimo de lo existente, de lo verificable, de lo objetivo. Hoy el tiktok sustituye con rapidez y frecuente impertinencia el sentido fundamental de la foto.

Y sin embargo, como mariposas mojadas, miles de fotografías —escondidas en el bolsillo del s**o o en una cartera— contradicen ese uso y sitúan en primer plano la relación contraída con ese papel rearmado con cinta adhesiva, craquelado y mellado en los bordes, para ejercer una intimidad solitaria que la gente guarda en los cajones en una oposición al tiempo cronológico, a la inmediatez evanescente, a la historia, en un acto amoroso. El ser que nos alcanza desde cualquier pasado, desde su ventana foto, imanta entonces la existencia toda. Sobre todo por ausencia. Vivir una foto con intensidad por su relación cercana con nuestra propia historia es viajar en lo imaginario y emocional que nos emana.

Se le ha querido equiparar con la pintura (aunque sus tiempos sean tan dispares y la foto cite y la pintura traduzca) y hay quien la ofrece como su alternativa en aras de una precisión respetada por lo microscópico de “lo real”. Hasta hace poco, el sistema global la restregaba al mundo como espejo perfecto, “objetivo” y la dotaba de armas —las palabras— para afirmar, igualando eventos inequiparables, o para negar, para despedir “lo que se va”. Hoy todo se despide incesante y la sucesion de resquicios es interminable.

Pero cuál es la naturaleza de la foto y qué sentido tiene develarla. Empezar hablando de su uso confunde. Sus posibilidades tangibles son menospreciadas ahora donde la foto y el video digital sustituyen con medios de visualidades impuestas las expansiones y búsquedas de la foto. Mientras, ésta sigue ahí, repartiendo apariencias por el mundo, reproducidas miles de veces. La muerte es un poco menos muerte desde la captura paulatina de los fantasmas disueltos en la luz. Eso era más claro cuando mediaba un proceso de alquimia para “revelar” las apariencias contenidas en un rollo de fotos.

El instante. Enfaticemos la ambigüedad inherente a esa ventana lejana e íntima a la vez. Repitamos algo que por obvio no se contempla: sus materiales básicos son evanescentes: la luz y el tiempo.

En el proceso más sencillo es factible suponer que una persona o un dispositivo automático accionan un mecanismo que deja pasar la luz del objeto fotografiado a través de un agujero sensibilizando una placa fotográfica o una película. Dada la preparación química de estas últimas, quedan plasmadas las huellas de esa luz. Otro proceso químico —el revelado—, y estas huellas pueden imprimirse en papel, una o miles de veces. Entonces una cámara es una caja para transportar apariencias: estas huellas de luz son su figuración concreta. En otro nivel de análisis, el instante cuenta más de lo supuesto. Según John Berger, “una fotografía pertenece al pasado y sin embargo, hay un instante de ese pasado interrumpido en ellas, por lo que a diferencia de un pasado vivido, no puede conducir a un presente”. [1] La fotografía ofrece entonces dos mensajes: uno se relaciona con lo fotografiado —las apariencias—; el otro implica un impacto de discontinuidad. “Entre el momento registrado y el momento exacto de mirar la foto, hay un abismo. Estamos tan acostumbrados a la fotografía y a la normalización de asomarnos a cualquier entorno o relato con sólo un clic que ya no captamos conscientemente el segundo de estos mensajes gemelos —excepto en circunstancias especiales—: cuando por ejemplo la persona fotografiada era cercana a nosotros y ahora está lejos o mu**ta. En tales circunstancias una foto es más traumática que la mayoría de recuerdos o mementos porque parece confirmar, proféticamente, la ulterior discontinuidad creada por la ausencia o la muerte”. [1] Es el futuro ayer.

El primero de los mensajes es incuestionable. Esas huellas de luz existieron. Son verdaderos fantasmas del instante atrapado. Si no tenemos relación con ellas nos dicen muy poco de la significación de su existencia. La foto conserva las apariencias de lo ausente mucho más directamente que cualquier otra forma de imagen visual porque “preserva un momento en el tiempo e impide que éste sea eclipsado por la sucesión de momentos ulteriores. Entonces podría compararse con las imágenes acumuladas en la memoria. Sin embargo hay una diferencia fundamental: mientras las imágenes del recuerdo son el residuo de una experiencia continua, una fotografía aísla las apariencias de un instante desconectado”. [1] El disparo, el clic, descarrila un instante. Al descarrilarlo lo enfatiza: quizá por eso las fotos son tan atractivas. Su cualidad fantasmal les otorga importancia. Pero el significado no es instantáneo. No puede darse sin desarrollo porque descubre en lo que conecta. “El significado es una respuesta no sólo a lo conocido sino también a lo desconocido: significado y misterio son inseparables y ninguno existe sin el paso del tiempo”. [1] Como instantes descarrilados, las fotos son intrínsecamente ambiguas. Su discontinuidad con lo vivido como flujo las resalta y las enigmatiza.

Una foto adquiere sentido —para cada quien— en la medida en que le prestemos un desarrollo: pasado y futuro. Un fotógrafo hábil nos convence de hacerlo. Junto a las palabras apropiadas, las fotografías pueden ser muy fuertes, por eso se les usa en la publicidad o en el discurso ideológico: pueden volverse aseveraciones dogmáticas.

¿Puede la ambigüedad de la fotografía, ya establecida por Roland Barthes, sugerir maneras de narrar, en un discurso abierto pleno de sugerencias? O para decirlo en otras palabras: ¿hacia dónde apunta la ambigüedad, el poco significado intrínseco de la fotografía?

Retomar sus dos materiales básicos, luz y tiempo, mueve la discusión a otro terreno más inquietante: uno, lo visual en sí mismo, las apariencias, sus interpenetraciones, sus conexiones y posibles sugerencias —esto es, cómo formamos imágenes—; y dos, qué relación existe entre esa producción de imágenes, la imaginación, y nuestro sentido del tiempo. ¿Puede la ambigüedad de la fotografía ser una herramienta para descubrir o expandir esas relaciones? La “magia” de las apariencias Los héroes de Homero, según comenta Ignacio Gómez de Liaño al presentar la obra enloquecida y profética de Giordano Bruno, “no ven con los ojos sino que ven en los ojos”. [2] Para ponerlo en palabras de Leonardo da Vinci, “la persona es aquello que mira, aquello que aloja”. Desde tiempos inmemoriales, las personas comunes en las culturas campesinas de todo el mundo han cifrado su saber en la resbalosa interpenetración y persistente mimetismo de las apariencias. Hay sin duda componentes atávicos en esa atención continua a la similitud de las cosas, a esa rima ansiosa, y los pueblos han leído en ella designios, constantes, órdenes. Los mitos mesoamericanos —y los dioses a los que hacen referencia— reconocieron una serie de fuerzas o cualidades sutiles que circulaban por el mundo (para instaurar o trastocar geometrías continuas, y que recorrían el entorno de acuerdo a ciclos muy calendarizados). [3] Sin duda los atributos fueron convocados de acuerdo a semejanzas, a rimas entre un elemento y otro. Esta lectura del mundo, que identifica un monte con un elefante o una estrella, al mar con el vientre materno, permean incluso el surgimiento de palabras comunes y arcaicas como arca —la de Noé—. Arca y arcaico devienen del sánscrito ark: vientre protector, va**na voluptuosa, origen, pero después arca o barco, o Argos, el de Jasón y los argonautas, y por extensión arco geométrico, arquitectónico, guerrero o cazador.

Para los aborígenes australianos, cuenta Bruce Chatwin, el entorno es leído aún como el recorrido mítico de sus ancestros, quienes cantaron en secuencias precisas ese recorrido, dibujando con el canto la forma precisa de una hormiga, una langosta o un chacal y convirtiéndolas en cerro, meseta o desfiladero [4]. Quién no ha leído historias en las nubes o en las voluptuosidades de una pared de piedra, en las descarapeladuras de la pintura, o en una taza de café.

Hoy día, sabemos que la coherencia de las apariencias deriva de leyes comunes de estructura y crecimiento que establecen afinidades —rimas visuales— y semejanzas inauditas, deleznables por lo comunes. John Berger habla de algunas de ellas: “una astilla de roca puede semejar una montaña; el pasto crece como cabello; las olas tienen forma de valles; la nieve es cristalina; el crecimiento de las nueces está constreñido a sus cáscaras de manera un tanto parecida al crecimiento de los cerebros en sus cráneos; todas las patas y piernas de soporte, ya sean estáticas o móviles, se refieren unas a otras...”. [1]

Los indicios de nuestra relación con estas rimas naturales son muy viejas, y concitan dos ubicaciones no sólo pertinentes, sino ambiciosas: por un lado, la armonización y flujo en estas similitudes indujo a las personas a la magia; por otro lado, las indujo a la sistematización tentativa de la imagen, de la fantasmagoría. Independiente de la explicación invocada, la creación de imágenes, es decir establecer un significado a partir de esa interpenetración pertinaz, fue tarea continua, muchas veces relacionada íntimamente con eso que le dicen tarea mágica. En esta búsqueda, la luz y la vista fueron elementos cruciales e hicieron que se buscara un ámbito de concurrencia: la mente, la imaginación, la memoria, el ojo. En el ojo confluyeron la luz y los objetos: los héroes vieron en los ojos, no con ellos. En la Edad Media, tal búsqueda marcó derroteros herméticos. Se buscó la mente artificial, la memoria total, la llave del universo. Muchos pensadores se enfrascaron en encontrar esa memoria ideal: Raimon Lull, el propio Bruno.

Giordano Bruno, al igual que Leonardo, fue el gran constructor de un ojo artesanal e inventivo: “porque ese ojo singular es el lugar de las invenciones y los encuentros”. “Ojo —dice Bruno— que ve en sí mismo todas las cosas porque es ya todas las cosas” [2].

No era sólo una especulación filosófica. Era buscar la armonización mágica de los encuentros y cruces de caminos. La magia en su sentido más llano es conocer y fluir en esa interpenetración continua de los objetos y sus transparencias o fantasmas (imago y phantasma de donde derivan imagen y fantasma son los vocablos, uno latino y otro griego traducidos al castellano con el nombre común de imagen). Pero para Bruno existía una diferencia clara entre imagen y fantasma pues la imagen constituía un esfuerzo de relación, algo puesto por nosotros como puente entre las cosas: algo fijo, la imagen, que desafiara “el movimiento y la alteración”. El fantasma era la transparencia graduada de las cosas, su reverberación, como dijera Gilles Deleuze. Fantasma se refería al alcance de la conexión e interpenetración. Imagen en cambio era el resultado de la interpenetración, el cruce de caminos. La “imaginación” o producción de imágenes: o “magia”.

Esta armonización “mágica” del mundo, ese cruce de caminos donde todo ocurre, fue expresado por Cézanne, hablando de las apariencias, en un siglo XIX que bajo la influencia cartesiana se había olvidado de la coherencia de las apariencias. Al prefigurar la pintura contemporánea Cézanne entendió e insistió en la significación de tal coherencia. “Los objetos se interpenetran unos con otros. Nunca cesan de vivir. Imperceptiblemente esparcen reflejos íntimos a su alrededor”. [1] En esa encrucijada, Maurice Merleau-Ponty declara: “debemos tomar literalmente lo que nos enseña la visión, expresamente que a través de ella establecemos contacto con el sol y las estrellas, que estamos en todos lados al mismo tiempo, y que aun nuestro poder de imaginarnos en otra parte… toma de la visión y emplea medios que le debemos a ella. La visión por sí sola nos hace aprender que los seres son diferentes, ‘exteriores’, extraños entre sí, y no obstante absolutamente juntos, son ‘simultaneidad’. Esto es un misterio que los psicólogos manejan en la misma forma en que un niño maneja explosivos”. [5]

Esto no es atemporal. Su relación con nuestro sentido del tiempo está ubicada en ese ojo interno donde cruzan luces surgidas desde tiempos dispares, o en la coincidencia y la sincronicidad; al hablar de imaginación ya hablamos de tiempo, uno que no va en una sola dirección ni camina paso a paso, sino uno que se deshace, se espiraliza, se contonea y se expande, o simplemente se torna cruce infinito por el cual retumbamos a la profundidad de un pozo lleno de estrellas: ese ojo de Bruno parece ser lo que Berger llama nuestro tiempo de la conciencia y que otros nombran tiempo humano, interno, o sentido del tiempo.

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Lecturas:

1. John Berger y Jean Mohr, Another way of telling, Pantheon Books, Nueva York, 1982.
2. Giordano Bruno, Mundo, magia, memoria, Edición de Ignacio Gómez de Liaño, Editorial Ta**us, Madrid, 1973.
3. Alfredo López Austin, Los mitos del tlacuache, Alianza Editorial Mexicana. México, 1990.
4. Bruce Chatwin, The songlines, Penguin Books, Nueva York, 1987.
5. Maurice Merleau-Ponty, The primacy of perception, Northwestern University Press, Evanston, 1964, p. 187.
(citado por J.B. en 1, p. 116).

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